POR AGUSTÍN ACOSTA CRUZ
Desde la más tierna infancia nos quedó grabada en la memoria y en la retina de nuestros ojos de niños la imagen de Tinajo, así como su intrahistoria que nos fue relatada en forma de cientos de anécdotas por boca del cura don Tomás, de doña Bienvenida, de los Pereyra, y de otros muchos vecinos entrañables del pueblo. En Tinajo se diría que estuvieran centradas las imágenes más maravillosas de esta isla quemada. Y es lo cierto que en aquella época las Montañas del Fuego y la Patrona de Lanzarote abarcaban y definían, por sí solas, todas la idiosincracia conejera.
Pero existía otro motivo muy concreto que nos unía igualmente al municipio: El Santo Patrón, San Roque. En nuestra etapa adolescente y juvenil no perdimos jamás la oportunidad de embriagamos con el aire y el ambiente tradicionales de este singular pueblo. Estas fiestas fueron siem¬pre sinónimo de entrañable familiaridad, y olían a aromas auténticamente costumbristas.
Tinajo, el municipio tradicionalmente pobre económicamente, sigue siendo tan rico en paisaje como en sensibilidad. Y hoy, además, se ha ido abriendo paulatinamente al futuro, pero con el mérito de no abandonar nun¬ca sus propias raíces. Aquellas mismas zonas que ayer pateábamos para pescar o para contemplar su belleza intrínseca, están encontrando en el presente un porvenir turístico y creador de riqueza. Sin embargo el otro aditamento agrícola y su particular período de gloria tabaquera ha caído en desgracia quizás por culpa de malas interpretaciones y cuidados. Con todo, aún continúa Tinaja aportando excelentes cosechas y exquisita fruta.
Todo pueblo debe sentirse orgulloso de su tradición, y con más razón cuando ésta es tan rica como la de Tinajo. Entre los datos numerosos que nos hablan de las celebraciones y las costumbres de los tinajeros, encontramos los que refieren esos juegos familiares que son fruto de las fiestas o de los bailes de gobernadores; curanderías y santiguados para combatir males de estómago, peligrosas heridas, in-solaciones, huesos rotos, etc. Buenos amigos de este modesto pregonero, y en particular nuestro admirado don José María Godoy, han rescatado cientos de letrillas y cantares populares (la mayoría de ellos ya publicados en el libro sobre el «Sabei Popular», editado por la revista «La Voz de Lanzarote»).
Ciertamente, algunas anécdotas y leyendas que han tenido como escenario el suelo de Tinaja rozaban el encantamiento de lo maravilloso, y nos abocan a sueños sugeridores colmados de fantasía. Tal es el caso, por ejemplo, de Pedro, el pescador que inexplicablemente abandonó su tarea y murió sin revelar a nadie la causa (algo terrible debió ver o padecer entre las olas que ya le eran familiares). O la otra historia de Ana de León, viuda y alegre, que se retiró a una cueva de la Mar del Cochino para disfrutar de sus orgías: las que le dieron el nombre de Anaviciosa. Y nada digamos de las aventuras de Cabezaperro, el pirata berbérisco temido y perseguido por doquier, que enterró su famoso tesoro en la misma Mar del Cochino porque muy cerca de La Santa vivía su enamorada cristiana, que murió de pena cuando el pirata fue apresado y ajusticiado en Tenerife (corría el siglo XVIII). Más atrás en el tiempo, en los albores del cristianismo, tiene lugar la más valiosa leyenda religiosa del Archipiélago: cuando San José acude en busca de viandas para su huída a Egipto, llegan los esbirros de Herodes que asedían a la Virgen y al recién nacido. Cuenta hermosamente la tradición oral que la Virgen con el Niño en brazos, no encuentra refugio en un ganado de cabras, y en adelante a éstas les brotarían cuernos en sus cabezas. Tampoco los arropa una finca de chochos, que luego se volverían amargos para siempre. La cosecha se le volvió de piedra a un labrador que no quiso ampararlos. En cambio, otro que les ofreció cobijo bajo el basto de su camello hasta que los esbirros se hubiesen alejado, vio convertida su pobre cosecha de cebada en el mayor granero de la isla.
Toda esa sensibilidad probada del hombre de Tinajo, así como su armonía y equilibrio interior,-le ayudan a olvidar la dureza de la tierra y la incostancia del destino. Y así surgen romances tan logrados como el de «Usted que de la guerra viene», o las «Historias de la madre Angustia». U otros más recientes como el del muchacho que invocó a la Virgen del Carmen y milagrosamente pudo sobrevivir a un dramático naufragio.
En suma, todo un rosario de hechos, reales unos y legendarios otros. Pero que están ahí, para servir de memoria y de referencia colectiva para este pueblo tinajero que en estos días de fiesta recobra su juventud y su alegría para compartirla con los vecinos y con el resto de los conejeros. Aquí tenemos todos los hijos de la isla una magnífica oportunidad para que, sin perder el pulso presente, los lanzaroteños todos nos veamos hermanados con el pasado en un municipio que jamás ha perdido -como queda demostrado- el ritmo del tiempo.
Como en nuestra niñez y juventud, deseamos de todo corazón que San Roque continúe siendo aquella fiesta que olía y desprendía tradición. Afortunadamente, aquí sigue palpitando y latiendo con fuerza el alma de nuestra identidad conejera. Esa que no hay que perder jamás.