POR JULIA PADRÓN MESA
Señor Alcalde, Señora Concejales, vecinos, familiares y amigos: buenas noches a todas y a todas.
Gracias al Señor Alcalde y a la Corporación Municipal, por la deferencia y honor que me han dispensado.
Asumida mi condición de pregonera, quiero agradecer, que me hayan permitido protagonizar un acto tan entrañadle como este, dar el fregón de nuestras fiestas patronales de San Roque en este año 2015, una propuesta llena de responsabilidad.
Pregón… Pregonar… Ser Pregonera es un honor, porque por un momento y con el permiso del Señor Alcalde, la Pregonera, se convierte en la voz del pueblo.
Me siento, privilegiada y galardonada, porque pregonar es proclamar a los cuatro vientos sentimientos, agradecimientos…, es proclamar la vida de un pueblo que quiere festejar a su Patrón.
Este pregón está dedicado a los hombres y mujeres anónimos que nunca subirán a un atril, ni formarán juntas de gobierno, ni pasarán a la Historia por ningún hecho relevante, pero realmente son ellos, los que llevan siglos escribiendo la página del pueblo de Tinajo con su sacrificio y trabajo diario.
Cuando pensaba qué podría decirles esta noche, llegaban a mi mente muchos recuerdos fusionados de olores y sabores, de imágenes cargadas de bellos momentos.
Escribir este pregón es una confesión pública de sentimientos personales. He tenido la ocasión de recordar mi propia historia, de recuperar mi pasado, de rememorar vivencia que han configurado mi manera de ser, de preguntarme qué ha significado para mí Tinajo y su patrón San Roque.
Como vecina de este pueblo, pretendo ofrecerles vivencias desde mi infancia, deteniéndome en aquellos recuerdos, que más han marcado mi vida entre ustedes.
«Recordar lo que fuimos para entender lo que somos”
No renunciar al pasado es saber de dónde venimos, no para quedarnos en nostalgia, sino para poder mejorar el futuro.
Comienzo mi relato retrocediendo a un mes de agosto, allá por el año 1959. Época en que abandonamos Tiagua, nuestra vecina Tiagua, pueblo que me vio nacer y que dejé con solo un año de vida.
M madre me contaba que en sus brazos llegamos a este maravilloso pueblo, Tinajo, atravesando el camino polvoriento del jable dorado, dándole la espalda al viento y escoltados por la Montaña Timbayba que seca y pelada, parecía querer tocar el cielo.
Crecí en el seno de una familia numerosa, bien saben muchos de ustedes que pertenezco a una familia con predominio de mujeres. Ellas, como todas las mujeres de pueblo, se han distinguido como trabajadoras abnegadas, tenaces y luchadoras.
Permítanme, pues, que en esta faceta de pregonera por un día, me tome la libertad esta noche de rendir tributo de manera generalizada a la labor de la mujer de Lanzarote y en especial a la mujer de Tinajo.
Mujeres imprescindibles en la ardua tarea de sacar adelante a sus familias.
Mujeres ejemplares, cuyos valores deben ser guía constante. La mujer rural a la que hoy, con este pregón quiero dar un sentido homenaje.
A aquella a la que tanto debemos, a la mujer que silenciosa dio lo que tenía al campo, a las tareas del hogar. Especial homenaje a la madre de cada una de nosotros. Esa mujer que todos conocemos, la que araba, cosechaba, zurcía, criaba, amamantaba y sobre todo amaba.
Recordemos las generaciones de humildes agricultores que durante siglos se han afanado en cultivar las tierras de labranza.
Mi padre, agricultor.
Encontré la palabra que él pronunciaba con orgullo, «era labrador, era «medianero».
Medianeros, pequeños y grandes agricultores sabían que en el campo está la suerte de sus vidas, que las cosechas dependen del tiempo para sacar adelante a las familias.
A diario, mi padre acudía a las fincas del cortijo y las cuidaba con esmero desde que el canto del gallo abría la mañana hasta que el sol nos presentaba el atardecer. El camello le acompañaba en sus idas y venidas, con su andar despacioso por los caminos y veredas. Por aquel entonces, disfrutaba viendo a mi padre arar los surcos para la siembra y, al brotar la cosecha parecía que el manto verde de los cultivos hiciera desaparecer el negro azabache del rofe.
Hombres de pueblo.
En mi pueblo siempre amanecía temprano, antes de que se hicieran presentes los primeros claros del día, iban apareciendo unos diminutos puntos de luz provenientes de algún farol o quinqué. Desde buena madrugada se oía el trajín de las cocinas, se atisba la claridad de las velas tras las ventanas. Los laboriosos agricultores empezaban a ‘»embardijar» los burros y camellos, para dirigirse al campo.
Siguiendo con mis recuerdos, me parece oír el rebuznar de los burros alborotados cuando, desde muy temprano los traían junto a otros para formar «la cobra” y trillar las cosechas.
Recuerdo cuando infatigablemente en la era, las burros y camellas trillaban dando vueltas sobre la sementera. La trilla de trigo y cebada era una de mis diversiones favoritas, cuando mi padre me permitía montarme en el trillo tirado por camellos.
Plantar, escardar, arrancar…cada día del año. Los días del agricultor, estaban constantemente con la vista fija en el cielo, por si llegaban las ansiadas lluvias y empapaban la tierra sedienta. Vencían los obstáculos, luchaban contra los «años ruines”, decían.
Llega la noche. Viene a mi memoria, que reunidos a la luz palpitante de un farol, antes de acostarnos, los mayores rezaban y, mientras, los pequeños nos acurrucábamos en el regazo de mi madre y nos quedábamos plácidamente dormidos.
A la escuela íbamos caminando, can un «bulto» de tela, como maletín. Las primeras letras las aprendí en la escuela pública, hoy biblioteca municipal; contribuyeron a ello Doña Rosa Artiles y Doña Juany Galván, mis primeras maestras. De la escuela recuerdo el aroma a madera vieja de los bancos-pupitres. El tablero tenía unos agujeros donde colocábamos el tintero y unas ranuras para los lápices y el plumín. Debajo del banco la enciclopedia, una pequeña libreta de cuadros o de rayas, con la tabla dé multiplicar por detrás, la pizarra y el pizarrín. La libreta de sucio y la de limpio para cuando venía la inspectora.
Recuerdo de mis maestras que eran figuras relevantes. Sentir su taconeo ya nos ponía en guardia. Su presencia inspiraba autoridad por el prestigio, la consideración y el respeto que se debía a la figura del maestro.
Siento un gran cariño y respeto por ellas y guardo un buen recuerdo de aquellos años de escuela. Gracias a la constancia, la dedicación y esfuerzo que realizaron estas maestras, algunas niñas de aquella época, como yo, optamos por realizar estudios superiores.
Nuestros juegos tenían como escenario los caminos de tierra, las huertas, entre las tuneras y las aulagas. Jugábamos al escondite, a las casitas, al teje, al trompo… Con las amigas de mi quinta echaba las tardes. La carencia de juguetes nos obligaba a echar a volar nuestra imaginación. Con muñecas de trapo y poco más construíamos nuestro mundo de fantasías infantiles. Tal era el entretenimiento, que siempre era mi madre la que avisaba de la hora de regreso, utilizando el método infalible de su voz:
¡Julita!
Este reclamo rompía el silencio de aquellas maravillosas tardes.
Y yo respondía:
-ya voy.
En lugar de salir «ajilada», seguía entretenida por el camino.
Yo, como la más pequeña de la casa, tenía asignada la tarea de ir a la tienda, me embelesaba ver al tendero, con que “jeito» envolvía el fideo, la harina o azúcar en un papel bazo. Pero lo que más me gustaba del viaje a la tienda era ver sobre el mostrador los tarros enormes con pastillitas de colores y formas diferentes…Solo cuando no tenían perras sueltas, se abría el bote sacaban dos o tres y a deleitarse con su sabor de vuelta a casa.
Lo que hoy es moda: reciclar, en esa época era lo más normal. Para ir a la compra se llevaba el cesto de pírgano; la botella para el petróleo, la del aceite, la talega para el pan…
Viene a mi memoria que desde muy pequeña presenciaba que mi familia compartía con mis vecinos atardeceres charlando sentados sobre la estera; inolvidables vecinos que hoy muchos ya no están entre nosotros, pero que a otros, nos sigue uniendo estrechos lazos de amistad.
Cada tarde las mujeres se reunían y si no había que coser, quedaba la opción de las rosetas. Mujeres, ¡con que maestría manejaban el cojín dé las rosetas! Que, aunque nunca estuvieron bien pagadas daba para los gastos del ajuar.
El silencio reinaba cuando la radio anunciaba que comenzaba la emisión de las novelas: «Lucecita» o «Simplemente María»…
Las madres antes que se pusiera el sol iban pelando papas menudas para los caldos de la cena.
Años tranquilos, felices, vivida en contacto con la naturaleza y en medio de las labores agrícolas y ganaderas.
Llega el mes de agosto, mi pueblo se iba transformando. En estas fechas había aires y olor a fiestas llega San Roque. En estos días las escobas para albear se agotaban, también los cacharritos de pintura, las latitas de barniz para barnizar la cómoda, las sillas y algún que otro mueble que teníamos en casa.
Había olor a tela nueva; era el día de «estrenar». Con tiempo suficiente las madres acompañadas de alguna de sus hijas se trasladaban a Arrecife a comprar los lujos para las fiestas, que se suministraban en las tiendas de la calle Real. Para los varones, camisas y zapatos, y para las mujeres, vestidos a la moda, para lucirlos en la función religiosa. La ropa planchada la víspera con la plancha de carbón.
Había que traer las cepas para preparar el amasijo, limpiar bien la amasadera y hacer aquel rico pan y tortas de millo.
Es el momento del gran acontecimiento «la matanza del cochino». La familia y los vecinos se reunían y colaboraban en el despiece, la salazón, en las morcillas, chicharros, en hacer el adobo, pues las fiestas se aproximan.
Desde lejos se percibía el olor a carne asada, que a media mañana se saboreaba, con un buen vaso de vino recién estrenado. El día de San Roque, era especial, toaos madrugábamos, el pueblo olía a puchero y a compuesto, a hierbas aromáticas recién cortadas de la huerta: orégano, tomillo, hierbahuerto….
Las descargas de los voladores advertían que el pueblo estaba en fiesta y las campanas con un sonido inconfundible llamaban a los fieles, porque la solemne función iba a empezar.
Son recuerdos y sensaciones de otro tiempo, que quiero destacar hoy, en este momento de fiesta en el que las tradiciones cobran vida para todos.
Llega mi adolescencia y con ella, los fuertes cambios que sufriría nuestro país. Aprovecho la oportunidad que como pregonera se me brinda, para tener un reconocimiento a mi generación.
Nos tocó vivir en nuestra juventud el final de la dictadura y la llegada de la democracia. Tuvimos un papel destacado en este tránsito. Es época de cambios, de abandonar viejas costumbres, eran tiempos de mejorar…
Atrás en el olvido iba quedando el alumbrarnos con quinqués y faroles, el caminar de noche por calles a oscuras, el cocinar con leña en los teniques o en cocinillas de fuelle o mecha, el dejar de asistir los niños a clase por tener que ayudar a sus padres.
Queda atrás el «mocear» asomadas a las ventanas, el verse los novios una vez por semana; el ir acompañadas al baile y que fuera la madre quien diera el visto bueno al joven que te invitara a bailar.
Mi generación experimentó, conoció y dejó atrás a la mujer de pañuelo a la cabeza, de velo para ir a misa, casi siempre vestida de negro, con ropa de traer. Dejó atrás la que en la playa se bañaba con el «ropón «de tela gruesa.
Mi generación también vivió y olvidó la vestimenta del fiambre. A diario, ropa sobria de dril, para las faenas, y terno gris, canelo, negro… que llevaba en bodas, misas y entierros.
Pasamos del «usted» de pedir la bendición, al tuteo, a la igualdad, a la camaradería, a convivir….
Atrás quedaron para el recuerdo cuando las tierras se medían en almudes y fanegas; el agua en pipas y el dinero en reales. Cuando se comía peñas de gofio, sancochos de batatas y pescado salado, higos porretos, alguna rala de vino y poco más.
Atrás quedó cuando ser rico era un privilegio y disfrutaban de ellas escasas familias que disponían de casa con patio, troja, recibidor y aljibe, con era y «gallenía», con lagar y bodega, con corrales y pajeros…
Queda para el recuerdo el «tosijo», del que solíamos estar atentos, en el momento de la cernida, para coger el puñito de «tafeña”.
Queda para el recuerdo la «zoleta», sandalias confeccionadas con gomas de coches.
Las pilas de lavar al «solajero”, cargando y acarreando el agua, enjabonando, enjuagando y añilando para blanquear las ropa…
Los catres de viento, los colchones rellenos de paja de cebada o camisas de millo…
El año 1975 es el año que marca los nuevos tiempos y la tarea más difícil es cambiar la mentalidad de los hombres y mujeres de este pueblo.
Los jóvenes, empezamos a reunimos en la sociedad, hoy salón social, donde se celebraban los bailes, ya no era necesaria la vigilancia de las madres para bailar entusiasmados.
En esa época, llega a Tinajo un sacerdote joven, cercano, con un corazón inmenso, D. Miguel Lantigua, hijo adoptivo de este pueblo; una figura que impulsó y creó actividades religiosas y culturales.
Creamos la prestigiosa agrupación «Tinguanfaya», representativa de nuestro folklore, Los hombres y las mujeres que la componíamos lucíamos vistosos trajes típicos, deleitábamos con isas, folias y, recuerdo aquel encanto que emanaba las figuras de las malagueñas…
Participamos durante varios años de importantes festivales folklóricos y romerías por nuestras islas: Tenerife, La Palma, Gran Canaria,… transmitiendo la música y los bailes.
Era nuestro afán por conservar nuestras tradiciones, símbolos de identidad como pueblo y en el intento de expandir nuestra cultura.
Otros continuamos con el teatro, fue todo un acierto obras… «Y llovió en los arvejales», «la ciudad no es para mí” «la herencia del señor José».
Participábamos en el coro de la iglesia, nos integramos en el Júnior, movimiento juvenil con el que hacíamos convivencias y salidas.
Estos jóvenes emprendedores, nos atrevimos a organizar la fiesta de nuestra patrona la Virgen de los Dolores. En ese año la procesión junto a la Virgen, recorrió los alrededores de la montaña de Guiguan e iniciamos nuestra pequeña romería.
Éramos un gran equipo…No me atrevo a nombrar a ninguno de sus componentes, no podría perdonarme dejar en el olvido alguno de ellos.
No apartaré de mi memoria estas vivencias, las llevo con satisfacción y orgullo pues logramos el grupo cultural más numeroso que ha tenido el pueblo de Tinajo.
Armonizaba estas actividades con mis estudios en Arrecife en el instituto Blas Cabrera Felipe. En 1977 inicio mis estudias de magisterio en Tenerife, en la Universidad de La laguna. El primer año lo pasé mal, añoraba todo, mi familia, mis amigos, la persona de la que me había enamorado….pero me daba fortaleza la obligación de mantener la beca, y el tremendo sacrificio que estaban haciendo mis padres. Me ayudaba el ánimo que me daba mi querida hermana Dolores, mi segunda madre.
Logré terminar mis estudios y con ello se cumplía el sueño que siempre tuve: “Ser «Maestra». Desde mi infancia quedé fascinada y atrapada por esta profesión, donde el enseñar y aprender, acompañar y guiar, escuchar y dar la palabra se dan en partes iguales. Como muchos de ustedes saben mi vida la he dedicado por completo a la educación. Durante treinta y un año he estado en las aulas ejerciendo la profesión de enseñar a los que más quiero, mis niños y niñas, intentando transmitir conocimientos pero, mucho más, valores transcendentales: respeto, solidaridad, amor a la tierra, esfuerzo personal…
Empiezo mi docencia en 1984, en Puerto del Rosario, Fuerteventura; mi primer destino. Un año después Tinajo, donde he permanecido durante treinta años hasta el día de hoy. Soy consciente de que aún son muchas las cosas que quedan por hacer, pero tengo la satisfacción de haber aportado mi granito de arena para que las generaciones futuras estén mejor preparadas y sean más críticas y responsables con la sociedad que les ha tocado vivir.
He desempeñado los diferentes cargos directivos que conlleva la profesión, ejerciendo en la actualidad como Directora del colegio Virgen de los Volcanes.
El pasado curso una alumna de 6º de primaria, al enseñarme su trabajo terminado, se acerca a mí y poniendo su mano sobre mi brazo, me dice: “¿sabes?, yo quiero ser maestra como tú”…
A lo que respondí: Si la eliges como profesión, seguro no te arrepentirás, porque «Ser Maestra» es algo grande. El verdadero maestro es el que sabe que también es alumno, porque la enseñanza que deja huella es la que se hace de corazón a corazón.
Tengo la convicción del poder de la educación como único camino de superación y prosperidad permanente de los pueblos. Me congratulo al observar cómo se ha avanzado en este aspecto. Actos culturales de toda índole que se realizan a lo largo del año. Muchos niños y jóvenes practican deporte y diversas actividades recreativas. Las personas mayores se integran en centros de tercera edad, excursiones, viajes.
Todas estas manifestaciones son signos de que los tiempos han cambiado para bien, pero es necesario que nuestras autoridades municipales, de hoy y de mañana, se esmeren en mantener las señas de identidad del pueblo para que todos podamos reconocerlo.
Es muy importante recuperar, rescatar del olvido todas nuestras pequeñas historias, porque cada una de ellas y, todas juntas son las que configuran la historia de nuestro querido pueblo. La historia de Tingo.
Que el modelo de nuestro Santo San Roque, nos ilumine; que la fuerza de su coraje nos fortalezca y que el afecto, la alegría y la intensa emoción de las fiestas nos dure siempre.
Con estas palabras sencillas, salidas de lo más profundo de mi corazón, he querido cantar al pueblo de Tinajo.
Señoras y Señores, permítanme desearles en este marco de nuestro Teatro municipal, unas Felices Fiestas y darles las gracias por escucharme con la atención que lo han hecho.
Quiero transmitir públicamente a mis dos hijos aquí presentes, Fernando y María, todo el amor que siento por ellos. Sin su apoyo no estaría hoy en este escenario y, sin ellos, mi vida no sería igual.
Un recuerdo emocionado también para su padre, mi compañero, con quien conviví treinta y siete años de mi vida, con quien compartí buena parte de estas vivencias y disfruté de estas maravillosas fiestas.
Por todo ello, desde mi humilde condición de pregonera, hago saber que las fiestas de nuestro pueblo, Tinajo, han comenzado. Salgamos a la calle a disfrutar de sus actos y a brindar con todos nuestros vecinos y amigos.
De corazón, a todos.
¡FELICES FIESTAS!