Fuente: Agustín de La Hoz –Lanzarote
(…) Desde la montaña Mosta ya parte uno hacia costa de barlovento, rumbeando por entre Los Dises y la casona de La Caldera del Cuchillo, o montañeta Mihera, milenario cráter identificado como el más antiguo de esta isla3, cerca del Marrubio, donde don José Lubary armara aquel célebre escándalo, en la creencia de que había encontrado aguas extraordinarias. Ni corto ni perezoso cursó a Las Palmas el siguiente precipitado telegrama: «Vengan urgente punto hemos encontrado aguas raras». Luego, sin más averiguaciones se demostró que tales aguas no eran otras que filtraciones del océano.
Llegar a la Costa de Barlovento resulta un espectáculo maravilloso, porque allí el Atlántico brama, grita y silva, como la voz de los dioses implacables. Las grandes olas espumosas, sonoras y azules, se suceden una a una con claridad meridiana, en especial por la parte del Rebolaje de Machín, anatema terrible que no se detendría jamás ante los dardos de Hércules o la espada de Teseo. ¡Buena cosa encuentra uno por esta costa de barlovento, punto menos que desconocida! Por aquí tiemblan los cielos con el resplandor del sol, sintiéndose la bravura litoral como algo emocionante, como si de un momento a otro la cornisa rocosa fuera a desplomarse sobre las impetuosas mares festoneadas. La pequeña península de Mejías, con su isleta abarloada que, como una embarcación, parece tener un valor desmelenado, sin miedo al naufragio que tanto atemoriza a los pescadores. Y el río salado, con sus pirámides de sal, sus molinos y sus rectangulares espejos de agua cerrada. No nos da La Costa de Barlovento una imagen humanizada, sino la de una deshumanización absoluta regida, sin duda, por las fuerzas ciegas de la más salvaje naturaleza.(…)