Por Agustín Cabrera Perdomo
En el año de mil ochocientos treinta y tres, concretamente el día primero de octubre, don Juan Pío y su Mujer, doña Dominga Pérez, redactan sus memorias testamentarias a través del notario público don Antonio Porlier.
Era don Juan Pío, natural de la Isla de Tenerife, concretamente de la capital de aquella hermosa isla, Santa Cruz o Añaza que fue el nombre con que los aborígenes conocían aquel lugar donde mas tarde se fundaría la que hoy es hermosa capital de la isla. Había nacido don Juan en el Año 1767, y aunque no conozco la fecha exacta de su venida al mundo y posterior bautismo, es solo y es mucho lo que sabemos de su mencionada naturaleza tinerfeña por la referencia que el hace de su persona, ya que en dicha memoria testamentaria, se refiere a si mismo expresándose en los siguientes términos: Yo, el Juan Pío de la Iglesia de La Concepción de Santa Cruz de Tenerife de donde soy natural…. . y en otros documentos en los cuales don Juan Pío se confiesa como hijo de la Pila del Puerto y Plaza de Santa Cruz de Tenerife y vecino del lugar de Tinajo, a donde debió llegar muy joven ostentando el cargo de Alguacil real como se autodenomina en algunos legajos de su puño y letra. En uno de estos documentos, fechado el cuatro de diciembre de mil setecientos noventa y siete, cuando don Juan aún no había cumplido los veinticinco años, firma una instancia para que a quien correspondiese se sirviera habilitar a don Roque de Umpierrez para que le representase y pidiese el necesario consentimiento ante el Párroco de Tinajo y poder así efectuar el matrimonio que había acordado con doña Dominga Pérez, señora con la cual contrajo matrimonio probablemente en ese mismo año.
En la falda de la montaña de Tinajo, en la vertiente que da al naciente, se estableció don Juan, en una casa que probablemente fue construyendo a medida que las necesidades domesticas se lo fueron requiriendo y que todavía entre los más viejos del lugar y entre los cuales me incluyo, se la conoce como la casa de don Pepe Pío, quien fuera biznieto de ya mencionado don Juan y último descendiente directo de esta familia que habitó aquella ejemplar casona fabricada al estilo tradicional de las viviendas de los hacendados de la época. La hermosa casa, ofrecía su irregular frontis principal al naciente, una armonía casi perfecta, componen sus volúmenes rectangulares que aún hoy y pese al deterioro salta a la vista. Dos muros bajos conformaban unos parterres rectangulares que flanqueaban la entrada principal y como era tradicional en las típicas casas de Lanzarote, una separación entre dichos espacios a la altura de la puerta principal nos acercaba hasta ella y franqueándola; ingresábamos al patio central en torno al cual se ubicaban todas las habitaciones de la casa. A mano derecha se hallaba el recibidor desde el cual se accedía a un dormitorio que fue en los últimos años, la alcoba de los dueños de la casa, ventilaba al patio a través de un postigo alto, un tragaluz que dejaba pasar el sol durante las mañanas. En el ala izquierda había dos habitaciones más de doble altura, a las cuales se llegaba directamente desde dicho patio, accediéndose a las altas a través de una escalera de piedra con su pasamano de madera y rustica balaustrada del mismo material. El pavimento de las habitaciones altas era de madera sobre vigas de tea. A una de estas dependencias, a la que daba al camino, hoy calle Juan Betancort, se la conocía como el gabinete, y posiblemente recibía esa denominación por que estaba dedicada a una especie de despacho donde se ordenaban y guardaban los papeles de la casa, léase escrituras recibos y demás documentos, incluso los libros que don Juan confiesa tener y que cede en su testamento a quienes mejor pudiesen interesar. Frente a la entrada principal y al fondo a la izquierda, se encontraba la cocina, la cual contaba con dos hornos y los muros y poyetes para los trabajos culinarios; una chimenea en la cubierta intentaba evacuar los humos que producían los combustibles de aquellas épocas pasadas como era la leña de los bobos o leñeros, de los carosos de las piñas del millo una vez secos, así como las varas secas de las viñas e incluso los troncos del tabaco ya despalillado. Era bastante amplia esta importante pieza donde hollines centenarios cubren sus viejas paredes testigos mudos del quehacer culinario de una época. Tenía también acceso desde el exterior a través de una puerta en la fachada sur, y por la cual se llegaba al lavadero, y a una explanadita en alto donde se acumulaba la leña para el hogar. A continuación y junto a la cocina, una estancia alargada y también de doble altura a la cual se llegaba a través de un hueco situado bajo el balconcillo en que terminaba la escalera que llevaba al sobrado, era la habitación de desahogo de la casa y de ahí le viene ese nombre tan nuestro como es el de sobrado. El balconcillo de madera lucía una original y armoniosa carpintería y sostenía el pasamanos sobre un entramado en forma de la cruz de San Andrés, desde allí se oteaba la parte nororiental del pueblo y la fulgurante salida del Sol por los acantilados de Famara.
Ocupando parte del patio central, estaba el aljibe donde se recogían las aguas de lluvia que canalizaban las cubiertas hasta allí y que eran las que se usaban para el consumo domestico. Dicha aljibe, estaba argamasada con cal y arena, y cubierta con los típicos arcos de piedra y en cuyos arranques se construyó un muro perimetral que delimitaba la aljibe y que luego se rellenaba con tierra para ser usado como un gran macetón en el cual crecían multitud de plantas ornamentales y creo recordar una frondosa buganvilla.
El acceso al preciado líquido se lograba a través de un brocal de madera y con el típico balde metálico con el que se guindaba el agua dándole un geito mañoso que era indispensable para no revolver el fondo cuando el agua que quedaba era poca y por tal motivo, por la escasez del preciado liquido, la concienciación que había con el gasto del mismo era tal, que los niños ya nacían con la impronta en sus genes de no malgastarla. Sigamos recorriendo la casa que pronto será el único recuerdo escrito de su existencia; a través de una puerta lateral, se accedía a otras dependencias, las ya propiamente dedicadas a las actividades y labores del campo como eran la bodega y el lagar que daban al llamado corral de pajeros, el cual normalmente solía estar delimitado por muros de piedra seca, pero que en este caso se terminó amurallando con un grueso paramento semicircular de piedra y barro y encalado con mortero de cal y arena y que todavía; aunque bastante deteriorado, se conserva en pié en un tramo bastante grande. Una enorme viga cilíndrica sobresalía del lagar y que servia para prensar la uva que durante la vendimia, llegaba en camellos hasta la era, a través de una ventana que se abría directamente al lagar, donde era pisada por los operarios y donde posteriormente se colocaba el cestón para que el peso de la viga hiciese el trabajo de prensar y terminar de escurrir la malvasía. En esta zona estaba el segundo aljibe de la casa al que llegaba el agua de la era y las cubiertas de los almacenes y gañanías. El uso que se daba a esta agua era principalmente para los animales, regar los canteros y contar con una reserva para los años de sequía y escasez. Mas hacia el poniente, casi en los inicios de la falda de la montaña, y separadas unos metros del cuerpo principal de la casa, estaba el pajar y las gañanías, las cuales cerraban y protegían el flanco sur de la era a la cual se accedía desde la casa, a través de un portón, cuyo dintel estaba coronado con el típico crucero que ostentaban muchas casas del pueblo, como si sus dueños quisieran reafirmar con este símbolo, que allí vivían cristianos
La mencionada ladera de la montaña y hasta el filo de la misma, también formaba parte del patrimonio de la familia, estaba surcada con una serie de cortes y acequias que hacían que las aguas de las escorrentías se derivaran a otros aljibes que estaban al otro lado del camino, los cuales, en años de lluvias abundantes, se solían llenar garantizándose así el suministro del precioso liquido para los años de sequía, cosa que solía ocurrir un año si y otro también, no que se llenaran sino que fuese la falta de lluvias lo mas normal. En los terrenos al Norte y cercanos a la casa una docena de tuneras o nopales, surtían en verano a la casa, de los sabrosos tunos o higos picones; catalanes blancos y colorados y cuando era mucha la cosecha una parte de ellos se destinaban a la elaboración del higo porreto, deliciosa transformación que se lograba poniéndolos a secar y que con un cuidadoso proceso se lograba un manjar del cual hoy su sabor, casi solamente está en el recuerdo de nuestras papilas gustativas.
Observaran que en la descripción de la vivienda obvié la parte que se destinaba al aseo y a las necesidades fisiológicas y es que en aquellas lejanas y no tan lejanas fechas, el baño como hoy lo concebimos era impensable, inimaginable; era la pieza de la casa de menor importancia en aquellos tiempos. El baño prácticamente no existía, posteriores reformas ya bien entrado el siglo XX, habilitaron un hueco para ello, pero la primitiva casa solo tenia un retrete compuesto por una especie de asiento de madera al que se le había practicado un circulo y que daba directamente al pozo negro. Los más sofisticados contaban con una tapa del mismo material que se ajustaba al hueco una vez que las necesidades hubiesen sido realizadas. Eran excusados de lo más ecológicos, no gastaban agua y cuando alguna vez había que limpiar los pozos porque se llenaban, aquellos ya históricos excrementos eran inmejorable estiércol para las fincas menos productivas.
En cuanto al aseo personal, al aseo diario, se usaban unos lavaderos, armazones de madera mas o menos artísticos, los cuales soportaban una palangana y un jarro para el agua, Allí se aseaba el personal lavándose la cara y las manos, el resto del cuerpo lo hacían los mas pudientes una vez a la semana y para ello se destinaba en la casa un cubículo en donde había un recipiente que se colgaba de una alcayata de pared y que era lo mas parecido a una ducha, se llenaba de agua y con un grifo que tenía antes de llegar al cono o bombilla agujereado del cual salía el agua con bastante pereza pero suficiente para cumplir aquella sana y revivificante función semanal. Muchas otras casas carecían del descrito retrete independiente con asiento de madera y era simplemente en un corral donde se realizaban las aguas mayores y menores. Una simple tacha o una verga colgada de lugar estratégico hacían de soporte para el papel higiénico de entonces que consistía en hojas de periódicos recortadas en el tamaño adecuado.
Actualmente la casa está prácticamente en ruinas y aunque está declarada por Patrimonio como edificación a proteger, el deterioro es ya irreversible y es descorazonador ver día tras día, año tras año, como la acción de los elementos va desmoronando sus nobles muros y como las viejas maderas de sus techos podridas irremediablemente apenas pueden soportar el peso de la torta que las cubre. En algunas estancias, la luz del sol las ilumina ya directamente a través de los hundimientos que ha sufrido su techumbre.
Una relación muy estrecha tuvo don Juan Pío con la Iglesia en Tinajo, al igual que con las demás instituciones locales pues debió ejercer algún desempeño oficial dentro de los cargos seglares, como podía ser el de Sacristán o Sochantre. En un documento fechado el cuatro de Diciembre de mil setecientos noventa y ocho, ostentando el cargo de cura rector de la parroquia de San Roque, don Pedro Cabrera Guarte comunica por escrito a la mujer del difunto Juan Luís Duarte, que según dejó dicho el mencionado difunto; su entierro se debería hacer en su parroquia cosa que la mujer y coherederos al parecer no estaban dispuestos a hacer. Estaban en juego los cuarenta pesos que costaba el entierro. A continuación de este comunicado, don Juan Pío escribe y firma lo siguiente: Yo Juan Pío, ministro de la Iglesia en cumplimiento de lo dicho, pase por la casa del difunto Juan Luis Duarte y le notifiqué a la viuda Catalina Pérez y demás consortes a quien se les leyó…. Y quedaron enterados de su contenido. Esto lo firma Juan Pío, y por testigos pone a don Clemente Pérez y a don Juan Melo.
En la dicha memoria testamentaria que hace don Juan en unión de su esposa doña Dominga Pérez, declaran como sus herederos universales a sus dos únicos hijos, a don Andrés y don Valentín Pío Pérez. Muy pronto don Andrés decidió seguir la ruta de muchos de sus compatriotas y emprendió su particular aventura por las nuevas tierras americanas y don Valentín, aunque casado vivía con los padres en la casa de estos, y que para ser más preciso en esta parte del relato, opto por transcribir literalmente los párrafos del dicho testamento que tengan cierto interés para el conocimiento de nuestra gente en épocas pasadas.
Declaramos haber sido casados y velados in Facie Eclesia de cuyo matrimonio tuvimos y procreamos a nuestros hijos a Andrés hoy ausente en America y a Valentín que aunque es casado está en nuestra compañía; también declaramos no haber aportado a nuestro matrimonio cosa alguna, lo que declaramos para que conste.
Declaramos que cuando nuestro hijo Andrés se fue para America, le dimos para su fletamento y habilitación ciento y sesenta pesos, parte en efectivo y parte en genero para sus ropas según más largamente consta de el documento que se halla entre nuestros papeles; por lo que mandamos que el referido Valentín nuestro hijo se iguale con esta cantidad y en lo que no se verificare no entre en parte en nuestros bienes el referido Andrés nuestro hijo, que así es nuestra voluntad.
Declaramos que cuando casamos a nuestro hijo Valentín con María Hernández, no le dimos cosa ninguna, lo que declaramos para que conste. Don Valentín se había casado con doña Antonia Hernández, hija de don Rafael Hernández Cabrera y doña Justa Fonte Aguiar, quienes embarcaron con cinco hijos para la provincia de Montevideo, el ocho de abril de mil ochocientos cuarenta y uno, hacinados en el barco de don Florencio Arata Bachicha según consta en el Status Animarun realizado por el Rvdo. Don José Cabrera Carreño, y que no tenemos noticias de cómo llegaron a su destino, en fin la misma historia que hoy pero al revés. Declaramos que durante nuestro matrimonio, hemos agenciado todos los bienes que poseemos los que son notorios y conocidos por nuestros hijos e igualmente constan de los documentos los que se hallan en nuestros papeles a los que nos remitimos, declarémoslo para que conste.
Declaramos igualmente que después del viaje de nuestro hijo Andrés hemos comprado algunos bienes en la compaña de Valentín nuestro hijo; y atendiendo que a no haber sido la compaña de este hijo, nunca hubiéramos adelantado cosa alguna, por hallarnos ya en una edad avanzada y enfermos habitualmente; debiendo decir que a su solicitud y cuidados le debemos este adelanto de nuestros bienes, en esta virtud mandamos que en todo lo que se verificare haber sido adquirido después del viaje del referido Andrés hasta nuestro fallecimiento no tenga que entrar en parte alguna el dicho Andrés, sino que todo se lo dejamos desde luego al referido Valentín, pues así es nuestra voluntad.
Declaramos tener en esta casa de nuestra habitación, dos imágenes con sus nichos una de nuestra Señora del Rosario y otra del Señor San José, las que desde luego dejamos al tiempo de nuestro fallecimiento al Venerable Cura Párroco de nuestra Parroquia don José Cabrera Carreño, para que el les de el destino que fuere de su voluntad; como igualmente libros que tenemos en nuestro poder para que dicho señor los reparta con aquellas personas que fuesen más aplicadas a las letras , atendiendo siempre los de mayor necesidad siendo preferido mi hijo Valentín en el caso que ya dejamos dicho, pues así es nuestra voluntad. Estos párrafos anteriores, aparte de la devoción cristiana que como norma era habitual en su casa, lo que corrobora la existencia de dos imágenes religiosas y que junto con la presencia de algunos libros indican también un cierto grado de cultura en la persona de nuestro protagonista, pues contados eran en aquellos años los que sabían leer.
Declaramos no deber a nadie cosa alguna pero si se presentaren documentos que se justifique que somos deudores mandamos a nuestros herederos: paguen de nuestros bienes como también cobren algunas cantidades que constaran por documentos debernos diferentes vendedores, pues así es nuestra voluntad.
Declaramos y mandamos que al tiempo de nuestro fallecimiento, el que sobreviviera, gozará el tercio de los bienes que por mitad corresponde a cada uno de Nos, o lo que la ley nos permita, pero con la condición de no poder venderlos ni en manera alguna enajenarlos para que luego recaigan en nuestros hijos de la manera referida pues así es nuestra voluntad.
Considerando que por la ausencia de nuestro hijo Andrés se deberá formar inventario de nuestros bienes usando de las facultades que el derecho nos concede, elegimos y nombramos por jueces testamentarios a don Julián Cabrera parrilla, a don Juan Cabrera parrilla, vecinos de este pueblo de Tinajo, quienes se acompañaran de las personas que gustasen para hacer las veces de Escribano y para que autoricen todos los actos y diligencias que sean indispensables confiriéndoles a todos y a cada uno de por si todas las facultades necesarias y en su consecuencia prohibimos a todas las autoridades que de nuestra causa deban conocer tomen el mas leve conocimiento de los indicados actos y diligencias que los anteriores tengan a bien formar relevándolas de cualquier responsabilidad que por sus defectos pudieran incurrir pues tenemos entera confianza de la integridad exactitud de los enunciados; lo que así se guarde cumpla y ejecute por ser así nuestra última y deliberada voluntad.
Y para cumplir todo lo piadoso que contiene este nuestro testamento, nos; elegimos y nombramos por nuestros albaceas testamentarios a cada uno de nosotros y en particular, y al Sargento Josef María Cabrera vecino de este pueblo, a quienes conferimos amplio poder con cláusula de in solidum, para que luego que fallezcamos se apoderen de nuestros bienes, cumplan y paguen lo que dejamos dispuesto durándoles su en cargo el año Legal y el más tiempo que necesitaren pues se lo prorroguen.
Cumplido y pagado todo de la forma que llevamos declarado teniendo presente la cláusula de este nuestro testamento que habla de la dejación que nos hacemos a cada uno de nos, en el remanente de nuestros bienes, muebles, raíces, otras acciones y futuras subacciones elegimos y nombramos como únicos y universales herederos a nuestros dos hijos Andrés y Valentín atendiendo igualar lo que ya tenemos declarado acerca de la mejora de Valentín de los bienes que hemos adquirido después de la ausencia de su hermano. Para que todos los hay y gocen con la bendición de Dios y la nuestra.
Así terminan las últimas voluntades de los fundadores de esta familia de arraigado nombre en Tinajo, y puedo decir sin temor a equivocarme, que todos los que llevan ese apellido de primero o de segundo, son descendientes de aquel matrimonio que se estableció en estos lares a finales del siglo XVIII.
Don Juan Pio y doña Dominga Pérez tuvieron dos Hijos Valentín y Andrés; el primero de ellos fue casado con doña María Hernández Fonte el 22 de Octubre de 1831, y el segundo no sabemos nada de él pues emigró a las Américas. Los hijos de don Valentín y de doña María, fueron: Julián, Andrés, Rafael, Juana, Isidra, Dominga y Casimira. El primero de ellos, que había nacido el siete de enero de mil ochocientos cincuenta y cuatro, se casó en Tinajo en 1879 con doña María Jesús Franquis Gil , oriunda de Fuerteventura e hija de unos venteros que se establecieron en Tinajo. De esa unión nacieron cinco hijos: Cipriano José. Consuelo, Valentín y Teresa Pío Franquis.
El segundo hijo de don Valentín, don Andrés Pío Hernández, se casó en 1870 con doña Ana Duque Tejera, de cuyo matrimonio tuvieron diez Hijos que fueron: Silverio Valentín, Mariana, Pedro, Juana, Josefina, Ana, Andrés y Adolfo, los cuales nacieron entre 1871 año en que lo hizo el primero y 1877 año en que nació el último.
El tercero llamado Rafael de momento solo se que nació el17 de mayo de 1960. La siguiente fue una niña a la cual pusieron el nombre de Juana Bibiana, quien contrajo matrimonio con don Alejandro Martín Tejera, quienes trajeron a este mundo a Manuel, a Domingo, a Antonino, a Mónica y a Aniceta.
El quinto, el sexto y séptimo vástago de don Valentín Pío y Hernández, fueron hembras; las cuales fueron bautizadas en la Iglesia de San Roque con las gracias de Isidra, Dominga y Casimira, a las cuales cuando cumplieron las edades de merecer recibieron las bendiciones y el permiso de sus padres para contraer matrimonio canónigo con los siguientes y afortunados señores: doña Isidra con don Isidro Martín Tejera, doña Dominga con don Antonio Ferrer Rodríguez y doña Casimira con don Antonio Morales Cabrera. Estas tres familias engendraron a su vez a los Martín Pío, a los Ferrer Pío, y a los Morales Pío. Los hijos de Isidro e Isidra fueron: don Cristín, don Sebastian, don Vicente y don Julián Martín Pío. Los de don Antonio Ferrer y doña Dominga Pío fueron don Antonio, doña Dominga y doña María Dolores Ferrer Pío y por último los de don Antonio Morales y doña Casimira Pío: don Andrés Bonifacio, doña Benita, doña Paula y don Bartolomé Morales Pío. Seguir enumerando descendientes de don Juan y doña Dominga sería demasiado largo y tedioso para los posibles lectores y no es ese el objetivo que se pretende, lo importante ha sido recordar los orígenes de una familia de tanto arraigo y tradición en este pueblo de nuestros amores y pecados.
NOTA: Para Fátima como recuerdo de su última estancia en Tinajo 16 de julio de 2014.