POR JUAN DÍAZ GONZÁLEZ
En un día cualquiera, de cualquier año de finales del siglo XVII o principios del XVIII, los pueblos de la Isla y entre ellos la aldea de Mancha Blanca o Tinguatón se aprestaban al amanecer, como era lógico, a su diario quehacer.
Había que preparar la orchilla, especie de hierba que, a 36 reales el quintal, se exportaba a Italia y Norte de Europa donde se convertía en tinte púrpura que parece fue la justificación de que el romano Plinio la denominara «Insula Purpurae»; también había que preparar debidamente la carne de cabra, que en forma de «tocineta» se exportaba a Tenerife; y finalmente, había que tostar la cebada, el trigo, y el millo para, una vez, molido, amasar e! ligero y alimenticio gofio para acompañar a los pescados, lapas y clacas que venían de la costa.
El calzado de «moda» se obtenía de piel de cabra con el pelo por fuera conocido con el nombre de «Maho» y de ahí el nombre de «mahoreros» o «majoreros» que, en estos tiempos, se daba tanto a los habitantes de Fuerteventura como a los lanzaroteños.
Se vivía, pues, tranquilamente y en paz, en este pequeño trozo de Lanzarote de 44 vecinos.
Se trabajaba y se cumplía, también el precepto domini¬cal en la iglesia de San Roque ya que aún no se celebraban cultos en la pequeña ermita del lugar.
Y esto había sucedido así, hasta que un día, o mejor dicho una noche, el cielo pareció derrumbarse sobre los modestos y tranquilos habitantes de la Isla. Así, en el manuscrito del presbítero Andrés Lorenzo Curbelo titulado «Diario de apuntaciones de las circunstancias que acaecieron en Lanzarote cuando ardieron los volcanes, año de 1.730 hasta 1.736», se dice:
«El 1 de Septiembre de 1. 730, entre las nueve y diez de la noche, la tierra se abrió de pronto cerca de Timanfaya a dos leguas de Yaiza. En la primera noche una enorme montaña se elevó del seno de la tierra, y de su ápice se escapaban llamas que continuaron ardiendo durante diez y nueve días. Pocos días después un nuevo abismo se formó y un torrente de lava se precipitó sobre Timanfaya, sobre Rodeo y sobre una parte de Mancha Blanca. La lava se extendió sobre los lugares hacia el Norte, al principio con tanta rapidez como el agua, pero bien pronto su velocidad aminoró y no corría más que como miel. Pero el 17 de Septiembre, una roca considerable se levantó del seno de la tierra, con un ruido parecido al del trueno y por su presión forzó la lava, que desde el principio se dirige hacia el Norte, a cambiar de camino y dirigirse hacia el NO y ONO. La masa de lava llegó en fin y destruyó en un instante los lugares de Maceta y de Santa Catalina, situados en el valle…”.
Incansables, con una continuidad digna de mejor cause, los volcanes se formaron todo el tiempo que quisieron (hasta el 16 de abril de 1.736) para convertir en un infierno de estéril lava, un tercio de la Isla, precisamente la parte más feraz y rica. La lava invadió primero, y sepultó después, pueblos enteros, tales como: la aldea de Chimanfaya, Mancha Blanca, Maretas, Santa Catalina, Jaretas, San Juan, Peña Palmas, Testeyna, Rodeo, Chupadero, Calderetas de San Bartolomé…
Los volcanes quisieron asegurarse, al parecer de que nada quedaba con vida y, por ello, unas emanaciones de gas terminaron con el rico ganado de la zona; quisieron también adentrarse en el mar para, con su ponzoñoza lava acabar igualmente con los peces que aparecieron muertos a millares. Y por si todo esto fuera poco, desde el 31 de Julio al 16 de Octubre de 1.824 otro volcán, el Tinguatón, vino a rematar, cuál tiro de gracia, la obra comenzada por el Timanfaya en 1.730…
El algún momento pareció que atemorizados los mis¬mos volcanes ante la espantosa tragedia que habían provoca¬do quisieron remediar en lo posible, el mal irremediable. Para ello, el Tinguatón lanzó un río de agua que discurrió sobre 101 lava como para lavar, en parte, las heridas causadas.
Poco arrepentido quizá, de este momento de debilidad, el Tinguatón se llevó su agua (característica de esta erupción) y quedaron únicamente como testigos de la catástrofe, una agrupación de 20 volcanes en 6 kilómetros a la redonda, y una extensión de lava. (Admiración de propios y extraños) que se puede situar desde Tinajo a Janubio y desde Mozaga al mar. .. Pero, igual que cambió la fisonomía de la Isla, también lo hizo el hombre lanzaroteño, que se convirtió en un ser efervescente: que canta por no llorar, que sufre por la familia, por el amigo, la libertad o la injusticia…, y que se calma después en la diaria brega, como en una formidable cura existencia. Este hombre: conejero, señero a prueba de volcán, con ese clásico e isleño amor al terruño, volvió a trabajar, a convertir las ruinas en casas y el volcán en fincas procurando así una agricultura excepcional; lo comprende bien quien ande hoy por malpaíses, gerias, y enarenados, porque en estos campos de cenizas y escorias permanecen las huellas dolorosas del hombre que excavó con su propia mano la tierra petrificada hasta encontrada de nuevo, más fértil.
Y volvió el hombre a edificar sus casas en los lugares cercanos a la erupción y así en el año de 1.862, dice Pedro de Oliva en su obra «Diccionario estadístico y administrativo de las Islas Canarias, que Tinguatón o Mancha Blanca es una aldea situada en el término jurisdiccional de Tinajo, partido judicial de Arrecife. Dista de la cabeza del distrito municipal 2 Kilómetros 710 metros y consta de 27 edificios de un piso habitados constantemente por 27 vecinos y 107 almas».
Dice el mismo autor que en Tinaja en el quinquenio de 1.857 – 1.861, se recogieron 340 fanegas de trigo, 2.100 de cebada y 250 de millo siendo su población total de 1.327 habitantes con una vida media de 27 a 28 años.
¡Y sólo habrán pasado 30 años escasos de la erupción del Tinguatón!:
Este hombre lanzaroteño de la Vegueta o de Femés, de Haría o Yaiza y de todos los rincones de la Isla, celebra en el fondo de su corazón el 250 aniversario de la erupción volcánica del Timanfaya pero al mismo tiempo no renuncia ni un ápice al gran día de nuestra fiesta en honor y devoción de Ntra. Sra. de los Dolores, tan unido a este memorial ya que según cuenta la historia o leyenda. Fue Ella quien detuvo la lava cerca de su santuario, conociéndosele ya desde entonces con el nombre de la Virgen de los Volcanes.
La historia está plasmada de hechos, acontecimientos y hoy 15 de septiembre de 1.980, después de dos siglos y medio, los hijos de Lanzarote nos congregamos juntos a la misma iglesia para festejar este Memorial y decirle a Nuestra Señora en la voz de nuestra poeta Isaac Viera:
Hoy las orlas de tu mandato
beso a tus plantas rendido
y anhelo llegue a tu oído
de mi lira el débil canto.
Tú eres la musa que inspira
mis más sentidos cantares,
forjando en mis patrios lares
el coraje de mi lira.
Tras la plegaria se abre paso el jolgorio de las fiestas y Mancha; Blanca y, Tinajo parecen dos brazos abiertos en cordial bienvenida a los visitantes.