Por Agustín Cabrera Perdomo
La tarde de aquel domingo se desangraba en rojos y amarillos oro viejo por aquellos negros «malpeises» del poniente isleño.
Aquella explosión de matices que se desvanecían lentamente, contribuían a que la aparente melancolía que aquejaba desde su llegada a Beltrancito, se manifestara en su semblante como la de un viajero recién llegado de ese enigmático país que aunque no sabemos su ubicación geográfica, si sabemos las razones del porqué lo llaman Babia.
– Ahí «asentado», lleva desde media tarde. «Ende» que «allegó» de Las «Laeras», algo le pasa al morrocoyo»- le comento Pepe Méndez a la mujer de Ramón el tonelero a quien llamaban » El Caraqueño» por ser el único que a poco de emigrar a Venezuela se volvió a la primera ocasión que tuvo diciendo que «aquello no era pa gente».
Los deseos y desvelos de doña Eduvigis para que su hijo se dedicara a la docencia habían sufrido por parte de este, una prórroga indefinida. Su dedicación a explorar minuciosamente los fondos de las costas de los islotes del Norte de Lanzarote y velar con celo inacostumbrado de los intereses agrícola-ganaderos de su familia, le ocupaban todas las horas del día y en algunas ocasiones también las de la noche. Todo este cúmulo de obligaciones voluntarias, le habían impedido iniciarse en ese loable quehacer de enseñar al que no sabe, como hicieron con él los frailes, que además de alguna ostia y reparto o multiplicación de castañas una vez al año, también lo habían tupido a misas y garbanzos, aparte; de aprenderse los libros de texto de memoria -incluso los de matemáticas- en aquellos cuatro años de internado. Nuestro hombre se dilató cuatro años más en obtener la titulación de Maestro de Instrucción Pública, con menos misas y ausencia total en su desordenada dieta de la esférica legumbre, que en Lanzarote, sobre todo en la Vega de Guatiza se cultiva una «variedad» autóctona denominada «garbanza» a las que muchos y conocidos dirigentes políticos le dieron categoría de pábulo milagroso y que hábilmente preparados se convertía en la Gran Garbanzada, indispensable ágape -según ellos- para lograr llenar carpas y teleclubes de ansiosos e incondicionales estómagos agradecidos y nuevos votantes «temosos» y convencidos.
Los ensimismamientos de Beltrán, tenían origen en su hasta ahora platónico amor por su querida Catalina Deganso. Sin ni siquiera haber cruzado una sola palabra con la muchacha, se estaba planteando la cuestión de comunicarle a su familia su irrenunciable y ardiente pasión por la hija de Eulogio, cosa que ya; conociendo la actitud que tomarían sus padres con aquella versión conejera del cuento de «La Cenicienta», tenía a esta nueva versión desconocida de Beltrancito, inmerso en aquella triste postración amorosa. La ya narrada «inenarrable» epístola amorosa llena de realidades irreales, que en su delirio romántico en el viaje de vuelta de Las Laderas a lomo de camello y que habían grabado sus neuronas en ese recóndito lugar que la memoria tiene reservada para estas situaciones límite de amoríos y ensoñaciones precipitadas., y que ya la tenía transcrita a papel esperando ansioso la ocasión para hacérsela llegar a su hermosa Catalina.