Por Agustín Cabrera Perdomo
Perder una tradición de siglos podría parecer a algunos una hecatombe, una tragedia, una desgracia, una irreparable pérdida de identidad o cualquier otra capullada a la que nos tienen acostumbrados muchos vigilantes de la pureza virginal de nuestro acerbo cultural incluido el nacional sindicalista. La práctica de esta tradición perdida a la que voy a referirme, fue una que cuando niño, hizo que me mease en la cama más de una vez.
Por eso me alegro de su pérdida por la semisalvajada que era. Como también me parece que estoy colocando unos rollos demasiado largos, lo dejo para contarlo en una próxima colaboración.
Continuará