POR AGUSTÍN CABRERA PERDOMO
No creo ser merecedor de este honor que me brinda la Comisión de Fiestas del pueblo de Tinajo, para cumplir con la grata labor de redactar el Pregón de unas fiestas tan entrañables como son las Fiestas del Señor San Roque. A ellos doy las gracias al mismo tiempo que pido humildad al Patrón para que me ilumine, pues soy consciente de mis limitaciones en el difícil arte de la escritura.
Anuncio estas fiestas desde el profundo y sincero cariño que profeso a este pueblo que aunque no me vio nacer en su seno, si me ha visto año tras año recorrer sus caminos y veredas desde los ya lejanos tiempos de mi infancia.
Si ustedes me lo permiten, desearía tener un breve recuerdo para una persona muy querida para mí, que también llevó siempre a Tinajo en su corazón, falleció hace ya muchos años y fue un gran entusiasta de estas fiestas y que: a pesar de su mala salud, fue un infatigable luchador por engrandecer aquellos festejos de antaño que organizaba con los pocos medios que se contaban entonces, allá por la década de los años cincuenta, se llamaba Plácido y era mi padre.
En esta nueva ocasión que generosamente se me brinda, no voy a rememorar aquellas fiestas de antaño ni a realzar las bellezas de nuestro Municipio, tampoco hablar de la bondad de sus gente, de su clima, de su brisa y de su mar, pues sé que de esa labor se han encargado y con maestría indiscutible quienes me han precedido en este muy honorable quehacer.
Yo, intentaré rescatar desde un pasado no muy lejano y de feliz memoria, el vago recuerdo que dejaron algunos hijos de este pueblo y de quienes procedemos muchos de nosotros. Para ello, he buscado la memoria que ha quedado escrita de estos hombres y mujeres, campesinos la mayoría, que vivieron, trabajaron, amaron y murieron bajo el cielo de este rincón olvidado del mundo que fue Tinajo hasta no hace muchos años. Ellos, trabajaron sin descanso para salvar las dificultades que les impuso esta tierra árida y sedienta, sacaron a este pueblo del olvido de siglos que padeció hasta no hace tantos años y todo ello, a pesar de las calamidades naturales y humanas sufridas como fueron entre otras muchas, la falta de lluvias, las erupciones o la más determinante de todas: la sangría que supuso la emigración en una época que dejó a Tinajo prácticamente sin la juventud que el pueblo necesitaba para afrontar el futuro con esperanza.
Uno de estos hombres de antaño, fue don Agustín Cabrera Bethencourt; se casó en Tinajo con doña María de Cabrera, hija que fue del Capitán don Clemente Cabrera y de doña Sebastiana Cabrera. Doña María murió de parto en abril de 1797 y dos meses después también lo hizo su hija. María Dolores. Don Agustín se casó de nuevo meses después, el tres de Diciembre del mismo año, esta vez con doña Bárbara Parrilla Pérez. Ellos fueron los antepasados de cientos de Tinajeros que llevan hoy ese apellido tan común en Tinajo, los Cabrera Parrilla primero, luego los Cabrera Vega, Cabrera Tejera, Cabrera Betancort, Cabrera Aguiar, Cabrera Toribio, Cabrera Cabrera y muchos más que sería muy largo y tedioso enumerar.
Un preclaro descendiente de ellos fue don Bartolomé Cabrera Betancort, padre Jesuita considerado una eminencia en su tiempo y posiblemente la mente más preclara que ha dado Tinajo. También llevaba sus genes, don Juan Cabrera Tejera, conocido cariñosamente como señor Juan El Indiano, que muchos todavía recordarán con sus venerables barbas y su capote antillano, singular personaje y excelente persona que falleció el año 1949 y que nos dejo multitud de anécdotas entrañables.
La coincidencia del nombre de don Agustín Cabrera, con el de quien esto escribe es casualidad, “mis” Cabrera llegaron a Tinajo desde Tiagua a principios de 1800, y hoy la descendencia de don José María Cabrera Betancort y doña Francisca Dominga Tejera Cabrera, son casi multitud al unirse sus hijos e hijas con los Tejera Sanabria, Figueroa Cabrera, Tejera Melo, Martín, Alayón, Morales, Duarte, Cuadros, Guillén, etc, etc. ellos conformaron también buena parte de las familias y de la sociedad del Tinajo actual, y que como en toda sociedad cerrada y pequeña, el fenómeno de la Angustia loci, estaba presente de manera importante, se daba la circunstancia de que la mayoría de las nuevas parejas, tenían que pedir las consabidas dispensas eclesiásticas, debido a la consanguinidad existente. Como dijo antes, necesitaríamos casi un libro para enumerar al resto de familias, que han dejado la impronta de su carácter en los actuales habitantes, pero la falta de espacio me ha hecho limitarme a lo expuesto.
La inhumación de los restos de nuestros antepasados, ante la ausencia de un cementerio en el pueblo, se hizo primero en el interior de la Iglesia de San Roque, hasta que a partir de 1814, se comienza a usar el Cementerio Parroquial. Este recinto sacro, se encuentra adosado a la iglesia y se clausuró repleto en agosto de 1938, dando sepultura a un niño de nueve meses bautizado con el nombre de Manuel. Siento plantear este tema que no parece el más apropiado para el anuncio de una festividad patronal, pero no puedo dejar de hacer notar el estado en que se encuentra el viejo Cementerio. No existe ni una sola cruz que indique que allí reposan los restos de nuestros abuelos y bisabuelos y como creo que habrá buena disposición por parte de las autoridades tanto civiles como eclesiásticas, para poner remedio a este olvido histórico, propongo hacer algo para recuperar la memoria y la dignidad de aquel lugar y de los que allí descansan. Hemos perdido ya tantas cosas de nuestro pasado, que sería una pena no intentarlo en este caso al menos.