El penúltimo concierto

Por Agustín Cabrera Perdomo

 

A mediados de la década de los cincuenta, concluyeron las actuaciones de la Banda Municipal de Música de Arrecife. Había sido su director musical don Fernando Beitiz y Ruiz de Antoñanzas, aunque de hecho en sus públicas actuaciones la conducía sabiamente don Francisco Castellano. La mayor parte de las calles de Arrecife eran de un adoquinado de piedras irregularmente labradas y tierra bermeja que el viento levantaba en remolinos polvorientos.

La aristocrática estampa de don Fernando, con zapato y pantalón blanco, chaqueta azul con escudo heráldico bordado en el bolsillo y porte distinguido. no estaban acordes con el entorno capitalino de entonces. Además de profesor y director de la Banda, don Fernando abrió en la calle Alférez Cabrera Tavio una academia donde daba clases particulares a jóvenes alumnos para prepararlos para el ingreso en el Instituto de Enseñanza Media. Solo en el recuerdo de algunos permanece la importante labor pedagógica llevada a cabo por don Fernando Beitiz. La sede de la Academia de Música, estaba en La Puntilla, precisamente en la calle Academia. Recuerdo que enfrente, por la calle Liebre tenía alquilado un almacén, un tal señor Lehman, un alemán que había combatido con la Legión Cóndor en la Guerra Civil Española y que terminada la II Guerra Mundial recaló por Arrecife donde residió muchos años hospedado en la Pensión Vasca. Murió en Alemania en los primeros años de la década de los ochenta, pero sus cenizas según su deseo fueron trasladadas a la isla y arrojadas al mar frente a Arrecife, hubo incluso salvas de ordenanza efectuadas por un capitán de aviación y sus incondicionales amigos regresaron a tierra con la certeza de haber cumplido los deseos del viejo militar alemán.
Una tarde Pedro de armas y yo que éramos alumnos de música de la dicha Academia de Música siendo niños todavía, lanzamos algunas piedras por encima del muro del dicho almacén del señor Lehman, cuando de pronto, se habré la puerta y salen aquellos cada dos metros de alemán hecho un basilisco, Pedro, como corría hacia atrás pudo escapar pero a mí no me dio tiempo de darme la vuelta, me agarró y me llevó en volandas al cuartelillo que estaba cerca, en un descuido del teutón, me puede revirar como una panchona y pude liberarme de aquellas enormes manos pero dejando los botones de la rebeca que llevaba puesta frente a la puerta del cuartelillo. A Pedro de Armas, no sé, pero para mí, quedó interrumpida mi incipiente carrera musical, pues no volví a rozarme por allí sino para decir adiós y devolver una flauta travesera que me habían dejado para practicar en casa.
Aquella entrañable agrupación musical, animaba desde el Quiosco, con más entusiasmo que maestría los paseos domingueros del Muelle Chico y participaba con su presencia en los acontecimientos más importantes del Arrecife de aquellos tiempos. Uno de los últimos que recuerdo, fue con motivo de la llegada del agua desde las galerías de Famara hasta Arrecife.
Entre los actos celebrados con tal motivo, el más importante fue la solemne inauguración y bendición, de una tosca fuente de cemento y piedra de volcán construida en la explanada del Muelle de Las Cebollas, junto al Quiosco para conmemorar aquel histórico acontecimiento. (Hoy diríamos evento.) Cuando todo parecía estar preparado para iniciar la ceremonia, la Banda, desde lo alto del viejo Quiosco de la Música, atacó antes de tiempo el Himno Nacional. Las causas de aquellas prisas, se debieron a que, el Cabo Parrilla; había quedado con otro celador, que le haría una seña para que cuando la recibiera avisara al director de la orquesta para acometer el Himno. Pero no sé si por los nervios del Cabo Municipal o por la mala vista del avisador, lo cierto es que la banda comenzó a tocar antes de tiempo. La idea de la seña, fue de Parrilla, ya que el gentío que había acudido al Muelle Chico fue tremendo y las comunicaciones con tanto personal de por medio eran difíciles. El malentendido, lo subsanó Castellano con un enérgico ¡fuera! ¡fuera! y sendos cortes en el aire con su batuta.
Por fin las lánguidas notas de la Marcha Real sonaron de nuevo y a su debido tiempo, mientras; don Lorenzo Aguiar Molina párroco de San Ginés, hisopo en mano; bendijo la fuente, el agua y todo lo que se le puso a tiro, mientras; la Banda continuaba interpretando con entusiasmo, pasodobles y otras piezas de moda en la época, con la profesionalidad que le caracterizaba en una de sus últimas y más recordadas actuaciones.
Los maestros que la componían, y que dotaron de alma y solera musical al viejo Quiosco, fueron entre algún otro que quizás olvide: Francisco Castellano, que además de tocar el saxo, era el director ejecutivo, Manuel Castillo, saxo. Benito Artíles, que tocaba el bombardino. Pancho y Benito Adolfo Spínola González, saxo tenor y trombón de vara. Manuel Perdomo Spínola, clarinete. Pepe García Márquez, clarinete. Vicente y Agustín Torres García, saxo y clarinete respectivamente. José A. Santana Toledo y su hermano Manuel, el bajo y el trombón. Pedro Guadalupe, trompeta. Mateo Saavedra, trompeta.
Serafín Perdomo, la trompa. Andrés Sanginés, el fiscorno. Gerardo Cabrera, el virtuoso pianista, le daba a los platillos. Y Marcial Robayna y Arnaldo Castellano le sacudían al tambor. Todos ellos con su buen hacer y maestría: llenaron aquella luminosa Generalísima Avenida de la Marina con las alegres notas de la música de entonces.
Aquel templete de estilo indefinido, construido a principios de siglo por el maestro carpintero don Ildefonso Lasso, cuando don Rafael Ramírez Vega ostentaba la presidencia del Cabildo Insular de Lanzarote, fue demolido a finales de la década de los cincuenta, siendo alcalde de Arrecife don José Ramírez Cerdá, nieto de quien lo mandara construir sesenta años antes. No recuerdo que la desaparición del viejo Quiosco, desatara ninguna polémica ciudadana, pues los motivos esgrimidos entonces por las autoridades para justificar su derribo, fueron los de dar paso a la modernidad y al progreso que se intuía cercano, y también, para acabar la última fase de la construcción del Parque Municipal obra del arquitecto don José Enrique Marrero Regalado y la inestimable colaboración del arrecifeño don Gregorio Prats Armas.
Aquel humilde templete de recias maderas y cubierta de zinc que nos parecía entonces eterno e indestructible, cayó inexorablemente, actualmente. hoy se ha visto suplantado por un soberbio y monumental duplicado de maderas nobles y primorosa ejecución, que vimos renacer lentamente hace ya unos cuantos años.
Dados los tiempos que vivimos, creo que esta vez ha nacido un Quiosco sin vocación de cantina y menos para desde su elevado estrado, amenizar multitudinarios paseos domingueros con orquesta o banda de música, pues son éstos: tiempos de otras modas y costumbres, donde la tecnología sonora es la reina que amplifica hasta la locura las modernas músicas de hoy.
El nuevo y flamante Quiosco de la Música, será para los menos: el recuerdo de lo que significó una época pasada y entrañable y para los que no comprendan por la edad o por el origen, el significado del nuevo Quiosco actual, esperemos que sea al menos: lo que los nuevos ciudadanos de Arrecife quieran que sea.

Nota: desde estas líneas, mi agradecimiento a los amigos don Vicente Torres y don Andrés Sanginés por su inestimable colaboración.

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