Por Agustín Cabrera Perdomo
Don José Cabrera Figueroa al que apenas conocí, era mi abuelo paterno y solo me quedó de él, el vago recuerdo de una figura delgada y enorme que quedó agazapada en algún rincón de mi pueril memoria. Mi tardanza en nacer o su presurosa venida al mundo allá por mil ochocientos sesenta y siete, me impidió conocerlo como hoy me hubiese gustado, pero la vuelta atrás es imposible y tendré que conformarme con ese infantil recuerdo de su severo porte dando pequeños paseos de ida y vuelta por la acera que bordeaba la fachada principal de la vieja casa de Tinajo.
Sin embargo, su ordenada cabeza y su sentido de la importancia de las cosas y los hechos, nos dejó un patrimonio de recuerdos escritos que suponen un valor incalculable para los amantes del pasado, pero no de ese pasado transcendental, histórico y serio, sino de ese otro; sencillo y entrañable de las cosas nimias ya ocurridas y olvidadas; como podrían ser los difusos recuerdos familiares, los avatares de la marrullera política local y de los problemas ocasionados por las tremendas sequías que asolaron la Isla en aquellos tiempos donde solo el agua que caía del cielo era la única para la subsistencia de la vida. Su espíritu inquieto y quizás siguiendo el ejemplo de su hermano mayor; en 1889, con ánimo de conocer otros horizontes, emprendió su particular aventura por tierras americanas, en donde estuvo unos cuantos años que aunque en el terreno económico no adelantó mucho, si le sirvió personalmente para enriquecerse culturalmente. A su regreso y a partir de mil novecientos veintiséis, a mi abuelo se le conoció en el pueblo como don Pepe “El Secretario” por haber desempeñado interinamente ese cargo en el Ayuntamiento de Tinajo. Quien acometa la lectura de esta rica muestra epistolar, revivirá los momentos más amargos de la vida en general por los que pasaba nuestra Isla en aquellos tiempos de escasez y miseria; pero encontrará pasajes en los que llegará a imaginarse el paisaje triste y árido de una isla abandonada a su suerte y castigada por los abusivos impuestos ordenados por una administración sin conciencia de la realidad de la isla. Sabrá de las inquietudes culturales de una sociedad hermética y de las intrigas políticas de los amos de aquella época felizmente pasada.
Era mi abuelo descendiente directo del capitán Roque Luís Cabrera que vino al mundo en alguna parte de Teguise, el 23 de septiembre de 1623 el cual se había casado con doña Luisa de Bethencourt Perdomo. De este matrimonio nació Pedro Luís Cabrera Rocha quien a su vez lo hizo con doña María de Bethencourt Sierra. De esta unión, entre otros nació el que sería Teniente Capitán Roque Luís Cabrera y Bethencourt el cual se caso en terceras nupcias con doña Anna Vicioso Bethencourt, hija de Clemente Hernández Peña y de Catalina de Bethencourt Robaina. De este matrimonio nació su hijo Marcial de la Concepción Cabrera y Bethencourt el cual a su vez se casó el 2 de agosto de 1722 con Dominga Antonia Magdaleno y Carreño. El que llegaría a Sargento de las aguerridas milicias conejeras, don Antonio Rafael Cabrera y Carreño, fue el tercero de los siete hijos del matrimonio anterior el cual tomo estado conyugal el 18 de julio de 1798 con doña María de Bethencourt y Cabrera, fue hasta cierto punto un matrimonio fecundo y mi tatarabuelo don José María Cabrera – Carreño y Bethencourt, fue el segundo de los hijos de este enlace, fue también componente de las mencionadas milicias hasta que una prematura artrosis le apartó del servicio. Don José María, tomó por esposa el 11 de agosto de 1825 a su prima hermana doña Francisca Dominga Tejera Cabrera, los cuales engendraron y criaron a los nueve hijos que hubieron de su sagrada unión. Ellos fueron Juana, Manuel, Antonio Sebastián, Bibiana, José Domingo, Dominga, José Joaquín, Carlos Agrícola y María Dolores. El 20 de enero de 1831, nació el tercero de los hijos de aquella unión, al que ponen por nombre Antonio Sebastián quien el 20 de octubre de 1856, contrae matrimonio con doña Dionisia Figueroa y Figueroa, hermana gemela de Casilda quien a su vez había contraído con el hermano mayor de su marido llamado Manuel, y que ocuparon las casas del Morro del Viento, heredada por sus esposas las cuales habían nacido el cuatro de abril de 1829. Seis hijos vinieron al mundo producto de esta unión pero solo dos llegaron a la mayoría de edad, Manuel y José María Cabrera Figueroa. Los huesos del primero de ellos descansan en el cementerio de Taguasco en la provincia de Sancti Spíritu en la isla de Cuba y los del segundo en algún lugar del cementerio municipal de Tinajo en donde fue enterrado en la primavera del año 1949.