POR AGUSTÍN ACOSTA CRUZ
“Ante un respetuoso público asistente, con Pedro Farray de presentador y el Alcalde, Luis Perdomo, presidiendo el acto, junto con la Comisión de Fiestas, Agustín Acosta, invitó a la participación festiva con un Pregón sencillo y emotivo. Escenario, el pequeño pueblito abierto y marinero de La Santa, que celebra sus fiestas en honor de la Virgen del Carmen.
«Es probable que, al designarme pregonero, no acertaran en la elección de la voz o de la pluma que merece este singular enclave, unido de forma entrañable a lo que es tradición y presente en Lanzarote. Pero, si tengo dudas en cuanto a la capacidad, puedo garantizar que por afecto o cariño, no han ido descaminados…», así comenzaba el pregonero, para seguir cantando a La Laja, Piedras Lisas, La Santa, como retazos de caminos con apertura al presente y futuro, siendo a la vez cuna de pasados y ansias de prosperidad, «hacia unos viajeros que, raramente se detienen, salvo en los sitios de recreo y solaz, para contemplar y disfrutar sus secretos, de costas y vericuetos casi inhóspitos. Encerrado mucho tiempo a nuevas andaduras, con Iglesia hecha a retazos de atardeceres y de fiesta. Zona ancestral relegada, se nos muestra hoy El Caserío sembrado de comodidades, con muellito donde antes sólo se presumía de dinero, con la infraestructura necesaria a los nuevos tiempos y con una agricultura y pesca, no olvidadas del todo, pese a las desventajas de las actuales encomiendas del turismo…».
Agustín Acosta rememoró tiempos en que lingüistas y buscadores de folclore, aparecían para buscar en la esencia indígena, con una Santa que rezuma caballerosidad, tras su secuela de aislamiento, «gente tímida y laboriosa por naturaleza, avezada a luchar contra escollos de tierra y mar que tiende su mano a toda iniciativa que sirva para mejor resguardar sus recuerdos. Quizá, por ese aislamiento de siglos, el Caserío se haya visto envuelto también, en las fantasmagorías seculares del misterio. Cuentan que vivió, por estos andurriales, un pescador que, tras tener una extraña experiencia en el mar, murió enmudecido años después, sin desvelar a nadie su secreto, confiado en que nadie jamás lo creería. Sus abruptas y escarpadas costas, sirvieron de eficaz escondite al tesoro del pirata «Cabeza perro» en amores con una vecina del entorno.
Leyendas y esperanzas en torno a la mar
El periodista siguió escudriñando leyendas, como la de un pirata, ajusticiado en Tenerife, en el siglo XVIII, que escondiera su tesoro en «Bonanza del Buey», como alegan los pescadores, entre la temible Mar del Cochino y Peña Dorada «tan perfectamente que por allí debe continuar sin que nadie lo haya encontrada Tampoco las aguas del Caserío invitan el buceo… Tan peliagudo al lugar, que la viuda del Gobernador de Lanzarote, don Juan de León y Múgica, encontró aquí el escondite ideal para eludir críticas y presuntas deshonestidades. Nieta de mora cautiva, mujer práctica, avispada y medradora, al parecer las bella, Ana de León, dueña de las Montañas del Fuego, parte del Islote, Tinajo y Montaña Clara, propiedades al parecer en gran parte logradas a cambio de sus amores con el Marqués de Lanzarote, más conocida cristianamente por Ana Viciosa, encontró en sus dominios el recodo ideal, para saciar amoríos y apetencias de riqueza. La cueva de Ana de León, a doce metros sobre el mar y a nueve de la cima, se abría de par en par, a los ricos navegantes del Nuevo Mundo, detrás de Los Lajares y Los Cuchillos, amparada por el Caletón de las Ánimas, a un paso de Punta Marcial, donde podían anclar las carabelas. No nos extraña pues, que en costas tan ligadas a pasados y a misterios de insalvables dificultades, quedase entronizada como Patrona, La Virgen del Carmen, a la que sobran romances, anécdotas y cantares, y a la que no faltan delicadezas, cuando las oraciones se convierten en olas para desearla fervientemente por ese mar de los infiernos, tal vez porque el pescador, los lugareños continúan viendo en ella la balsa salvadora, la esperanza en una costa y en una vida más segura. Vistoso, elegante resulta, cuando las tablas de recreo, o los barquillos, desafían sus olas, sus piedras y secretos insondables, el temblor de lo desconocido. Cuando el desafío proviene de su propia Patrona, la esperanza, que nunca ha desaparecido del Lugar, se transforma en el más seguro barco:
«Porque el mar embravecido
no respeta al navegante
si la Virgen Milagrosa
no pone el manto delante»
Con el recuerdo a lo que se cuenta de un lugareño, que ataba a sus hijos y los arrojaba a la mar para que la conocieran y aprendieran a nadar, la entrega de placas, a cargo de un anciano del lugar y del Presidente de la comisión de Fiestas, y unas jareas de puro frescas, terminaba el acto, que llenó el espíritu de los presentes, acercándolos a la festividad”.