Escasos cambios estructurales

Fuente: Los Ranchos de Pascuas en Tinajo
Nicolás J. Lorenzo Perera
Mª Dolores García Martín

 

Las personas que nos hablaron de los antiguos ranchos de Pascuas, debieron enfrentarse -a lo largo del siglo XX- a una realidad social y económica similar a la que se vivió en Tinajo durante los siglos anteriores. Continuaron habiendo ricos y pobres: «ricos habían unos cuantos”. Pobres eran la mayoría, con sensación de ser auténticos esclavos:

“Antes era mucha esclavitud, así se pusieron ricos. Y ésos son los que quisiera que vinieran, por verlos; antes nadie tenía una casa, no eran alquilaas sino prestaas (…). No sé cómo la gente está viva; mi marío ganaba dos pesetas y yo ganaba una (1). En Legranza trabajaban las tierras y cogían pardelas; y traían, siete meses estuvo mi marío allá; y traían botellas llenas de la grasa y la calentaban pa mojar las batatas: eso lo llama la gente hoy una cochinaa. Antes era mucha la esclavitud que había y too le parecía poco a los ricos. Las historias de antes son grandes. De los pobres toos estábamos igual. El que tenía dinero pagaba peón: una peseta, dos, tres y después cuatro. Mi marío estuvo trabajando en Legranza y ganaba tres pesetas. Tenía un niño pequeñito y le compraba un bote de leche condensaa, me costaba un tostón: una peseta y un real» (2).

A los ricos se les daba -exigían- un tratamiento especial: »cómo está señorita, y se quitaba el sombrero». Acostumbraban a controlar, personalente, el resultado de las cosechas, de modo que cuando el medianero contabilizaba una taja (diez fanegas) tenía que gritarlo: «porque estaba midiendo y apuntando ella (la señora) en una libreta: taja una, taja dos. . . «. Los ricos -«les decían de la sangre azul»- debían ser merecedores del máximo respeto; cuando, bromeando, le cantaron a don Pepito Betancor la siguiente copla:

“Ay Pepito Betancur
que gorda tienes la potra,
cómo es de sangre azul
te parece que no hay otra”,

al padre de quién lo hizo, en La Veguera, lo amenazaron con quitarle las tierras que hacía de medias, las que dejó, entregándolas después de recoger la cosecha.

El grupo económica y socialmente privilegiado, dio muestra de su prestancia y categoría creando su propio casino o sociedad, el lugar donde muchos tinajeros escucharon por vez primera «música» (la del piano), porque la que ellos hacían con sus guitarras …, era, al parecer, “otra cosa”:

»En mi tiempo había de too, lo que había la gente que se la echaba más que ahora. Iban a los bailes y hicieron hasta un baile separao; después no encontraron tocadores y se tuvieron que juntar. Si usted viene de la plaza pabajo, la primera casa era el casino de los ricos. Pero les duró poco; y el nuestro, lleno» (3)

«Allí, donde vivía Ramiro, era el casino de los ricos. Allí no entraba sino el que tenía corbata. Yo llegué a entrar porque hacían falta tocadores (no les pagaban: ‘se echaba uno un trago»). La primera música que hubo aquí la trajo uno de Las Palmas, tocaba el piano, le decían Pailla (…) yo tendría nueve o diez años (…). El casino de los pobres estaba por debajo de la plaza., estaban casi juntos . Después hubo otro, donde vive Luis Perdomo, La Sociedad, allí toqué muchas veces, allí iba too el que pagaba, pagaban la cota ( . .) yo estuve allí varias veces, tocando» (4).

Los ataques piráticos, tan comunes en siglos anteriores, eran únicamente un recuerdo temeroso y transmitido, revitalizado, sobre todo entre los niños, con las frecuentes y periódicas ocasiones en las que los vendedores de camellos moros transitaban y residían en los pueblos. Sí prosiguieron las plagas de cigarrón y las secas (»aquí cuando no llovía, se pasaba sed»), obligando a comprar el agua a quienes tenían aljibes grandes, generalmente a las familias pudientes que los poseían; originando, de otra parte, cosechas desastrosas como las del recordado 1944, entre otros: »no se recogió porque no dio naa”: y prolongando, en última instancia, la emigración, individual y de familias enteras, a América; primero, comienzos del siglo pasado, a Cuba y a Argentina; y, más tarde, después de los años 40, a Venezuela. Como siempre, el fenómeno migratorio llevó consigo, entre otros, abandonar las posesiones y el distanciamiento personal, en ocasiones definitivo:

»Las chicas eran del tiempo mío, tenían quince o dieciséis años (…). Vendieron la casa y se fueron pallá, no hemos sabío más de ellos. Antes, la gente allá vivía mejor que aquí. Toos los pedazos que tenían no los vendieron. Ángel Martín trabajaba en las tierras; Lola, no (era argentina), nosotros le decíamos Lolita la indiana» (5)

»Solamente se fue pa la Argentina un hermano de mi madre, Juan Peña, el único que tenía y no lo vimos más (…). Mientras mi abuela vivió, escribían (…) después que mi madre murió, no se supo más»(6).

Las comunidades -enlazadas, como antaño, por simples caminos, no habiendo carreteras- seguían siendo reducidas, con pocas casas, distanciadas entre sí:

«Aquí abajo, en este pueblo (La Costa), contar que las contaba yo, habían veinte casas. Y ahora, mire las que hay «(6).

«Antes no habían sino caminos. Si fuera uno a contarlas, contaba uno todas las del pueblo (Tajaste) «(7).

En aquellos pueblitos el centro de relación social, por antonomasia, era la venta. Allí se encontraba la gente y se comentaban un sin fin de cosas, concernientes a la vida social y familiar. A las ventas se les llamaba lonjas. En cada lugar había una o más, conocidas por el nombre de su propietario o propietaria: «la de Eugenio Duque, la de Eloísa Barrios, la de José Déniz «(8). En ellas se servían copas (de vino, parra…); acudían a cambiar, por ejemplo, los huevos de las gallinas caseras por velas, agujas, aceite…; o a comprar lo que hiciera falta, llevando, entonces, un vaso cuando se iba a adquirir anís o una botella para el vino.

Hemos escuchado en repetidas ocasiones lo siguiente, sobremanera a personas que cuentan con más de setenta años: “yo no sé leer, no sé escribir». Las escuelas -promovedoras de la cultura escrita, diferente a la que mediante la oralidad se adquiría en las casas y en las lonjas- aparecieron, en unos sitios más que en otros, relativamente tarde. Admírese la fuerza y la pasión por aprender en el siguiente texto:

«La primera escuela que vino por el Estao (a La Veguera) tenía yo trece años. Fui a la escuela a los trece años, ya grande, se reían los chicos de mí. Yo: padre , déjeme ir, déjeme ir.. . yo era zurda; me decía la maestra doña Cirila, escribe con la otra mano y me lo borraba. Era una escuela de niñas y niños; pero pa dar leña tenía una tablita y tenía escrito (en la regla) doña Pola. Era de Tenerife… me he quedao sin vista por eso, es un vicio (leer); yo aprendí sola, era tanta la ilusión, no estuve sino dos meses en la escuela, pero no tengo ortografia» (9).

Se acudía a la escuela -ubicada durante mucho tiempo en una casa particular alquilada- desde los seis a los doce años, edad a la que concluía el proceso educativo: »desde los doce fui a trabajar» (10). Aunque no todos, por razones económicas…, pudieron llevarlo a cabo:

»El que iba a la escuela era porque era rico. Había ricos que no iban a la escuela (…) tenían tierras y no sabían firmar (…). Hoy van todos a la escuela y aprenden, hoy saben hablar, se presentan, igual que los ricos antes o mejor» (10).

Hubo quien aprendió »de milagro», aprovechando la coyuntura de los mandados que, cuando niña, hacía a los vecinos:

«Yo la escuela no la vi nunca. Niños y niñas igual Según viene de la plaza , la primer casa que encuentra era la escuela (…). Era las ganas que tenía de saber; era la mandadera de las veinte casas que había aquí (La Costa), les iba a hacer los mandaos, algunas no me daban naa, algunas una pelota gofio . .. Pa mí sí sabía, aprendí de milagro; yo iba a hacer los mandaos y me lo apuntaban en un papel: aceite, fideos . .. Yo no me acostaba de noche sino con los anhelos de aprender, así que los anhelos son grandes» (11).

Muchos se valieron de un recurso en vigor hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XX; nos referimos a los enseñantes que, en sus casas, de noche, daban clase a quienes, por necesidad, no pudieron hacerlo durante el horario oficial ofertado por la escuela pública: «en la Montaña de Tinache con las cabras de día; y por la noche, a la escuela con Ñita «(12).

 

 

(1) La informante trabajó en las fábricas de pescado de Arrecife, primero en Rocar y más tarde en Llorens.

(2) Información oral de doña Bibiana Guillén Rodríguez, 98 años. La Costa. VIII-2003 .

(3) Información oral de doña Bibiana Guillén Rodríguez, 98 años. La Costa, VIII-2003 .

(4) Información oral de don Servando Callero Bonilla, 75 años. Tinajo, VIII-200 3.

(5) Información oral de doña Bibiana Guillén Rodríguez, 98 años. La Costa, VIII-2003. Los hijos de Ángel Martín y Lolita la indiana se llamaban: Zacarías, Domingo, José y Antonia; esta última tenía, aproximadamente, la misma edad que la informante.

(6) Información oral de doña Petra Pérez Peña, 91 años. La Vegueta, VIII-2003.

(7) Información oral de doña Bibiana Guillén Rodríguez, 98 años. La Costa, VIII-2003.

(8) Información oral de don Agapito Morales Cabrera, 70 años. Tajaste, VIII-2003.

(9) Eran las lonjas que había en La Vegueta. Agradecemos la información a doña Petra Pérez Peña, 91 años; La Vegueta, VIII-2003.

(10) Información oral de doña Perra Pérez Peña, 91 años. La Vegueta, VIII-2003.

(11) Información oral de doña María Dolores Pérez Cabrera, 93 años. La Laguneta, VIII- 2003.

(12) Información oral de doña Bibiana Guillén Rodríguez, 98 años. La Costa, VIII-2003.

 

 

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