Cólera morbo en Gran Canaria

Fuente: Apuntes para la Historia de Tinajo
Por Inmaculada Rodríguez Fernández

 

Una circular del Gobernador de la provincia, llevada a la sesión plenaria del 15 de junio de 1851, comunicaba a todas las juntas de sanidad, alcaldes y ayuntamientos, el desgraciado accidente de la aparición del cólera morbo epidémico en el barrio de San José de la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria. La Junta provincial de Sanidad declaraba como de patente sucia todos los productos procedentes de la isla afectada.

Prevenía a las autoridades para que ejercieran la más estricta vigilancia con el fin de impedir todo roce, trato o comunicación, con buques que llegaran desde ese puerto. La menor falta en el cumplimiento de lo ordenado sería castigada con toda severidad.
La junta municipal de sanidad dispuso, de acuerdo con el comandante militar del pueblo, presente en la sesión, que se colocara una guardia fija en la Montaña de Tenesar, guardia que tendría como misión el procurar la vigilancia de toda la marina de la jurisdicción municipal. Debían dar parte, inmediatamente, de la aparición de cualquier barco que solicitara arrimar a tierra, así como de cualquier novedad que se observara, por muy insignificante que pudiera parecer. La guardia comenzaría a desempeñar su cometido desde el día siguiente, día 16, y estaría compuesta por un militar y un paisano.
Un mes después tomaron el acuerdo de dirigirse al Delegado del gobierno de la provincia en la isla de Lanzarote suplicándole tuviera a bien impedir la extracción de frutos y otros artículos de abasto, como tan imperiosamente lo reclamaba el bien general , atendidas las miserias que crecían de día en día y el desgraciado acontecimiento de la aparición del cólera morbo en Gran Canaria, puerto de salvación y de recurso para los naturales de la isla de los conejeros en todos sus conflictos de miseria. También decidieron dirigir otra comunicación al Gobernador civil rogándole que mantuviera en Lanzarote a su delegado, D. Antonio Baeza, todo el tiempo que duraran las aflictivas circunstancias en las que desgraciadamente se encontraban, prestando a los pueblos la protección y auxilios que necesitaban y que pudieran necesitar en el caso desastroso de aumentar más el peligro que tanto temían.
La corporación municipal de Tinajo consideraba, y así lo puso de manifiesto en el pleno celebrado el 23 de mayo de 1852, que Teguise era el pueblo de la isla desde donde con mayor prontitud y mejor éxito se podía organizar un sistema de defensa y conseguirlo. La prueba de ello la tenían en lo que acababa de suceder el año anterior, cuando la isla se encontraba amenazada nada menos que por «la muerte misma», es decir, el cólera morbo. Todos estaban llenos de un tremendo pánico por los horribles estragos que la peste estaba causando en la vecina isla de Gran Canaria. Pero, de un modo casi milagroso, y con la rapidez del rayo, vieron que, no bien habían llegado al Gobernador los avisos de las costas por donde hacían tentativas para saltar a tierra las gentes de algunos lugares sospechosos, y de quienes con harto fundamento se temía les trajeran aquella mortífera y desoladora enfermedad, cuando ya las costas se hallaban amenazadas los soldados enviados desde Teguise impidieron el desembarco.
Esa enfermedad recorría el mundo desde 1816. Sin embargo, las Islas Canarias habían conseguido librarse de ella hasta los primeros días de-junio de 1851, cuando tan mortífera plaga hizo su aparición en Gran Canaria. Se propagó con gran rapidez. El 13 de junio -ya habían sucumbido bajo sus letales garras 160 personas. El miedo se apoderó de la población de la isla, población que comenzó a vagar aterrada Y despavorida huyendo por los campos en un desesperado intento por huir de sus devastadores efectos.
La epidemia recorrió la isla entera. Sólo el pueblo de Agaete, que se acordonó con el mayor de los cuidados, consiguió zafarse del contagio. También las restantes islas consiguieron librarse del azote de esa epidemia. Se calcula en más de 7.000 las personas que murieron tras la aparición del cólera morbo y sus devastadores estragos. D. Antonio Halleg, gobernador civil, tuvo un destacado papel en la liberación de las restantes islas del archipiélago de los desastres de la enfermedad por el empeño que puso en cumplir con sus obligaciones y tratar por todos los medios de que otros territorios insulares no sufrieran lo mismo que estaban padeciendo los habitantes de Gran Canaria.
Una circular del Gobierno de la provincia disponía, en septiembre de ese mismo año, que los ayuntamientos, de acuerdo con los párrocos, determinaran lo conveniente a fin de que durante tres días se celebraran en todas las iglesias de la provincia rogativas públicas con el objeto de aplacar la divina justicia por el conflicto en que se hallaban sus hermanos de Gran Canaria sufriendo los horrores del cólera. Cuatro años después era la Península Ibérica la zona castigada por los azotes de la tan mortífera plaga. Desde el Gobierno civil de la provincia se dictaron una serie de disposiciones Y reglas de higiene y salubridad con las que deberían estar pr­ parados los ayuntamientos en el caso de que fueran acometidos por los terribles efectos del cólera morbo, que tan de cerca les amenazaba, y que en esos momentos llenaba de consternación y luto a muchos pueblos de la península española.

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