Don Juan Curbelo y su cuervo parlante

Por Agustín Cabrera Perdomo

cuervo

En los límites del pueblo, donde llaman Los Rostros y casi lindando con los campos de lava del Volcán Nuevo, vivió frugalmente de su trabajo y esfuerzo, el labrador don Juan Curbelo Rivera en compañía de su mujer, sus hijos y un altivo cuervo al cual, el señor Juan Ramírez – así se le conocía en toda la Isla- había enseñado a articular palabras en cristiano.

La razón de este relato, no es precisamente resaltar las virtudes, que como hombre de campo el señor Curbelo poseyó sin duda, sino; para recordar lo más pintoresco de su paso por la vida, que fue entre otras, la rara habilidad que tuvo para enseñar el habla humana al ave más ceniza de las que poblaban la isla en aquellos no tan lejanos tiempos.

El primer enlutado y emplumado pajarraco que le entretuvo y acompañó hasta el año1952 y al cual, en una aciaga tarde, por confianzudo; un caballo que no estaba ese día para oír como un cuervo hablaba como la gente le soltó tremenda patada, que mandó al pobre cuervo a contar sus andanzas a los confines del paraíso de los loros y demás aves charlatanas.
Aquel violento tránsito a la otra vida del cuervo hablador, le costó a señor Juan Curbelo quince días de cama, según contaba en Abril de 1955 su mujer, pues por lo que decía; era grande la arregostura que le tenía al cuervo aquel buen hombre. Poco tiempo después, su hijo mayor le consiguió un nuevo ejemplar al cual después de una agotadora persecución logró atrapar en una cueva del cercano y piquiento volcán.
A los tres meses de su captura, el nuevo discípulo ya articulaba con cierta soltura algunas palabras por obra y gracia de las pacientes clases que le daba su propietario y cuyos progresos, premiaba don Juan con la exquisita fruta pasada de las higueras que crecían en los chavocos de aquel malpei.
-!Ven acá ven: toma!-, le repetía incansable señor Juan al cuervo en aquellos lánguidos y sangrientos atardeceres de Tinajo. Contaba entonces don Juan con setenta y un años.

Cuando la noticia de la existencia del nuevo cuervo parlante se propagó por todos los rincones de la isla, las visitas a Tinajo se reanudaron, llegando a su casa multitud de personas con la novelería de ver y oír aquel ilustrado bípedo hablando en la lengua de don Isaac Viera.
En una de aquellas interminables esperas para oír las locuciones del cuervo, cuando ya iba para dos horas de vigilia y con unos visitantes de alto copete a punto de coger el camino de vuelta decepcionados por el silencio del puñetero cuervo, oyeron al fin que el animalito largaba algo por su piquito: !Juan!, ¡Juan!, ¡Juan!, se le oyó por fin decir con voz fuerte y clara.

El vocablo Juan, es lo más parecido al graznido natural del cuervo, y como éste se dilatara un poco más en tomar de nuevo la palabra, la gente farfullaba y comentaba por bajini aquello de: -¡pa este viaje no hacían falta alforjas!-, pues poco les pareció a los protestones, que el cuervo pronunciara claramente el nombre de su dueño y del Santo Evangelista.

Pasados algunos minutos; el nombre del ínclito Generalísimo de los Ejércitos y de Todas las Españas Liberadas, resonó por todo aquel patio como en las concentraciones patrióticas de la Plaza de Oriente, en los últimos coletazos del anciano régimen:
-¡FRANCO! ¡FRANCO! ¡FRANCO!- resonaba estridente aquel nombre cuyos ecos se tragaba la negrura de la petrificada lava que los rodeaba. Y a ver quien era el guapo que mandaba callar a aquel incondicional de la causa del Movimiento con el celo patriotero que regía en aquellos tiempos.
– Con esa cantinela – decía don Juan – se despierta el cuervo de madrugada, y no se calla hasta que una de mis hijas se levanta y le prepara un revuelto con las sobras del potaje del día anterior y un par de puños de gofio de millo-.
Ya con el buche lleno, el cuervo aminoraba su impertinente y entusiasmada adhesión al entonces Jefe del Estado, o bien cambiaba de tema y se volvía a dormir con el resto de la familia
.
Cuentan que en otra ocasión, fue también aquella reiterada alusión al Invicto General, el soliloquio de aquella tarde, y fueron también unas buenas lentejas revueltas con gofio, las que obraron el milagro de que aquel inteligente córvido, cambiara el pobre argumento de su soflama franquista.

En conclusión, aquella tarde, el pobre pájaro agotado de tanto palique, de tanto curioso y de tanto mirón, dijo con la seriedad que ya de por si implicaba su negra naturaleza: ¡Padre, ven acá, ven!. Y don Juan como si de un padre se tratara para aquella criatura, se acercó a la jaula y acarició su negra y casi desplumada cabecilla triste. El cuervo, no volvió a pronunciar palabra en todo aquel día, aunque alguien dice que se le oyó tararear cuando trasponía de la mano de su dueño aquello de: ¡Cara al sol, con el plumaje negro! Aunque creo sinceramente que más bien esto último fueron exageraciones de la gente

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Categorías: Leyendas, Tajaste | Deja un comentario

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