Perdón de contribuciones

Fuente: Apuntes para la Historia de Tinajo
Por Inmaculada Rodríguez Fernández

 

Desde 1843 ya la situación en toda la isla de Lanzarote comenzó a hacerse insostenible y agobiante. Un oficio del Ayuntamiento de Teguise, leído en la sesión plenaria del 1de junio, pedía que el cuerpo municipal de Tinajo manifestara los males que padecían los habitantes de la isla a consecuencia de las calamitosas circunstancias en las que se hallaban.

El Ayuntamiento vio con satisfacción esa oportunidad favorable para hacer patente las desgracias que durante el transcurso de diez años consecutivos habían estado padeciendo los angustiados naturales de Tinajo, luchando contra el hambre, la sed, la desnudez y otros muchos padecimientos. La agricultura, única fuente de la que dependía la vida de todas las familias, había llegado a tal grado de nulidad y abatimiento que apenas en el día, por un cálculo aproximado, se había recolectado en la demarcación la décima parte de los frutos que se habían recogido en 1833, y eso que ese año no había sido de los más abundantes.

Las causas de tan horrible decadencia se encontraban en la esterilidad de los años y el aumento progresivo de la emigración a América, que les había privado de los brazos más útiles y laboriosos, a la par que les dejaron sobrecargados con el peso de los mendigos e imposibilitados .Por ese motivo, y por la carencia de semillas, la mitad del territorio se había quedado sin cultivar.

La lluvia había escaseado tanto en un país carente de manantiales que la sed había llegado a ser una de las mayores angustias que se padecían. Los animales destinados a la labor de los campos, tan útiles e indispensables como el brazo del cultivador, iban desapareciendo por la falta de agua y de paja. De los numerosos rebaños de ganados menores que en otros tiempos habían formado el primer ramo de la riqueza pública de la isla, podía decirse que no quedaban sino unos restos, que debían luchar y sacrificarse para conservarlos.

La barrilla, que hasta hacía unos pocos años había sido una de las producciones más importantes y el producto principal del comercio, había llegado a tal grado de abatimiento y escasez que ya no le era interesante a nadie su cultivo.

A esos conflictos y padecimientos se añadían las diferentes y gravosas contribuciones.

En Tinajo siempre habían contribuido para atender a las exigencias y necesidades del Estado. Si hasta ese día habían podido cubrirse las cotizadas al pueblo había sido por los desembolsos hechos por los miembros municipales, temerosos de la estrecha responsabilidad con la que se les amenazaba. No se había prestado oídos a las fundadas reclamaciones en distintas ocasiones habían elevado a las autoridades competentes. Ya era tiempo de que se reconociera la absoluta imposibilidad de realizar el pago de contribuciones al que se había llegado. El gobierno protector que les regía debía dignarse a mirarles con ojos de compasión, suspendiendo, por un acto de clemencia, toda medida rigurosa en el apremio de las contribuciones, hasta tanto sus miserias y tan horrible desolación desaparecieran.

En el pleno municipal que se llevó a cabo el 21 de abril de 1846 se comentó que todos los municipios de Lanzarote, y también los de Fuerteventura, habían presentado a la reina un informe sobre el miserable estado en el que se hallaban los pueblos como consecuencia de la calamidad con la que les amenazaba la falta total de cosechas de ese año, lo que les había sumido en la mayor indigencia. Le suplicaban que se dignara mirarles con compasión y les perdonara las contribuciones que tan rigurosamente les reclamaba.

En Tinajo tomaron el acuerdo de elevar a S. M. la correspondiente exposición con el mismo objeto que lo habían hecho todos los de­ más, pues, desgraciadamente, se encontraban en las mismas circunstancias y muy necesitados de su soberano amparo y protección. El informe comenzaría a ser redactado desde ese mismo día para aprovechar la oportunidad de la salida para las Cortes de D. José Sanz y Urraca, comisionado regio que marcharía muy pronto de este puerto insular en el buque de guerra que allí se encontraba.

En noviembre de 1847 un oficio de la Intendencia daba detallada relación de las reglas a las que debían atenerse los ayuntamientos para la ejecución y cobranza de la contribución industrial y de comercio. Una vez que fue detenidamente examinado el mencionado proyecto de ley por los miembros del gobierno municipal, al igual que hicieron con la tarifa que lo acompañaba, tomaron el acuerdo de participarle que en todo el Distrito municipal no existía industria, comercio, profesión, arte u oficio de los que se comprendían en dicha tarifa puesto que no había ni siquiera una sola tabernilla, por lo cual no tenía objeto alguno esa matrícula.

Un oficio del Ayuntamiento de Teguise, leído el 28 de enero de 1849, invitaba a la municipalidad de Tinajo, y a todas las de la isla que se encontraran en el mismo caso, para que eligiera una comisión que concurriera a una sesión que celebraría el Ilustre Cuerpo de Teguise el día dos del siguiente mes en la cual se iba a acordar el dirigir a S. M. una súplica con motivo del excesivo cupo de contribución territorial que en ese año se había señalado a la pobre isla de Lanzarote. Además, se pensaba solicitarle que les concediera la gracia de satisfacer lo que les correspondiera por dicha contribución con frutos del país, atendiendo a la escasez de numerario. Un año después, en 1850, varios ayuntamientos de Canarias dirigieron peticiones al Gobernador de la provincia solicitando el perdón de contribuciones, debido a las malas cosechas producidas por la sequía. En vista de tantas reclamaciones como eran dirigidas a esa autoridad superior, el Ayuntamiento de Tinajo, considerando que las súplicas eran hechas por pueblos que no estaban sufriendo tanto la calami­ dad como éste, acordaron dirigirse al Gobernador haciéndole presente los males que afligían a los vecinos del pueblo y pidiéndole, por tanto, se dignara suspender el pago de las contribuciones de ese año. En julio de ese mismo año el ayuntamiento de Yaiza solicitó el perdón de contribuciones territoriales por la pérdida que había experimentado la mitad de sus cosechas. La Administración de Contribuciones invitó a todos los ayuntamientos a que manifestaran lo que se les ofreciera sobre el particular. La corporación municipal de Tinajo declaró que era cierto que el pueblo de Yaiza había perdido las cosechas de cereales como consecuencia de la horrorosa sequía que había sucedido en toda la isla ese año. Pero, creían que Tinajo, con más motivo, debía optar al mismo perdón en atención a que, además de componerse de un territorio mucho más árido por naturaleza que el del municipio vecino, este último poseía otro elemento de riqueza del que ellos carecían: la cochinilla. Ese producto había dado a la riqueza de Yaiza un incremento muy considerable, con ventaja a todos los demás pueblos de la isla, particularmente sobre Tinajo, que en eso era el último de todos. También le aventajaba en mucho en las cosechas de legumbres, mostos y frutas pasadas.

En 1851 la falta de lluvias inutilizó todos los productos de la tierra, siendo general la calamidad. La tierra quedó reducida a tal grado de esterilidad que el labrador no recuperó, durante los tres años siguientes, en ninguno de ellos, el completo de las semillas. Se encontraban los naturales de la localidad sumergidos en la mayor y más desastrosa miseria, careciendo no tan sólo del alimento necesario para la vida, sino también del agua.

Habiéndose agotado con tan dilatada sequía los depósitos en los que se recogía la lluvia, ya no les restaba otro recurso que el extraerla, a costa de los más penosos trabajos, de los manantiales públicos de Famara, que distaban más de cinco leguas del pueblo. Los animales, aun los más útiles, habían perecido al rigor del hambre y la sed. No quedaron más que unos pocos camellos, que necesariamente debían ser conservados, aún a costa de los mayores sacrificios, para tener en que conducir el agua desde tan remotos parajes. Los fuertes calores del mes de junio destruyeron totalmente los pocos frutos que había que esperar de las viñas y la cochinilla.

La miseria y el desaliento en que se hallaban los vecinos de Tinaja, oprimidos con tantas contribuciones, y las tremendas sequías, detenían a la municipalidad, en 1852, para exigir al vecindario el menor donativo en metálico, ni tampoco solicitar la prestación personal ni la de los animales. Consideraban que sería una inhumanidad pretender que un pueblo en el que una gran parte de sus habitantes se alimentaban sólo con hierba, tuviera que contribuir en causa alguna. Los más acomodados estaban vendiendo sus propiedades a precios muy ínfimos para sostener a sus familias. Otros vecinos recurrían a contraer crecidas deudas, de las que quizás no lograran liberarse jamás.

A finales de marzo de 1864un oficio de la Administración de la Hacienda Pública de Canarias reclamaba la relación de apremios contra los contribuyentes morosos al pago de las contribuciones del tercer trimestre de ese año económico. Los ediles decidieron contestarle que hasta ese momento habían utilizado los medios de persuasión para el cobro de dichas contribuciones, pero que, atendiendo a la miseria que había azotado a los contribuyentes, no se habían puesto en ejecución los medios coactivos. Además, el cuerpo municipal esperaba que la administración le dijera si debía mudar de conducta para lo sucesivo sin atender a las aflictivas circunstancias por las que atravesaba la isla.

La Dirección General de Obras Públicas, en la orden de fecha 11 de septiembre de 1862, proponía los medios a través de los cuales el gobierno de Su Majestad accedería a llevar a cabo las obras que estaban proyectadas en el Puerto de Naos. Enjulio del año siguiente el Ayuntamiento de Tinajo discutió el asunto con mucho detenimiento. Reconoció lo útil y conveniente de la obra, reconociendo las ventajas que de ella podían resultar al país. Pero, teniendo en cuenta lo gravoso de la nueva exacción que se tenía que hacer, después de pagar sus contribuciones ordinarias, en medio de la general miseria y del abatimiento de los habitantes de Lanzarote con la escasez de los años, acordaron contestarle a la superioridad que no le permitían las circunstancias en las que se encontraba la localidad aceptar compromiso alguno para que tuviera efecto las obras proyectadas en el Puerto de Naos. El 24 de marzo de 1869 se celebró una sesión plenaria bajo la presidencia del alcalde D. José Franquis Méndez .A ella concurrieron, además de los concejales, una junta formada por catorce individuos que representaban a las tres clases de contribuyentes: mayores, medianos e ínfimos. La reunión tenía como objeto exclusivo el fijar las bases sobre las que debía girar en el pueblo la contribución del impuesto personal. Las bases habían sido establecidas por decreto del Gobierno provisional de la nación el 12 de octubre del año anterior. La cuota fijada para el pueblo de Tinajo por la Administración de la Hacienda pública de la provincia había sido de 12.911 reales con 40 céntimos. En el mismo decreto se marcaban, como punto de partida para el impuesto, primero los alquileres que se pagaban o se calculaban a las casas habitaciones y segundo el número de individuos mayores de catorce años de ambos sexos de los que estuviera formado cada núcleo familiar.

Pero, los concejales consideraban que en el pueblo era imposible fijar las indicadas bases, no tan sólo porque no había casas alquiladas, sino también porque la mayor parte de las que componían el distrito municipal eran casuchas de pobres labriegos que no pagaban ni podían calcular alquiler alguno. En atención a todo eso se acogieron a lo dispuesto por el artículo 15 del decreto en el cual se determinaba que, en el caso de que alguna localidad se demostrara la imposibilidad de recaudar el nuevo impuesto en la forma establecida, se convocaría una junta compuesta por representantes de las diferentes clases de contribuyentes que deberían proponer otros medios, sometiendo al examen del Gobierno el acuerdo que se tomara. En la sesión celebrada ese día, contando con la presencia del alcalde y los concejales y de los representantes de las tres clases de contribuyentes, se acordó dividir el número de cabezas de familia que tuviera el pueblo en diez categorías. La primera, aproximadamente, debía satisfacer 120 duros; la segunda, rebajando gradualmente, quedaría en 115 duros, y así sucesivamente con algunas diferencias. El total se distribuiría después entre cada una de las partes el porcentaje que a cada uno le correspondía por un tipo igual entre los contribuyentes en proporción del valor de la riqueza que ostentaba.

Un mes después se leyó una comunicación de la Administración Principal de la Hacienda pública de la provincia en la cual resolvía, bajo un solo punto de vista, las varias consultas que se le habían dirigido por muchos ayuntamientos con referencia al repartimiento del impuesto personal. Unos se quejaban de las sumas que se les había consignado por juzgarlas excesivas, manifestando que creían absolutamente imposible su realización , y otros pretendiendo probar que la base en la que descansaba el reparto hecho por la Administración no se realizaba en sus respectivas localidades. La Administración había resuelto:

• . Que no existía la disparidad que se alegaba entre los cupos que se consignaban por el impuesto personal y la suprimida contribución de consumos, porque estaba demostrado, con datos exactos, que los pueblos no contribuían con la cuota que les correspondía.

• . Que la Administración no podía menos que desestimar las protestas y reclamaciones hechas para la abolición del impuesto cuando las Cortes Constituyentes les habían desestimado una proposición que se presentó en igual sentido, pidiendo la supresión o reforma del impuesto.

Por esas razones la Dirección General ordenaba que se impulsaran con la mayor decisión los trabajos para el cobro. En el Boletín Oficial del Estado, de fecha lunes 3 de mayo, aparecía una circular del Gobierno de la provincia referente al impuesto personal. En ella se manifestaba que varios ayuntamientos habían elevado exposiciones a la Excelentísima Diputación Provincial pidiendo unos la supresión del impuesto personal y otros la modificación de las cuotas asignadas a sus respectivas localidades. Por tal motivo dicho organismo había celebrado una sesión en la cual habían tomado el acuerdo de hacer presente a los municipios reclamantes, a todos los que pudieran entablar iguales gestiones, que no era competencia de la Diputación el eximir a ningún pueblo del referido impuesto, ni hacer alteración de las cuotas que les resultaron, por no tener atribuciones para ello y que, por tanto, serían remitidas al Gobierno de la provincia, a los fines que correspondía, cuantas disposiciones se les dirigieran en adelante sobre ese asunto. Además, el mismo gobernador se manifestó en iguales términos, que tampoco podían surtir efecto alguno las sesiones celebradas por los municipios y que tendían al mismo fin. Seguidamente hacía varias reflexiones para dar a conocer lo bien basado que se hallaba dicha contribución y lo justo y equitativo que la consideraba el Supremo Gobierno para sacar al Tesoro de la ruina en la que se encontraba al entablar la Revolución de septiembre.

En Agosto de 1869 en Tinajo ya se había concluido el reparto del impuesto personal.

En 1868 debía enviársele al Gobernador civil de la provincia una comunicación en la que se le manifestara la existencia de granos con la que se contaba en la jurisdicción, tanto almacenados como en poder de los cosecheros, la perspectiva que ofrecía la siguiente cosecha con respecto a la anterior y las necesidades del término municipal. El Ayuntamiento contestó:

• En esta jurisdicción no había existencia alguna de granos, ni almacenados ni en poder de los cosecheros.
• La perspectiva que presentaba la siguiente cosecha con respecto a la anterior era muy mezquina y no podía rendir lo necesario para satisfacer las necesidades del pueblo y reservar lo que se necesitaba para las simientes del año venidero.
• Las lluvias sólo cayeron a principios del mes de julio, siendo ya muy avanzado el tiempo y, por consiguiente, de poco o ningún provecho para lo sembrado. Esas lluvias únicamente podrían traer algún beneficio a los plantíos de millo y a los árboles.

1871 resultó ser un año desastroso para Lanzarote a causa de la escasez de lluvias durante todo el invierno, lo cual tuvo como consecuencia una pésima cosecha, que repercutió duramente en la pobreza de sus habitantes.

En la sesión extraordinaria celebrada por el Ayuntamiento pleno el 16 de octubre de ese año, su alcalde, D. Eusebio Cabrera Vega, manifestaba que los vecinos se encontraban llenos de consternación, próximos a sufrir una grande miseria. A esa situación se había llegado no sólo por la escasez de lluvias sino también por los malísimos tiempos tan continua­ dos. Esa miseria tan grande no iba a ser posible combatirla en un tiempo cercano.

Hasta la cosecha de la cochinilla había sido muy reducida, cuando era la única que hubiera podido reparar en parte la pérdida casi total de cereales y del producto de la ganadería. Las pérdidas sufridas ese año habían sido casi totales en la generalidad de los labradores. A la destrucción de las cosechas se sumaba la carencia de agua para beber que ya se notaba en la mayor parte del vecindario.

El 3 de febrero de 1876 se acordó que en atención a la escasez de recursos del pueblo por haberse perdido en su totalidad la cosecha del año anterior y el poco valor de la cochinilla, se pidiera a la Administración económica de la provincia, por atento oficio, una espera hasta junio o julio próximos para el pago de la contribución territorial de ese año. La mayor parte de los vecinos estaban expresando sus quejas por lo desproporcionado con que venía haciéndose al pueblo la derrama de la contribución territorial por los defectos que a todas luces se veía que tenía la estadística de la localidad, las ocultaciones y lo mal clasificadas que se encontraban las fincas. También porque la estadística hacía quince años que se había confeccionado y en el transcurso de tan largo tiempo habían sufrido todas las fincas alteraciones de consideración, ya por los trabajos practicados en ellas, ya por las desmejora s que habían sufrido otras a causa de los jables. Se hacía necesario que se convocara a la junta pericial, algunos mayores contribuyentes y cuatro hacendados forasteros para que en la reunión deliberaran y se acordara la mejor manera de llevar a cabo tan delicado y preciso trabajo como era el nuevo amillaramiento.

La reunión se celebró el domingo 13 de febrero a las diez de la mañana. En ella se vio la necesidad de formar una nueva estadística, cosa que era necesaria y absolutamente precisa para los trabajos ulteriores que como cuerpo municipal y como delegado de la administración superior tendría que practicar en lo sucesivo. De ese modo se evitarían las razonadas quejas que continuamente, y desde hacía mucho tiempo, estaban dirigiendo a la municipalidad los contribuyentes, tanto vecinos como forasteros. Se quejaban de que indebidamente se había estado aumentando la riqueza imponible en los últimos años, ya fuera por la falta de datos estadísticos o por la falta de acierto en los trabajos hechos. Los datos estaban defectuosos e incompletos. A lo informal, mal calculado y falta de equidad de los trabajos que habían estado sirviendo de base en los repartos formados en la jurisdicción, se había unido el que desde que se habían hecho esos últimos ha.sta ese momento una gran parte de la jurisdicción, denominada tierras blancas, había disminuido considerablemente en su producto a consecuencia de que, sucesivamente, y en virtud de las brisas que durante la mayor parte del año reinaban en la isla, se habían cargado considerablemente de arena, llamada vulgarmente jable, procedente de la vecina costa africana. Muchas de esas fincas ya eran completamente improductivas. A las demás comprendidas en esa vega las amenazaba, en un periodo de tiempo no muy lejano, el mismo resultado.

Por otra parte, los trabajos estadísticos que se encontraban en el archivo no sólo estaban defectuosos e incompletos, sino que tampoco estaban autorizados por nadie. Todos esos antecedentes eran conocidos por el Ayuntamiento. Como conclusión sacaron el que no se podían evitar las injusticias que se cometían y los perjuicios que se ocasionaban a los contribuyentes si no se formaba una nueva estadística, que en realidad no existía, después de analizar todo lo expuesto con anterioridad.

Todos los concurrentes acordaron, unánimemente, proceder a la formación de una nueva estadística, haciendo al efecto los trabajos preparatorios necesarios:

1.- Que se hiciera saber a los vecinos, propietarios forasteros, por medio de los oportunos edictos y comunicaciones dirigidos a los diferentes ayuntamientos de la isla, que en el plazo de un mes presentaran en la secretaría relaciones jura­ das de las fincas que poseían en la jurisdicción de Tinajo, tanto rústicas como urbanas, y también de los ganados que eran suyos. Se les prevenía que de no hacerlo en el plazo estipulado incurrían en una multa.

2.- Que para la formación de las relaciones de oficio para el examen de lo que presentaran los contribuyentes se nombrara como auxiliar del Ayuntamiento y junta pericial una comisión formada por cuatro propietarios forasteros y veinticinco vecinos. Dicha comisión, con el carácter de auxiliar, serviría igualmente de junta clasificadora.

3.- Que se nombrara para la formación de las relaciones de oficio, en virtud de los datos que se le suministrara por la Junta pericial y comisión auxiliar, a D. José María Bethencourt y D. José María Tejera.

4.- Que los gastos que hubiera que hacer para la formación de las estadísticas se abonaran de los fondos existentes del presupuesto municipal de 1874 -1875 por el ramo de cosumos. En el caso de que esos fondos se reclamaran por quien correspondiera, se haría un reparto adicional, o, mejor dicho, se presupuestaría el importe ocasionado entre todos los vecinos, puesto que todos se iban a beneficiar de las ventajas que había de dar por resultado la nueva estadística. Entre tanto no se ingresara esa cantidad, caso de que fuera reclamada, la adelantarían, para evitar apremios, los individuos del Ayuntamiento junto con los que estaban presentes en esa sesión.

Una comunicación del alcalde de Arrecife, con fecha 7 de abril, participaba que el Ayuntamiento de Haría proponía a los demás de la isla que se pusieran de acuerdo con la idea de elevar una razonada exposición al gobierno de Su Majestad haciéndole comprender la calamidad que afligía a estos habitantes y rogándole les concediera satisfacer las contribuciones del Estado en ese año económico con el importe del empréstito nacional en cuanto alcanzara éste, o fuera necesario para cubrirlas. Proponía, además, que para llevar a cabo la propuesta se reunieran el día 16 en el Puerto de Arrecife dos personas de cada corporación con el carácter de comisionados y en unión de los enviados por los demás ayuntamientos deliberaran y acordaran lo que creyeran más conveniente. El Ayuntamiento secundaba en cuanto le fuera posible tan razonada y útil proposición, nombrando al presidente, D. Isidoro Fernández, y al caballero síndico, D. Juan García Toribio, para que estuvieran en ese encuentro.

En 1877 volvería a repetirse la situación tan dramática para la supervivencia y la vida en la isla de Lanzarote. El alcalde- presidente de ese año, D. Tomás Caraballo Peraza, comentaba ante el pleno , reunido en sesión extraordinaria el 1de septiembre , que en el término municipal se habían perdido casi todas las cosechas por efecto de la escasez de lluvias, los malos tiempos , los vientos levante, las escarchas y los calores. La situación había llegado a tal extremo que los habitantes no tenían ni siquiera agua para beber. Al alcalde le constaba de ciencia propia que, a causa de la escasez de lluvias en el invierno, no había propietario alguno que hubiera recolectado en la cosecha las semillas de cereales que habían arrojado a las tierras. Los vientos levante y los calores habidos en el mes de agosto causaron el último daño. Así se perdieron las cosechas de mostos, frutas, y también las de cochinilla. Ya los vecinos estaban cargando agua de algunos manantiales y comprando fuera los granos con los que sustentarse y de los que poder conservar las semillas con las que hacer la siembra al año siguiente, si acaso podían mantener los animales de labor, pues algunos habían recurrido a regalarlos dado que no tenían ni para darles de comer.

1878 vuelve a ser otro año nefasto para la economía y la vida de los habitantes de la isla conejera. A la mala situación de ese año se sumaba la que venían arrastrando desde 1871, año desde el cual la escasez de lluvias había provocado una pérdida casi total de las cosechas y la falta de agua para beber. El señor Caraballo Peraza comentaba que no podía mirar con indiferencia la emigración casi general de los vecinos del pueblo, principalmente la clase jornalera que, a consecuencia de los malos años anteriores y lo malísimo de ese, se veían los pobres de la localidad sin tener trabajo, sin agua para beber y, últimamente, muriéndose de hambre puesto que no encontraban recursos por lado alguno. Por tan dramática situación los padres de familia no podían menos que emigrar para otra isla en la que al menos tuvieran abundancia de agua para beber y no perecer de sed ellos y sus numerosas familias. Además, quizás allí pudieran encontrar un trabajo personal con el que poder sustentarse. El 20 de enero tomaron el acuerdo, en sesión plenaria, de elevar una solicitud a S. M. implorando sus nobles sentimientos para que se sirviera abrir un trabajo público en el que pudieran ejercitarse los jornaleros Y poder así, con su trabajo, sustentar a sus pobres familias. De ese modo se podría evitar la emigración tan elevada Y la situación de los infelices vecinos que ya pululaban por la población demandando la caridad pública por las dos cosas más necesarias de la vida: el agua y el alimento. No había individuo alguno de la clase bien acomodada que pudiera poner remedio a la fatal situación, no por falta de voluntad, sino porque incluso ellos mismos carecían de todo.

Fueron varios los ayuntamientos que se dirigieron al gobierno de su majestad el rey demandando el perdón de contribuciones directas e indirectas del Estado y la concesión de una obra pública en la que ocupar, aunque sólo fuera por algún tiempo, a la clase proletaria de la isla, evitando de ese modo la alta emigración de sus moradores.

Los concejales de Tinajo pedían que, en atención a la tremenda calamidad de hambre y sed que padecían los habitantes de Lanzarote en general, y los de su jurisdicción en particular, especialmente las clases proletarias, se diera al ejecutor de apremios del municipio, D. Pedro Lasso Bonilla, orden para que impidiera todo procedimiento ejecutivo hasta que variaran las circunstancias, o hasta que otra cosa no se acordara con respecto al cobro de las contribuciones municipales de los individuos que pertenecían a la clase proletaria. A consecuencia de la escasez de lluvias raro era el labrador al que no se le habían muerto casi todos los animales de labor y, en su totalidad, los ganados menudos. A tal extremo había llegado la situación que la Autoridad local tuvo que tomar medidas para que los restos de los animales muertos se arrojasen lejos de la población, pues temían que se levantara una peste que fuera a sumarse a sus males y a la desesperación que sentían. Tal era el pesimismo y el desánimo que, como única explicación a tan desolador panorama, llegaron a pensar que estaban sufriendo un castigo del Todopoderoso. Le hicieron saber al Administrador económico de la provincia toda esa verdad intentando que comprendiera que la riqueza pecuaria del Municipio había desaparecido casi en su totalidad y que debía sufrir alteración por haberse muerto casi en su totalidad los ganados y yuntas del pueblo. Por tal motivo debía desaparecer en el reparto del año económico de 1878

-1879.Enjunio les llegó una comunicación de la Diputación provincial en la que se les informaba que no habían aceptado la baja de la riqueza pecuaria que había sido propuesta por la administración del Municipio. Por lo tanto, tendría que figurar en el repartimiento territorial de ese año económico con la misma riqueza que el anterior. La corporación, considerando que en la localidad había desaparecido casi por completo la riqueza pecuaria, no se podía menos que hacer las bajas que se reclamaran por los contribuyentes en ese ramo de riqueza. Creían necesario que las autoridades superiores crearan una comisión que viniera a la isla y comprobara la verdad de todo lo expuesto. Manifestaron su disgusto y protesta contra lo dispuesto por la Diputación.

En marzo de 1878 vieron la necesidad de formar expediente de calamidad con el cual probar el estado precario en el que se encontraba el pueblo. Por desgracia, era público y notorio que, por efecto de la escasez de lluvias de 1875, 1876 y 1877 se habían resentido considerablemente los intereses de los vecinos, quienes sólo habían podido subsistir con la escasa cosecha de cochinilla que habían recolectado. Así habían podido pagar las contribuciones, a pesar del irrisorio precio de ese producto. De cereales y otros frutos apenas se habían recogido las semillas que en ese año se habían arrojado a las tierras, para no volverlas a ver, por la sencilla razón de que no había llovido ni una gota. A eso le siguió la pérdida total de los ganados menores y de las yuntas de labor. Tampoco tenían granos para atender a sus primeras necesidades. Como complemento de sus desgracias ni siquiera tenían agua para beber.

En el mes de noviembre la presidencia manifestaba la imposibilidad de que ese año económico se pudieran satisfacer las contribuciones del Estado, y sobre todo la de inmuebles, a consecuencia de la grandísima miseria que afligía a la isla por efecto de la serie de años malísimos que se habían estado sufriendo. Por ello expresaba la imperiosa necesidad de que el Municipio, como representante de los intereses generales del pueblo, se dirigiera al Ministro de Hacienda solicitando se les concediera moratoria en el pago de dichas contribuciones, al menos en la territorial. En el pleno se tomó el siguiente acuerdo:

• .Que, por desgracia, era una muy triste realidad la miseria que afligía a la isla en general, y a este pueblo en particular, debido a los muchos años malos que se habían estado sucediendo como consecuencia de la escasez de lluvias. También era cierta la imposibilidad en la que se encontraban los contribuyentes para satisfacer las contribuciones del Estado correspondientes a ese año económico y, sobre todo, la de inmuebles, cultivos y ganadería, pues no sólo carecían de metálico sino también de recursos con que adquirirlo. Por ello expresaban su intención de elevar una reverente exposición al Ministro de Hacienda solicitando moratoria en el pago de las contribuciones.
• .Que al pedirse la moratoria se solicitara también que el pago se ejecutara por cuartas partes y en plazos anuales por no ser posible verificarlos de una sola vez. Para convencerse de la exactitud de esa aseveración bastaba con tener en cuenta que por abundante que fuera la cosecha siguiente no alcanzaría para cubrir los gastos de labranza, las contribuciones directas e indirectas d ese año económico y las del venidero. Esa cosecha quedaría recolectada por todo el mes de julio y con la misma era con lo que se cubrirían las dichas contribuciones.

A finales de ese mismo mes se vio otra comunicación, en esta ocasión procedente del Jefe económico de la provincia, con la que se acompañaba el reparto territorial de ese año para que se rectificara por no estar confeccionado con entera sujeción a lo dispuesto en la circular de 25 de julio, toda vez que el cupo y recargos estaba disminuido en la parte correspondiente a la riqueza pecuaria, que se bajaba por la reclamación de agravios.

Después del Ayuntamiento hacerlas cargo por el tipo de riqueza que habían presentado al mismo, y sobre el cual se había jurado el repartimiento, manifestaron los concejales que, en uso de sus atribuciones, y teniendo a la vista las reclamaciones de los contribuyentes, no tuvieron la menor duda en autorizar la baja de la riqueza pecuaria que, como era sabido, a consecuencia de las sequías, la emigración y otros factores, había desaparecido de la localidad casi por completo. Al dar por presentadas las bajas no lo hicieron sin antes estar convencidos de la veracidad de los reclamantes, como también de que no se podía recompensar con ninguna otra clase de riqueza. También era sabido que en el pueblo, por causas que no se metían a averiguar, por no estar en sus ánimos hacer recriminaciones, había subido la riqueza territorial, después del último amillaramiento aprobado por la Administración en el año 1860, a la cifra de 1.364 pesetas. De ahí resultaron gravadas varias fincas con dos cuartos de contribución. Las juntas periciales habían venido subsanando los errores, recompensando esas faltas de riqueza con la pecuaria, dando por resultado que esta última había sido elevada a un tipo que nunca antes había tenido. La junta repartidora no podía, ni debía, aumentar a los contribuyentes que aún quedaban en el pueblo las yuntas y ganados que poseían los emigrantes, ni los que se habían muerto , por las razones que se dejaban dichas y que todos lamentaban , a no ser que fuera exponiéndose a contraer responsabilidades que a todo trance quisieron y querían evitar. Por último expresaban que no tenían el menor inconveniente en que bajo su responsabilidad se formara, por parte del Jefe económico, una comisión investigadora con la que se podría convencer dicho jefe de la verdad de los hechos y la razón que había tenido la junta para auto­ rizar la baja de la riqueza pecuaria en el repartimiento de ese año. Además, convocaron para el domingo día 24 a un número igual de mayores contribuyentes para que en Unión del cuerpo municipal acordaran lo que consideraran conveniente. En esa nueva reunión, haciéndose cargo de las razones expuestas por la junta repartidora, y no siendo sus ánimos perjudicar en lo más mínimo al Erario público, acordaron el proponer a la Administración Económica de la provincia se les permitiera cobrar el repartimiento territorial a buena cuenta, en atención a lo avanzado del tiempo. Se comprometían, bajo su más estrecha responsabilidad, en el siguiente reparto del año 1.879 a 1.880 a consignar en la casilla destinada a partidas fallidas el déficit que había resultado a consecuencia de la baja hecha en la riqueza pecuaria o, en caso contrario, se les admitiera consignarlo en el de ese año, autorizándoles a fijar el % a que diese lugar el déficit de que se había hecho mérito.

En 1880 el cuerpo municipal calificaba a Tinajo como un pueblo esencialmente agrícola, que no tenía otros medios para cubrir sus presupuestos, y las demás cargas que se le impusieran, que los repartimientos vecinales, resultando de estos extremos gravada la riqueza territorial, única positiva que existía en la localidad, al elevadísimo tipo de un 40%.
Los administrados en esos momentos pasaban por unas circunstancias aflictivas de hambre y miseria.
En 1881 el número de individuos que vivía en Tinajo pasó de 1.732 a 1.342 como consecuencia de las fuertes emigraciones provocadas por los años de calamidad y miseria que tuvo que sufrirse en la década de los 70 del siglo XIX.

En marzo de 1882 los miembros de la corporación acordaron presentar ante el Gobernador civil de la provincia la renuncia a sus cargos, alegando que, en atención a las aflictivas circunstancias por las que atravesaba la isla, debido a la depreciación de la cochinilla y a la continuada sequía, viendo la imposibilidad de realizar a tiempo los impuestos y contribuciones que se hallaban a su cargo, y siendo conscientes de la responsabilidad que les afectaba, acordaron tomar esa decisión.

A finales de ese mismo año una comunicación del presi­ dente del ayuntamiento de Arrecife participaba a su homónimo de Tinajo el acuerdo tomado por aquel en vista del hambre y la sed por las que atravesaba Lanzarote. Habían decidido convocar una reunión general de todos los ayuntamientos de la isla, por medio de representantes de cada localidad, para celebrar una sesión el día 3 de diciembre con el fin de acordar lo que se tuviera por conveniente para remediar los males que les agobiaban. En el alcalde, D. Abdón Toribio, y en el secretario, D. Francisco Aldana, recayó la responsabilidad.

Con motivo de la sequía tenían los jóvenes de ambos sexos pocas ocupaciones en las tareas del campo, motivo por el cual acudían en gran número a matricularse en las escuelas del pueblo. Pero, existía en la localidad una carencia de casas escuelas propias del Municipio y todas las que había eran de alquiler, careciendo éstas de las condiciones de capacidad y ventilación necesarias. La corporación tomó el acuerdo, el 22 de abril de 1882, de regalar un solar que poseía en la plaza pública, que medía dieciséis metros de frente y veintitrés metros de fondo para hacer una escuela en él. Así podrían, a la par que llevaban a cabo la educación de los niños dar trabajo a los jornaleros que, a falta de uno, emigraban en gran número.

A mediado s de enero de 1883 el gobierno concedió diez mil pesetas del fondo de calamidades para aliviar, en parte, las penurias por las que estaban atravesando Lanzarote y Fuerteventura. De ese total correspondían 554’50 pesetas a Tinajo. Ese dinero se decidió que se debía invertir en explo­ tar las aguas manantiales de La Poseta, en unión de los de­ más ayuntamientos de la isla, respondiendo así a una petición hecha por el ayuntamiento de Teguise, lugar donde estaba enclavada la dicha poseta. Ponían como condición que se diera trabajo a los vecinos de Tinajo en proporción al vecindario que éste tenía.
A finales de ese año, en el reparto de 1.500 pesetas concedidas a la isla para remediar la calamidad que pesaba sobre ella, le correspondían a Tinajo 166 pesetas.

En 1890 se formó una junta de calamidad que sería el órgano encargado de hacerse cargo de los donativos que se hacían al pueblo para remediar en parte la dramática situación por la que estaba pasando. La junta debía rendir cuentas de los donativos y de sus actuaciones a la corporación municipal.

R. Verneau, investigador francés, estuvo en dos ocasiones en las Islas Canarias en misión científica. La primera se prolongó desde 1876 hasta 1878. Como en esa ocasión no pudo explorar en su totalidad el archipiélago, regresó en septiembre de 1884. Esta vez sus investigaciones duraron cerca de tres años. Para recoger la mayor cantidad de datos posibles hizo un recorrido por todas y cada una de las islas, visitando cada uno de sus municipios y también los lugares de interés. Todo lo que vio, estudió, analizó, en definitiva, todo lo que necesitaba saber sobre la geografía y la historia de las siete islas, lo dejó reflejado en su obra «Cinco años de estancia en las Islas Canarias». El libro está dividido en dos partes. En la primera podemos conocer lo referente a los antiguos habitantes del archipiélago, mientras que en la segunda nos adentra en las Canarias de finales del siglo XIX.

El Sr. Vemeau se hizo eco de la terrible situación en la que estuvieron sumidos los habitantes de Lanzarote, y también los de Fuerteventura, en la segunda mitad del siglo XIX a consecuencia de que desde 1871 y hasta 1879 no cayó en ellas ni un solo chaparrón. Por ese motivo opinaba que era fácil hacerse una idea de la miseria que reinó durante ese largo periodo de sequía, aunque no fue el único, puesto que desgraciadamente era frecuente que algo así sucediera. Una vez que se agotaba la provisión de agua la población emigraba, llevándose consigo los animales, que morían de sed. Res­ pecto a lo necesaria que era el agua en las islas y, sobre todo en las orientales, decía:» Cuando se ha nacido en un país como las Islas Canarias es cuando se puede apreciar el agua en su justo valor. Lanzarote no tiene ni un arroyo, ni una fuente, ni un pozo, aparte de aquellos que sirven para recoger la lluvia».

Había visto que las acequias llevaban a los aljibes o a las maretas la lluvia que caía en las montañas o en los sitios que no estaban cultivados. Esas reservas se encontraban generalmente en los lugares más áridos, con frecuencia a una distancia de ocho a diez kilómetros. Pero, los naturales de la isla no temían recorrer grandes distancias para llevar, sobre un dromedario, dos pequeños barriles de agua, que a veces se compraba a un precio muy elevado. Manifestaba el Sr.Verneau que el agua se ahorraba preciosamente y que a los habitantes de Lanzarote se les podía perdonar el no ser de una limpieza ejemplar, porque no llovía todos los años. Desde 1871 y hasta 1879 no había llovido absolutamente nada. Ante ese largo periodo de sequía, y a pesar del esfuerzo hecho para no desperdiciar la provisión recogida, ésta se había agotado rápidamente. Entonces, los moradores de Lanzarote se vieron obligados a emigrar. Él vio llegar a muchos de esos emigrantes y explicaba lo que sintió: «He visto llegar a Tenerife a esos desgraciados, muriendo casi de inanición, llevando consigo a los animales que habían sobrevivido. Fue un espectáculo que difícilmente olvidaré». Otra de sus afirmaciones era que una gran cantidad de habitantes de la isla habían emigrado a América en esa dura época, abandonando sus casas, que en su visita se veían caer en ruinas. Esa situación no contribuía en nada a alegrar el paisaje.

También dio su opinión sobre Tinajo, pueblo del que decía que era pequeño, sin calles ni recursos. Consideraba que la iglesia era el único edificio que poseía y que se tomaría de buen grado, como la mayoría de las de la isla, por una cochera, pues sólo la cruz dejaba ver que se trataba de un monumento religioso. Afirmaba que en su interior algunas malas pinturas estaban cubiertas cuidadosamente por cortinas que se abrían y cerraban con la ayuda de unas cuerdas.

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