Fuente: Los Alcaldes de Tinajo (1803-2003)
Por Inmaculada Rodríguez Fernández
Ejercer como alcalde de Tinajo durante el siglo XIX debió ser muy difícil para quienes tuvieron que hacerlo. Su mandato se ejercía sobre un pueblo cuyos habitantes estaban sumidos en la miseria, agobiados por los fuertes impuestos y pendientes de una climatología la mayor parte de los años adversa. Sumamente difícil se les hacía el poder pagar los impuestos, teniendo en cuenta que vivían mayoritariamente de la agricultura y las cosechas recolectadas eran pocas si no llovía, cosa frecuente durante todo el siglo. En ocasiones se pasaron hasta diez años seguidos sin que cayera una gota y todo lo que plantaban se les secaba. Además, la escasez de agua hacía que se les murieran los animales que les ayudaban en las tareas agrícolas y que podían aportarles alimentos en caso de necesidad.
Tampoco podían remediar su situación yéndose a otros municipios insulares puesto que la mala situación era común en toda la isla de Lanzarote. La mayoría decidió abandonar la tierra que les había visto nacer y crecer y se marcharon a lugares lejanos de donde muchos jamás regresaron. Detrás quedaron familias y amigos esperando un regreso que no se produjo. Algunos tuvieron la suerte de poder partir acompañados de su familia.
La mayoría de los que salían elegidos como miembros de la corporación municipal buscaban un pretexto para abandonar el cargo en cuanto las circunstancias se lo per-mitían, no sólo los alcaldes sino también los concejales. En ocasiones era frecuente que se agarraran a excusarse teniendo en cuenta la avanzada edad a la que se les elegía. También era excusa corriente el alegar enfermedades, enfermedades que a veces no podían demostrar con certificados médicos.
En ocasiones se produjeron conflictos entre los dife¬rentes ediles porque no se ponían
de acuerdo en determi¬nados temas, por ejemplo, sobre quién sería el secretario municipal, porque cada uno quería tener a alguien partidario a su grupo.
La labor del primer teniente alcalde fue muy importante, puesto que en ocasiones alguno estuvo más tiempo al frente de la alcaldía, cumpliendo con las obligaciones que le correspondían al alcalde, que el propio titular.
La situación durante buena parte del siglo XX no fue mejor que el siglo anterior. Es en los años sesenta cuando se comienza a ver una mejoría, probablemente arrastrada por la bonanza que comenzó a sentirse en la isla de Lanzarote con los comienzos de la llegada del turismo.
Si los ayuntamientos no cumplían con sus obligaciones, entre ellas el tener al día el pago de las contribuciones, era sobre los alcaldes sobre quienes recaía la responsabilidad. A veces los primeros ediles municipales aportaban su propio dinero para liberarse de las responsabilidades.