Las Funciones de Teatro

Por Agustín Cabrera Perdomo

 

Durante las Fiestas Patronales de San Roque y Los Dolores, se celebraban en el salón de baile de La Sociedad Círculo de Amistad 7 de julio de Tinajo, alguna que otra puesta en escena; una pieza teatral, un sainete o entremés que interpretaban aficionados actores naturales del pueblo. En otras muchas ocasiones era un desfile de variedades lo que se representaba sobre las tablas de aquel pequeño y algo cutre escenario.

Estos musicales de andar por casa y que mi madre, siguiendo la tradición familiar por las artes escénicas, ponía a medio Morro y medio pueblo en la frenética actividad de ensayos, confección de decorados, pruebas de vestuario y todo lo que conllevaba montar aquel pequeño espectáculo de variedades, principalmente musicales. La antigua sede de la Sociedad Circulo de Amistad 7 de julio de Tinajo se prestaba para aquellos actos que fueron de recreo y ocio para todos los que lo vivimos, pues contaba con un salón de actos y un pequeño pero suficiente escenario que se comunicaba con un también minúsculo camerino donde durante el tiempo que duraba la función, se hacinaban actores, actrices, músicos, donde -no sé como- se preparaban para la actuación, y que también para colmo, el salir a escena implicaba salvar un metro de desnivel a través de una renqueante escalera de madera. El foyer era un enorme patio que servía de pista de baile en las verbenas veraniegas, tenía también una tarima de cemento para los músicos al «soco» de la pared del naciente, era esta la parte más fresca de la Sociedad Siete de Julio de Tinajo. El salón de baile o de actos, tendría una longitud de unos veinte metros de largo por cinco de ancho, rodeado en casi todo su perímetro por unos estrechos bancos tapizados en un terciopelo rojo desteñido los cuales aguantaban las posaderas de las sacrificadas madres que acompañaban a los bailes a sus hijas a conocer a pretendientes y posibles futuros maridos. En la parte trasera del mismo, una puerta daba acceso al Cuarto de Señoras lugar del que no puedo hablar ya que nunca se me ocurrió franquear aquella puerta solo autorizada para mujeres. Siguiendo la terminología teatral, el «ambigú» estaba a la izquierda del edificio y no era más que una lúgubre cantina a la cual se accedía desde la calle y que a través de una puerta interior, se llegaba hasta el zaguán o distribuidor que te dejaba en el mencionado patio-foyer, previo riguroso pago de la entrada. Pero volviendo al objetivo de estas letras, que es intentar narrar una de aquellas irrepetibles funciones celebrada durante un verano de un también indefinido año de la segunda década de los cincuenta. Alguno de los números musicales que con fervoroso entusiasmo acogía aquel público ansioso por divertirse y que aprobaba con sus aplausos aquellas memorables actuaciones y que más bien creo que aplaudían la buena voluntad de los intérpretes que ponían todo su entusiasmo en ello, ya fuese en la pieza teatral, o en los inenarrables números musicales que sacaban de la rutina diaria a los asistentes. Para muchos de ellos, era esperado feliz y solaz acontecimiento de los veranos en aquellos difíciles años.
De recuerdo inolvidable fue la interpretación de la entonces joven y guapísima Gloria F. P., cantando aquello que; sobre los desastres ocurridos en la casa y dominios de una opulenta Baronesa, a quien a su regreso de un largo viaje, la servidumbre daba las novedades de lo que había ocurrido en su palacio durante su ausencia. «No hay novedad señora Baronesa», fue una composición francesa de 1930 adaptada y grabada por primera vez en España en 1942, y que a pesar de lo medio ramplona que era su música; Gloria hizo de ella una interpretación magistral. Por si alguien pudiese recordarlos escribo los primeros párrafos de la letra. «No hay novedad señora Baronesa, no hay novedad, no hay novedad» /sólo pasó que anoche le robaron, las perlas de su gran collar,/y que también un terremoto, / a la techumbre hizo volar….. Siguió la función y después de varias actuaciones acompañadas al piano por varias alumnas del Conservatorio de Música que estudiaban la carrera, se llego a lo que yo recuerdo como el número más delirante de la velada. Después de acabada la interpretación de «La Violetera, también con gran éxito de público, llegó el número al que hago referencia, en el cual una guapa tajasteña; Carmita C. C., emulando a Silvana Mangano; cantó el famoso y sensual Bayón de Ana, aquello de: » Ya viene el negro zumbón, cantando alegre el bayón…». Un primo mío y yo embadurnados de negro y portando unas maracas simuladas pues recuerdo que no tenían nada dentro; acompañamos Carmita en su inefable interpretación, uno por cada lado, bailando y sacudiendo sin «geito» ninguno aquellas maracas mudas entre el descojono del público en general, pues la escena debió ser de lo más delirante visto en Tinajo en mucho tiempo, yo calculo hasta que llegó la TV. Yo; después del espectáculo creo que estuve más de una semana sin ir a La Plaza por miedo al cachondeo general. Carmita; que fue la afortunada interprete de aquel numero con evocaciones caribeñas, era guapa, morena y un poco escuchimizadita pero que lucía farfantona al lado de nosotros, los comparsas, que estábamos flacos como tollos y dábamos uno tremendos saltos sin compás ni ritmo al son de una música que no recuerdo de donde salía. Terminamos el número escurriendo gruesas gotas de sudor negro debido al tinte con el que nos habían transformado en negritos cariocas. Carmita salió muy bien parada de aquel trance artístico, pero mi primo y yo fuimos el hazmerreir del Morro en lo que quedó de aquel verano para olvidar, pero visto lo visto no ha podido ser. La recaudación obtenida por la venta de las entradas, siempre estuvo destinada a cubrir las necesidades más perentorias de la Iglesia de San Roque y recuerdo que la cantidad obtenida en aquel año de trabajo, dio para comprar un Petromax para iluminar la nave principal del templo.
El Petromáx, era un artilugio que funcionaba con la misma técnica que el imprescindible «infiernillo» de petróleo de las cocinas de la época. A diferencia de la también llamada «cocinilla», el Petromax, utilizaba ¿gasolina? y que a su depósito se le insuflaba aire por medio de un pistón que llevaba incorporado. La lámpara era una camisa de seda o algún otro material especial que al ponerse incandescente, producía una fuerte luz blanca. Aquel artefacto era una peligrosa bomba que pendía de uno de los tirantes del techo mudejar de la iglesia y que por medio de una cuerda y una roldana, se izaba encendido hasta la altura necesaria.
Un accidente o una explosión de aquel aparato, además de provocar un seguro incendio en el templo, rociaría con gasolina inflamada a todos los fieles que confiados a la Santa Providencia ocupaban la nave principal de la casa del señor San Roque. Pero; afortunadamente nunca ocurrió tal cosa, ni tampoco aquel antecesor de las bombillas se prendía todas las noches, solo en la Oficios Litúrgicos de las Fiestas Patronales, Navidad, Semana Santa u otras ocasiones que mereciera algún especial lucimiento. Los días normales se rezaba el rosario a la luz de un par de tristes cirios colocados en sitios estratégicos, donde don Juan el cura pudiese tener al devoto personal controlado y a la vista.

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