POR NICOLÁS DE PÁIZ PEREYRA
“Muy Ilustres Señores: Con sobrados sentimiento de aflicción y desconsuelo participa este Cabildo a V.S. cómo habiendo reventado un volcán la noche del día primero del pasado, echando fuego diecinueve días, dejó quemadas casas, aljibes, maretas, fábricas, cajeros, tierras, labradías y montuosas de los lugares de Timanfaya, Rodeo, Mancha Blanca… Han subido las arenas y las tierras incapaces de cultivo y labor, los aljibes y maretas sin agua y perdidas totalmente las cosechas, las casas casi tapiadas, los pajeros quemados…siendo todo lo insinuado nada en comparación del dolor que causa el lloro y lamentos de los hombres, mujeres y niños…¡El Cielo nos favorezca”.
Es el 17 de Octubre de 1730 y el Cabildo de Lanzarote se dirige en demanda de socorro al Presidente y Oidores de la Real Audiencia: “¡El Cielo nos favorezca”.
Durante seis largos años se suceden las erupciones. A primeros de Abril de 1736, el pueblo, reunido y en pos de la imagen de Nuestra Señora de los Dolores, mancha al encuentro de las corrientes de lava que amenazan el caserío de Tajaste. Plantan una cruz al frente de la avenida del volcán, sobre la montañeta de Guiguan, y se opera el milagros: el río de lava incandescente se desvía y, a poco, cesan las erupciones definitivamente.
“¡El Cielo nos favorezca!”.
Pasan los años. El hombre, el pueblo de Lanzarote, al mismo tiempo que entonaba su plegaría, no ha cejado en su lucha, no menos terrible, por la subsistencia. Ya al año siguiente de la primera erupción volcánica se ha alcanzado una cosecha de 55 fanegas de granos. Algo insólito.
Transcurre un siglo. De nuevo, el 31 de Julio de 1824, eruptó el Volcán de la Capellanía del Clérigo Duarte, entre Tao y Tiagua. Los vecinos, aterrorizados por las explosiones, resplandores, terremotos y nubes de gases fétidos, se constituyen una vez más en procesión y acuden al santuario de Nuestra Señora de los Dolores. Cargan la imagen y avanzan hasta llegar a la vista del volcán. “¡El Cielo nos favorezca!”. El volcán deja de vomitar lava, retiembla fuertemente, y en lugar de escorias se deshace en columnas de humo y en un río de aguas fétidas. ¡Milagro!.
El hombre de estas comarcas, de Mancha Blanca, de Tajaste, de Tinajo, de La Vegueta, de Tao y de Tiagua, el hombre, el pueblo de Lanzarote, está de siempre avezado al milagro. No sólo frente al volcán. También frente a la sequía, al viento, a las invasiones piráticas. Surge en cada preciso momento de su Historia una figura ejemplar y, siempre, en torno a ella, el trabajo, el esfuerzo, la lucha infatigable del pueblo. En torno a Doña Ana Viciosa combate a los piratas; en pos del Padre Guardián afronta las erupciones del Siglo XVIII; y en la ocasión en que el volcán amenaza de nuevo se agrupa llevando al frente la figura ejemplar de su Alcalde Mayor Don Ginés de Castro y Álvarez. Y todavía se recuerda atravesando estos campos el perfil singular, cantado por Agustín Espinosa, de otro Clérigo, Don Tomás Rodríguez y Romero, montado en su yegua, predicando contra la sequía, la cruzada infatigable de los enarenados, que de no propiciar a los cielos, por lo menos amorosan la tierra.
Y siempre, en todo momento, el hombre de Lanzarote. Domeñado el volcán utiliza sus arenas contra la sequía y convierte a esta comarca de Tinajo, enclavada en el Atlántico, el desierto de Sóo y el infierno de Timanfaya, en un prodigio de labor y fecundidad agrícola. Vence a los piratas y les arranca el secreto de su arquitectura arábiga para coronar como el alminar de una mezquita la chimenea de cada casa. Se doctora ingeniero del viento y con las palmeras “-Las palmeras de Tinajo son las palmeras que hacen mejor la rueda”, ha dicho Agustín Espinosa- fabrica molinos verdes, “verdes molinitos de juguete” para sus ratos de ocio.
Y cada año, el hombre, el pueblo de Lanzarote, “¡El Cielo nos favorezca!”- se concentra en repetida apoteosis de fe y de esperanza en la tradicional Romería del 15 de Septiembre -juegos y parrandas, ruletas y ventorrillos, palmeras y molinitos verdes, que las palmeras que hacen mejor la rueda son las palmeras de Tinajo- en torno a su patrona celestial, la Virgen de los Volcanes.
Y a ella, con el poeta local Guillermo Topham
“Cuando el sol se levanta en la alborada
y el rumor de la arena se hace viento,
todos le cantarán cantos de amores,
las huertas, el volcán y hasta las flores
que perfuman de luz el firmamento”.
No en vano, -como tan bien expresara en vida el pregonero de Lanzarote Agustín de la Hoz, que, recientemente fallecido, este año será nuestro mejor paladín allá arriba en los cielos, junto a la Virgen- en torno al Santuario de Nuestra Señora de los Volcanes se guarda, como el más preciado arcano, el espíritu insular agradecido y ya para siempre vinculado a la devoción mariana, que significa la más acabada oración del hombre lanzaroteño en su diaria lucha por la vida.