POR JUAN BRITO MARTÍN

Buenas noches señoras y señores, estimadas autoridades, amigos todos:
El hijo de este pueblo que hoy les habla desde este lado, ha tenido que hacer la más larga y dura meditación y el mayor esfuerzo que haya realizado en su vida para poder hacer este pregón. Porque comprendo que un pregón lleva muchas palabras, buena y rica literatura, cosas de las que este pregonero carece totalmente.
Este año, con la misión que me ha tocado pregonar estas maravillosas e históricas fiestas, ha significado para mi un nuevo y distinto reencuentro con Nuestra Madre de Los Volcanes, pues nunca antes le confesé que yo nací en estas Santas Tierras de Tinajo, las que ella un día salvó de los ardientes ríos de lava que vomitaba el Volcán Timanfaya.
Aunque mi madre no me trajo al mundo a la sombra de las blancas paredes de este inigualable santuario, como lo hicieron algunas mujeres peregrinas, que por no faltar a la cita con su madre la Virgen, alumbraron a sus hijos escuchando el inconfundible ruido de las escamillas en las tachuelas de las ruletas, con las notas de los timples en los ventorrillos, con el canto de los hombres y el Tajaraste de las campanas anunciando a los fieles que empezaba la misa. Pero sí que alumbró a este pregonero no muy lejos de aquí, en una pequeña casita situada en la desembocadura de un viejo volcán, llamado La Meseta, que perteneció a las propiedades de la riquísima dueña del Peñón del Indiano, a Doña Encarnación Borges Brito.
También a mi madre la acompañaron entre repelón y repelón, bonitas notas musicales. La primera fue la potente voz de Doña Encarnación, que a dos kilómetros de distancia, retumbaba en la caldera del viejo volcán llamando a mi padre.
Contaba mi madre, que era las dos de la mañana, cuando yo garrapateaba en las manos de Vicenta la comadrona, cuando se oyó un eco entre las montañas de Tamia y La Meseta el nombre: !!!!Josééééé! José!!! !Ven a amarrar al Canario que está tumbando los pajeros! Aquella madrugada del 10 de diciembre de 1919, no sólo se oían los terribles mugidos del Canario corneando las barrigas de los pajeros, sino que también se despertaron los perros bardinos, guardianes del cortijo, y los camellos calientes que hacían repicar sus enormes vojigas. Los gallos también adelantaron el canto de las cinco a las dos de la mañana, como anunciando que había llegado a este mundo una nueva vida.
El canario era un enorme y bonito toro que formaba yunta con otro no menos hermoso, llamado El Arrogante, de los cuales el gañán era mi padre.
Doña Encarnación fue una niña que nació de una madre humilde y pobre. Pero ocurren casos y cosas a lo largo de nuestras vidas, que sólo son propiedad íntima de las personas o familias a quien pertenecen, y los demás debemos acatarlas y respetarlas, hasta que llegue la pluma autorizada y quiera escribir la apasionante historia del Peñón del Indiano y de su dueña Doña Encarnación.
Y yo les digo por el derecho que me corresponde de haber nacido en la hacienda del Peñón, y por haberme dormido tantas veces en el regazo de aquella gran señora, toda vestida de negro porque negro eran sus collares, sus pendientes y los anillos que adornaban los dedos de las manos y también eran negros los alfileres que sujetaban su gran rolete. Pero como dice el viejo refrán, el traje no hace al monje. Así era Doña Encarnación, con sus trajes y adornos negros, pero su alma y su corazón era toda blancura, bondad y dulzura, por lo que quisiera compartir con ustedes y como homenaje a aquella gran mujer que marcó mi niñez de una manera tan especial.
Doña Encarnación nació en el pueblo norteño de Máguez. Su madre también llamada Encarnación, era una mujer humilde, empleada de hogar, a las que les mal llamaban sirvientas o criadas.
Su padre fue un emigrante de Lanzarote que a principios del siglo XIX quiso probar fortuna, y recaló en la perla de las Antillas, (Cuba), donde amasó una gran riqueza junto a otro compañero de Máguez.
Aquel emigrante, que no era otro que el propietario del Peñón del Indiano, no reconoció a su hija en una edad temprana, lo hizo cuando ya era mayor y estaba enfermo.
Doña Encarnación recibió una esmerada formación, obteniendo el título de educación mayor, recibiendo así mismo el título de heredera universal por voluntad de su padre el indiano del Peñón Don Marcial Borges, considerado en aquellos tiempos el hombre más rico de Lanzarote.
Contaban algunas personas, que tenían el ojo de buen cubero, que colocando las fincas del Indiano del Peñón una delante de la otra, se podía formar una vereda desde mar del norte, al mar del sur, y caminar por ellas sin que se pisara terreno ajeno.
Y así, aquella humilde joven que pertenecía a la parte baja de la pobreza, y con la pobreza venía el mal miramiento y el desprecio, de la noche a la mañana se convirtió en la mujer más poderosa de Lanzarote.
Y hasta aquí contó mi pluma
media historia letra a letra
hasta que tenga el permiso
para contarla completa.
Yo quisiera contarla toda
y unirla a Mi Vida en Coplas
la vida de aquella mujer
y su apasionante historia,
Pero hay una batalla
entre mi pluma y mi mente
mi pluma quiere contarla
y mi mente que no la cuente.
Porque comprendo y respeto
que a mi no me pertenece
contar historias privadas
que corresponde a otra gente.
Así dejaré en su sitio
lo que cada uno corresponda
y permítanme que yo les cuente
un poquito de mi vida en coplas
que anoche arranque de mi libro
estas cuatro o cinco hojas.
Empezaré por el día
que vine a este mundo santo
en el peñón del indiano
que pertenece a Tinajo.
Yo soy Juan Brito Martín
Fui bautizado en San Roque
por un cura que tenía
cien pajeros de palote.
Mis padres estaban casados
por el juzgado y la iglesia
Mi padre se llamó José
y mi madre Rafaela.
Mis padres vivieron pobres
pobres fueron mis abuelos
pobres mis antepasados
mejor vivirán los nietos.
En el año diecinueve,
de aquel siglo del señor
mi madre me trajo al mundo
en la hacienda del Peñón.
El día diez de diciembre
a las dos de la mañana
nació un niño flaquiniento
ni los dos kilos pesaba.
En una casita pequeña
que la llaman La Meseta
montaña del mismo nombre
muy cerca de La Vegueta.
En un rincón de la salita
según mi madre contaba
en un catrito de viento
y el colchoncito de paja.
A Vicenta, la comadrona,
se le ocurrió un comentario:
este chinijo parece
un muñequito de trapo.
El sobrenombre me honra
hasta tener once años
pues la dueña y los sirvientes
mi nombrete no olvidaron.
Lo que contaban mis padres:
caminé de siete meses
de nueve o diez ya corría
y subía las paredes.
Mis únicos compañeros
sólo eran animales
que de tanto vivir con ellos
aprendí a hablar su lenguaje.
Mugía como las vacas
gramaba como el camello
balaba como las cabras
y graznaba como el cuervo.
Conocía todas la aves
igual que ellas cantaba
sabía lo que comían
y en los sitios que anidaban.
Sabía sus aberruntos
en verano y en invierno
unos buenos y otros malos
siempre anunciaban los tiempos.
La cabra aberrunta el viento
y los camellos el este
la lavandera anuncia lluvia
los perros desgracia o muerte.
Nunca me puse zapatos
ni unas soletas de cuero
tenía callos en los pies
como la concha de un camello.
Sobre un pasero de clavos
yo podía caminar
en cristales afilados
y en hogueras de San Juan.
Aprendí a arar muy pequeño
cinco o seis años tenía
me hicieron una rabisa
a mi tamaño y medida.
Yo araba con yunta de vaca
que eran hermanas gemelas
la izquierda se llamaba alegría
y la derecha ligera.
La gente se fijaba mucho
en mis aradas y barbechos
que siendo tan chinijito
hacía los surcos derechos.
Cuando no araba la tierra
era el pastor de la casa
todos los días subía
a la montaña de Tamia.
Había diez vacas grandes
seis toros como elefantes
entre burros y becerros
cuidaba veinte animales.
Todo grupo de animales
elige siempre a un patriarca
ellos a mí me eligieron
como el rey de la manada.
En aquellos tiempos no había
comida que te sobrara
mi alimento consistía
en gofio y fruta pasada.
Mi madre me daba un puño
De unas frutitas pequeñas
Y una pellita de gofio
Para el almuerzo y merienda.
Yo comía en la montaña
alimentos naturales
cogía las papas crías
que allí eran abundantes.
Recogía leña seca
y las bostas de las vacas
hacía fuego en un hoyo
donde asaban las papas.
De las vacas que cuidaba
varias estaban paridas
y las ubres se les llenaban
al peso del medio día.
Yo le imitaba a sus crías
y muy pronto se apoyaban
por cada teta salían
chorritos de leche blanca.
Formaba con mis manitas
una tacita pequeña
y una detrás de otra
bebía media docena.
Me subía a lo más alto
a lo que llaman el pico
y me ponía a pensar
que era grande siendo chico.
De aquel lugar se veía
lo lejos del horizonte
el agua del mar azul
y los campos llenos de flores.
En todas las direcciones
podía ver muchos pueblos
no se veía si las gentes
eran blancos o eran negros.
Yo no conocí a ninguno
hasta tener 7 años
que me llevaron mis padres
a una promesa a Tinajo.
Y aquí termina el relato
del más grande santuario
obra de la naturaleza
para el bien de los humanos.
No les pido que me crean
pero yo estoy en lo cierto
que estando en el pico Tomás
se está muy cerca del cielo.
De la montaña de Tamia
bajó un niño sin zoletas
para seguir caminando
del Peñón a la Vegueta.
Donde conocía a personas
mejores no hay en el mundo
las mujeres y los hombres
de la Vegueta y de Yuco.
A los que quiero recordar y traer a nuestra memoria, aquellos grandes hombres y grandes mujeres que fueron habituales feligreses de nuestra Virgen de Los Dolores. Y aquí, en esta plaza, o mejor digo, en aquella Santa plaza de tierra seca y polvorienta, llena de pedregullos y matacanes, donde muchas de aquellas mujeres marcaron con su sangre y con la piel de sus rodillas lo que es hoy esta espaciosa plaza de los Dolores, después de que se terminó este prometido santuario dedicado a nuestra madre Dolores, con más de cuarenta años de retraso, hecho por los hombres y mujeres de Tinajo cuando se vieron envueltos en cenizas y lava que arrojaban los últimos volcanes de las Quemadas, habiéndoles refrescado sus memorias la iluminada pastorcilla de Guigua, Juana Rafaela.
También en este lugar bendito derramaron sangre y lágrimas las madres de tantos soldados que participaron en distintas contiendas a través de los históricos tiempos, como en las dos Guerras Mundiales, la guerra de África, la de Cuba, o la de Filipinas, donde participó Don Hilario que era natural de Tinajo, el que inmortalizó el Islote que lleva su nombre -Islote de Hilario- ya que su nombre cartográfico es Tinicheide.
Y como es natural no podían faltar aquellas madres mártires del dolor, de la pena y del sufrimiento, que perdieron sus hijos en la guerra civil española, donde los enemigos de uno y otro bando teníamos la misma sangre y hablábamos la misma lengua.
Entre esas madres se encontraba Doña Felipa que perdió dos hijos, a Rafael y Miguel. También Doña Magdalena que perdió a Ramón y a Félix. Doña Catalina a su hijo Ángel. Doña María a José. Y Doña Lola a su hijo Justiniano.
Muchas de estas madres visitaban diariamente a la Virgen de los Dolores, pidiéndole por las vidas de sus hijos cuando estaban en batalla. Y cuando supieron que habían fallecido, no suspendieron las visitas con la Virgen, al contrario, siguieron visitándola y pidiéndole por el descanso de sus almas.
Algunas de aquellas madres lo siguieron haciendo hasta el final de sus vidas, como Doña Catalina, la madre de Ángel, que casi murió montada en su burrita a las puertas de la ermita de Los Dolores. También las madres, padres y familias de los hijos desaparecidos de Tinajo, caminaron por las mismas veredas que conducían a la casa de la Santa Madre, buscando el consuelo y la paz.
Es por lo que este pregonero, y sintiéndome parte de ese dolido pesar, propone a quien competa, autorice y disponga, de un lugar donde se puedan leer los nombres de los hijos olvidados de la Vegueta y Tinajo, y donde pueda ponerse una flor o una piedrita como prueba de recuerdo.
Vaya mi plegaria como homenaje:
Si con mi llanto descansan
Quisiera estarles llorando
Que sea mi llanto eterno
Que sea eterno mi llanto
Por mis hermanos perdidos
De la Vegueta y Tinajo.
LA NIÑA QUE NACIÓ CON LOS VOLCANES
En las jóvenes erupciones volcánicas del siglo XVIII acaecidas en Lanzarote, todavía podemos oír, sentir y notar bajo nuestros pies, el sarandeo de la tierra, el ensordecedor ruido y explosiones de los volcanes, las plegarias, los rezos y los gritos de las persona.
Todo esto es posible oírlo, sentirlo y revivirlo a través de un documento oral relatado por una niña llamada Isabel, nacida en la pequeña aldea de La Degollada, al sur del pueblo de Yaiza, municipio de Femés, en aquel año del señor de 1730.
Este documento oral llega hasta nosotros en la persona de Doña Marina, que contaba con 99 años de edad.
Ella nació en el pueblo de Mozaga, en una casa propiedad de los hermanos Rocha, -Don Pepe y Don Domingo-. Su casa estaba frente de la que sería su madrina de bautismo. Allí creció, se casó, pasó algún tiempo y se fue a trabajar a las viñas de la Ceda, donde estuvo más de treinta años viviendo en una casita en el Chupadero. Y desde el Sur, fueron al Norte a trabajar en las viñas de la Torresilla, propiedad de la familia López. En aquel lugar les llegó la vejez, enviudó y deambuló por varios sitios con sus hijas, para terminar estableciéndose en el pueblo de Órzola donde vivió con su hermana Vicenta. Y allí nos relató, que su madrina le contó una historia que le había llegado a través de 10 generaciones.
Y dijo la niña:
Me contaba mi madrina Isabel Martín, que le contó su madre y la madre de su madre y así hasta que llegó a mí, que hubo una niña que nació cuando reventaron los volcanes en Lanzarote, que quemaron todo, que enterraban los pueblos y no sabían donde estaban las casas. Que las personas y animales no tenían agua para beber, porque las maretas se rompían con los temblores de la tierra. Y de los manantiales y fuentes, el agua salía muy caliente de tanto fuego que había en el suelo.
Que se oían los gritos de los hombres de desesperación y auxilio. Las cabras saltaban de los corrales y se asfixiaban corriendo en los caminos. Y los animales grandes, rompían los amarraderos y las puertas de las gallanías, corriendo locos por todas partes.
Que las madres con sus hijos deambulaban buscando un lugar seguro. Otras salían de sus casas abandonándolas, temiendo que los techos se les cayeran encima, y que se hacían grandes barrancos de fuego.
También me contaba mi madrina que sacaban a los santos y a las vírgenes de las ermitas, trasladándolas a otros pueblos donde no llegaban los volcanes.
A la virgen del pueblo de Santa Catalina, la llevaron a la Villa, donde había muchas personas de la vuelta abajo. Contaba que algunas personas querían subir a los pueblos del norte, pero sin saber que no podían pasar porque los volcanes ya habían atravesado la Isla.
Que las playas estaban llenas de gente, durmiendo a la intemperie, esperando que llegaran barcos para irse a Fuerteventura, pero que eran muy chiquitos y no cabían muchas personas y todas querían subir, llegándose a matar por ello. También me contaba que los niños se morían de hambre, porque se les terminaba la comida, y no encontraban alimentos. Los muertos se llegaban a enterrar en la misma playa. Decía que otras personas y familias se fueron a otras islas más grandes y que al cabo de muchos años, volvieron a Lanzarote cuando se apagaron los volcanes y no encontraron ni sus pueblos, ni sus casas, ni sus tierras, pues que todo era escoria, cenizas, lava y grandes montañas.
Y con estas palabras terminó su relato Doña Marina. Yo sé que me contó más cosas, pero mi cabeza ya no las recuerda.
Cuando la madrina de Doña Marina habló de los barrancos de fuego, seguramente viera el desplome de los techos de las cuevas, como la que vamos ahora a comentar.
CUEVA DE LAS PALOMAS
Como bien explican los científicos sobre de los volcanes, las cuevas se forman por acumulación de gases que los volcanes empujan desde las entrañas de la tierra al exterior. Parece que este fenómeno tiene lugar cuando la boca del cráter deja de arrojar lava, porque se van taponando con materiales pesados en forma de bombas volcánicas. Entonces los gases acumulados en el interior, buscan salida entre las capas de lava todavía incandescentes y la superficie de la tierra, que igualmente, conserva un calor de más de 1000°. Y aquí es, cuando esa enorme presión de gases, va recorriendo grandes distancias hasta que encuentra la cabecera de los torrentes, o el menor espesor de lava, y es cuando asoma en forma de jameos, terminando así un recorrido a veces de muchos kilómetros. La cueva que hoy nos ocupa es una de las muchas que navegan debajo de nuestros pies, ya que los científicos opinan que cada volcán tiene su respiradero y en nuestra isla de Lanzarote tenemos más de trescientos.
Nos estamos refiriendo a la antigua Cueva de las Palomas, pues a través de su existencia, ha sido bautizada con varios nombres. Esta cueva que data de las erupciones del siglo XVIII, nació entre Montaña Negra y Montaña del Hierro. Primero se le conoció con el nombre de Cueva de Montaña Negra, después cueva Tras Juan Bello y durante más de cien años se le conoció como Cueva de las Palomas, bautizada por los cazadores. Y por último, Cueva de los Encajes. Este nombre expresivo, se lo dieron las hermanas Berriel, doña Felipa y doña Dolores.
En las primeras décadas del siglo XX, algunas familias de La Vegueta y de Yuco, acostumbraban a hacer excursiones los días de San Juan a la Cueva de Las Palomas, donde hacían asaderos de piñas y pasaban el día entre las familias y amigos. Y como es natural, alguno de los más atrevidos y atrevidas, se metían en la cueva con hachones de madera, con velas o algún farol para recoger del techo las estalactitas de lava, que las había de las formas más caprichosas que pudo crear la naturaleza.
A doña Felipa y a doña Dolores las obsequiaban con algunas de aquellas reliquias, a lo que exclamaron a un tiempo !parecen encajes! y comentaron que bien se le podía llamar Cueva de los Encajes, que era más bonito que el de Las Palomas.
Y por último decirles que ya borradas las costumbres y nombres en la historia, aparece amillarada este gran Chaboco con el nombre Cueva de los Naturalistas. Esta cueva que nació en volcán Negro, como ya hemos comentado, es la de más largo recorrido de Lanzarote, con unos 20 km de longitud. Aunque no es transitable la mayor parte de su recorrido, está debidamente señalizada, bien por hundimiento de los techos de la bóveda, por abultamiento de las lavas en forma de lomo, por grandes y pequeños cejos agrietados y por otras tantas señales que los lugareños conocemos muy bien.
Y como si de un río se tratara, que aprovecha todos los accidentes del terreno y recovecos, va visitando y tocando varios lugares en su imparable andadura, como tierras de buen cultivo, pequeños valles y barrancos con árboles silvestres y frutales, campos de pastoreo, tierras baldías y balseras, gavias y maretas, aguadas naturales, y otras acotejadas por el hombre. Cortijos, caseríos, también las fértiles huertas de Frías y la pequeña aldea del mismo nombre, los lajíos de Chibusque y su pequeño caserío, los campos arenosos del bajo Tamia, las extensas gavias de los Bermejos en el Sobaco, los Llanos de Chacabona, los bajos de Tomaren – con su caserío de 10 vecinos – donde los hermanos Rocha, Don Pepe y Don Domingo fundaron sus palacetes posteriormente.
En el año 1734 los ríos de lava invadieron las fértiles huertas de Mozago, (en la actualidad Mozaga), propiedad de los herederos del Doctor Don Fernando Cerdeña. La pequeña aldea de Majina, los arrabales del Rancel y la gran tirajala de cueva, siguió su camino de fuego dejando las marcas claras de su recorrido: como el taro de Domingo Hernández, los cejos de Juan Rujel, los picachos de Señor Benigno, las cuevas de Marcial Díaz – con sus 8 metros de altura -. La Cueva de Don Frasco, la cueva de Don Ramón Espino, las Cuevas del Barranco; a la izquierda el caserío de los Liones, el Lomo de San Andrés (antiguo asentamiento de los majos de Lanzarote) y a la derecha el Palacete de Durán del siglo XVII. La ermita de la Peña, (sepultada por un médano a principios del siglo XX), las Cuevas de Juan Rivera, y los metideros del volcán, para terminar su largo recorrido en el país de las Antóforas (gusano prehistórico devorador de tierra vegetal).
En un terreno propiedad de Don Salvador Pérez, vecino de la Real Villa de Teguise, donde ya se le hizo cuesta arriba al incontrolable río de lava, se dividió en dos brazos, uno al norte y otro al sur. El del norte, no llegó a bañarse en la gran playa de Famara, pero sí arrasó los extensos campos pastoriles del Regulo del Fiquinineo, donde pastaban antiguamente sus ganados. Y el del sur siguió su camino pasando por la antigua aldea de Tahíche, por los lugares del calvario, el purgatorio y por los Llanos de Maneje, para llegar a refrescarse en la pequeña playa de San José, -en la bahía de los Mármoles-, donde se encontraron dos culturas de piedra: la de Lanzarote con las lavas de Timanfaya y la italiana con los bloques de mármol, que yacen en el fondo marino dándole el nombre a la bahía, «Bahía de los Mármoles», hoy puerto o muelle de los Mármoles.
Después de recorrer este río de lava más de 40 kilómetros, se puso fin a la más grande y duradera erupción volcánica que haya padecido nuestro planeta Tierra, 1730-1736.
REFRESCARLE LA MEMORIA A LA VIRGEN
Y ahora quisiera refrescarle la memoria a nuestra madre Dolores, de aquellas viejas costumbres que ella tenia cuando salía de su aposento, para hacer el habitual recorrido por el día de sus fiestas.
Lo primero era quitarse el manto nuevo y ponerse el viejo-el manto de trabajo-, el que ella usaba para salir los días de procesión, cuando los peregrinos y peregrinas con sus repetidos íres y veníres, convertían la plaza en una gran nube de polvo insoportable para respirar.
La primera parada que hacia, era frente a la cruz de tea clavada en el río de lava, hoy frío y mudo, pero hace 274 años amenazaba a la pequeña aldea de Tinajo de desaparecerla de la faz de la tierra.
Decir que cuando la virgen salía de su santuario a la plaza, callaban todas las actividades festeras. Los cantos y las voces de los feriantes y los peregrinos contemplaban en silencio el paso majestuoso de nuestra madre.
Después que el sacerdote oraba y explicaba delante de la cruz, lo que significó aquel símbolo sagrado para los vecinos de Tinajo, continuaba su recorrido para ir purificando y bendiciendo a las personas, a los animales, a la tierra y a sus frutos.
Los camelleros hacían que se levantaran los camellos al paso de la Virgen, los ventorrilleros salían de sus ventorrillos y quitándose el sombrero se arrodillaban.
Lo mismo hacían los ruleteros, que desde el aljibe de los peregrinos hasta el camino de la Quemada, se podían contar hasta 10 y 15 ruletas, llenas de coloridos y un sin fin de muñecas, caballitos, soldaditos napoleónicos y otras tantas baratijas que ilusionaban a chicos y grandes, donde los precios por tirada eran de varios costes: desde 5, 10, 15 céntimos o las dos perras gordas, y lo más caro era un real de vellón.
Los peregrinos y peregrinas dejaban sus paseos en la polvorienta plaza, y se unían todos, formando un pasillo humano para que pasara el cortejo que acompañaba a la virgen. También las parejas prometidas, se separaban uno del otro para ofrecer a la madre el respeto y la pureza.
La placita pequeña que había delante de la iglesia, era punto de encuentro de casi todas las familias que iban a la fiesta, y donde las abuelas se quedaban al cuidado de los nietos, mientras las madres, vigilaban a las hijas que ya estaban en edades de mociar.
También algunas madres con sus niños en brazos, salían al encuentro de la virgen y poniéndose de rodillas, le pedían por la salud de sus hijitos enfermos o por cualquier otro familiar, a lo que el sacerdote correspondía con una sonrisa, y trazaba una cruz imaginaria en el aire en prueba de bendición y curación.
Las abuelas en la pequeña plaza contaban a sus nietos, -cuando la vir
gen pasaba cerquita de ellos-: miren, Juanillo, Antonillo, y tú María, fíjense bien, esta es la virgen que paro los volcanes y salvó a mucha gente de Tinajo de morir quemados. Es la Virgen de Los Dolores que también le dicen Señora de los Volcanes. Acuérdense siempre de ella que es una virgen milagrosa. Esto lo decía la señora Eulalia, del lugar de las Calderetas en San Bartolomé, que era habitual verdulera en la vieja Recoba de Arrecife.
Y estas son las voces que dijeron ayer, las voces que oímos hoy y las voces que oirán mañana, que la virgen de Los Dolores hizo un gran milagro parando los volcanes en Mancha Blanca la chiquita.
Como muchos de ustedes saben, llevamos veinte años poniendo en escena en esta plaza los autos sacramentales dedicados a nuestra Santa Madre, la Virgen de Los Dolores, y a la mítica pastorcilla de Guigua, Juana Rafaela, pues toda esa grandeza y dulzura de la obra, que raya la realidad, se le debe a tantas personas que participan desinteresadamente, a las niñas verseadoras y a la imprescindible ayuda de mi familia. Y como dice un viejo refrán que es de bien nacidos ser agradecidos. Vaya para todos mi más sincero y caluroso agradecimiento.
Y finalmente para terminar con este agradable encuentro de tantos amigos y amigas, tanta gente conocida y no conocida, a las que doy el más cariñoso y caluroso agradecimiento por su presencia, aquí, en este santuario acompañando a nuestra virgen de Los Dolores.
Agradezco también a mis queridos amigos, los alcalde de los siete municipios de la Isla, al presidente del Exmo. Cabildo de Lanzarote y al Exmo. Presidente del Gobierno Autónomo de Canarias, por aceptar la invitación para hacer estas plegarias que ya forman parte de nuestra pequeña, pero rica historia de Lanzarote.
Y de manera especial a la joven corporación del Ayuntamiento de Tinajo que se ha puesto en marcha para mejorar y engrandecer a este gran pueblo, al que yo tanto aprecio y valoro. Y gracias por haberme invitado para ser de pregonero, en esta gran fiesta como es la de la Patrona de la Isla.
Y por último, permítanme que traiga a nuestra memoria aquel insigne religioso, a Don Andrés Lorenzo Curbelo y Perdomo, cura de Yaiza y autor del diario de los volcanes de Lanzarote, -del que todas las crónicas y artículos, al igual que la información verbal, lanzadas a todos los vientos que reinaban por aquél histórico siglo XVIII-, informaban y aseguraban que Don Andrés Lorenzo Curbelo y Perdomo, fue el autor de aquel desaparecido diario de los volcanes.
Don Andrés era cura párroco de la Iglesia de Nuestra Señora de los Remedios en el pueblo de Yaiza. También ostentó otros cargos relevantes en su dilatada carrera religiosa, como fueron la mayordomía de cuentas de la ermita de San Marcial de Rubicón, honorable beneficiario y servidor de la parroquia matriz de Nuestra Señora de Guadalupe en la Real Villa de Teguise, notario del Santo Oficio de la Inquisición y vicario de la Isla de Lanzarote.
Las crónicas de aquel insigne religioso canario relacionadas con los volcanes, fueron y siguen siendo las únicas fuentes de información que tenemos de aquel terrible cataclismo, que durante seis largos años 103 volcanes, grandes y pequeños, vomitaron lava y cenizas, sepultando veinte aldeas y arrasando los mejores campos de cultivo. Y así don Andrés, cronista de las erupciones volcánicas de Lanzarote, le dio cabecera a su primer artículo y lo hizo con estas dramáticas palabras: «Hoy día del Señor primero de Septiembre de 1730, siendo las diez de la noche, se abrió la tierra y de su seno salieron grandes llamaradas de fuego, tan altas que se confundían con el cielo estrellado de Lanzarote y en un abrir y cerrar de ojos desaparecieron de la faz de la tierra las pintorescas aldeas Jaritas y Chimanfaya, y con ellas la casa de diezmos, donde la Iglesia guardaba las limosnas que le pertenecían por las cosechas. Y de igual forma, fueron desapareciendo los fértiles campos de cultivo y de pastoreo, que pertenecieron al príncipe Tiguafaya y a la princesa Yaiza, y que de la noche a la mañana quedaban convertidas en escoria».
Pero la Virgen Santísima de los Dolores, fiel guardiana de los bienes de sus semejantes, sana a la tierra de la terrible enfermedad del fuego, y calmando la ira de la naturaleza, les devolvió a los hombres la paz, la tranquilidad y el sueño.
Y a ustedes queridos amigos y amigas, yo les devuelvo el más caluroso y cariñoso agradecimiento, porque los amigos, las familias, los hermanos y los padres, debemos permanecer siempre unidos, como lo está este joven pregonero de noventa años con todos ustedes.
GRACIAS
LOS AÑOS SON HISTORIA.
Permítame refrescar un poco mi memoria o traer al presente anécdotas, costumbres, obligaciones y leyes que vivieron con nosotros en el pasado, y tantas otras cosas que con el transcurso de los años se han ido borrando o nunca estuvieron escritas.
Pero yo retengo en mi retina todo lo que mi mente tiene almacenado desde mi niñez y mi memoria todo lo contado por mis padres y abuelos.
Era costumbre que los peregrinos de los pueblos más alejados del Santuario de Los Dolores emprendieran su peregrinación días antes de la fiesta, como lo hacían la gente del norte, de La Graciosa y de Haría, que desde la antevíspera amarraban los hatillos a las armellas de las puertas y se encaminaban a la fiesta de Los Dolores.
La gente de La Graciosa casi siempre era la más madrugadora para ocupar el sitio que casi ya les pertenecía, entre los estribos de la parte sur de la iglesia y la puerta de la sacristía, lo que daba lugar a algún que otro enfrentamiento con el bueno de Don Tomás, el cura, que cuando quería cambiarse de atalejos para decir la misa no podía abrir la puerta hasta que no se levantara el varadero.
También los jarianos eran bastantes tempraneros en recalar a la fiesta, ellos ya tenían un solar casi propio, que era entre la cruz de tea y la antigua casa de la santera, donde formaban sus caseríos con las sillas de los camellos con los bastos, bastillas, el sudadero, las sogas de leña y los pírganos de las palmeras que ya las traían cortadas a medida.
No era nada extraño que algunos años por la fiesta se contaran hasta 200 camellos por caminos y veredas, generalmente los usaban cuando eran familias con hijos, ya que era el único medio de transporte que existía en aquellos tiempos. También era imprescindible el amigo burro, que se convertía en el comodín del equipo, pues lo mismo llevaba a cuesta a la abuela que a dos chinijos en las alforjas.
Las familias que asistían a la fiesta de Los Dolores con hijos pequeños o niños de pecho, que en aquel tiempo eran casi todos, tenían que realizar una media mudanza. En primer lugar era imprescindible la cabra jaira para la leche de los pequeños, que se transportaba cinchada en uno de los brazos de la silla, también traían algunas gallinas ponedoras metidas en unas cestillas, llamadas raposas, a las que amarraban junto a los demás animales.
Muchas personas venían comprometidas a pagar una promesa a la Virgen, bien de rodillas y alrededor de la ermita o con velas encendidas en cada mano en el interior del templo. Las velas estaban expuestas en un lugar del altar para aquellas personas que no las traían, que se podían comprar por tamaños según el grosor del pecado, desde un real de vellón hasta las más grandes a una peseta.
Don Tomás era el cura de San Roque y auxiliar de la ermita de Los Dolores. No era muy partidario de gastarse el dinero en velas para pagar promesas. Don Tomás era más practico y con mejor visión, decía que la mejor promesa era un vaso de estiércol enterrado en un buen enarenado de su propiedad, que se plantaba de millo para hacer gofio y garbanzos para potaje y de esta forma tendría comida para alimentar a los pobres.
Durante los dos días y a veces tres que permanecían los camellos y burros amarrados a lo largo de la orilla del río de la lava desde Tinguatón hasta la misma puerta de la ermita, los animales se ponían nerviosos y algunos lograban soltarse de los amarraderos, como ocurrió con un camello jariano y otro de Femés que lograron romper sus ataduras y se ensalzaron en una lucha espectacular y agresiva o, lo que es lo mismo, una lucha a muerte. Yo les puedo decir que durante mis años de agricultor he visto a varios camellos malheridos por luchas entre ellos y por no llegar a tiempo el árbrito (el hombre que los separa).
No les ocurrió lo mismo a aquellos dos camellos luchadores del norte y del sur, que tuvieron la gran suerte de contar no con uno sino con dos dueños especialistas en el deporte camellar, que con amaños y algún que otro garrotazo, volvieron a tuchirse de donde no tenían que haberse levantado. Después de pacificados y dejarlos bien amarrados, se encontraron los dos hombres todavía jadeantes y sudorosos, se dijeron uno al otro bastante alterados, ¿con qué demonio amarraste el camello que no tiene ni un cacho de soga en el cogote?, y el otro le respondió, y el tuyo que no tenía ni la jaquina puesta… Al final bastaron un par de palabras más para ensalzarse al bollo limpio y cuando más ensalzado estaba el combate, bollo va bollo viene, apareció Don Tomás montado en su yegua colorá y acercándose a las sangrantes narices les grito !no tienen vergüenza, peleándose en las puertas de la Virgen ¡ !Les voy a excomulgar por pecadores, escandalosos!
Los hombres dejaron de atizarse y, cuando se encaminaban en distintas direcciones, el cura les llamó y les dijo, y ahora los quiero ver en la misa y para saber si están levantan la mano. Los hombres levantaron la mano cuando empezó la misa y la bajaron cuando terminó, por lo que necesitaron ayuda para que la sangre volviera a sus brazos.
PROMESA MARINERA
También eran muy emocionantes las promesas, las plegarias y los ritos de los marineros. Ellos venían con las ropas que diariamente usaban en los trabajos cotidianos que realizaban a cada hora a bordo de sus respectivos barcos, como es natural, con todo el salitre encartonado y descolorido por tantas veces mojadas y secadas en la misma liña de sus propios cuerpos.
Venían descalzos y descalzos regresaban a sus casas, sus pies estaban endurecidos por el contacto diario con el tablero de la cubierta del barco, aguantando temperaturas insoportables.
Llegaban el mismo día de la función y procesión. Acompañaban a la Virgen en su recorrido. Se arrodillaban cuantas veces podían al paso de la imagen. Traían velas que le ofrecían y encendían en la misma procesión. También solían traer una botellita de agua de mar y la derramaban en la tierra, pidiéndole a la Madre que les diese suerte en la pesca y que el mar les dejara navegar sin peligro.
Ofrecían barquitos pequeños, iguales a los que ellos navegaban, o réplicas de los barcos que se perdieron para que les diera suerte, como fue el caso desgraciado de doña Catalina Cocina a la que se le ahogaron sus dos únicos hijos, José, primer maquinista, y Antonio, engrasador, de 26 y 18 años. Doña Catalina regaló a la Virgen de los Dolores un barquito igual a aquel donde se ahogaron sus hijos y también las fotografías de ambos. Como es natural es muy tarde para saber dónde se perdieron aquellas reliquias después de más de 70 años.
Traigo a nuestra memoria a los siete mártires del Cruz del Mar, que el 28 de noviembre de 1978 perdieron sus vidas a manos de unos desalmados, a los que la Virgen de los Dolores tendrá muy en cuenta a la hora de perdonarlos.
La Virgen era muy venerada por los marineros. Hoy también lo sigue siendo, pero ya estos vienen vestidos de forma diferente y no se nota su presencia.
En la paredes de la ermita se podían contemplar muchos exvotos colgados, no había solo barquitos y fotografías, también había a lo largo de las paredes toda clase de animales que vivían con nosotros, así como, miniaturas en cera de muchas partes de nuestro cuerpo y alguna figurita que representaba a niños. Y como siempre tenemos la pregunta, pero no la respuesta, ¿dónde están?
Si tuviéramos que contar la memoria completa de este santuario de Mancha Blanca la Chiquita desde que la Virgen de los Dolores se estableció en él, tendríamos que emplear muchos jases de papeles y escribir abrazados de libros, dedicándole una vida entera para completar 274 años de historia de la erupción más duradera de la Tierra.
También ha sido importante el comportamiento de tanta gente que ha venerado a la Virgen de los Dolores en el transcurso de tantos años, los más por el día de su fiesta y los menos en promesas privadas e íntimas de recogimiento.
Como es natural, tanto las plegarias, las formas, las costumbres como las promesas han cambiado mucho desde aquellos primeros años en el Santuario de los Dolores, muy diferentes a las que hoy practicamos.
LA ROMERÍA
Y de aquellas seis costumbres del pasado, comparándolas con las del presente, escogemos el nombre, me refiero al nombre de «romería». Como es natural, cuando se va acercando el día de Los Dolores, toda la gente se va preparando para ir de romero a Mancha Blanca. Hay que aclarar que en aquellos tiempos no existía la palabra «romería» ni «romero», tan solo eran mujeres, hombres, niños y animales que iban a su Fiesta de los Dolores.
Cuando se veían pasar grupos de personas por los caminos y veredas y se les conocía de dónde procedían, el comentario era: ya están pasando los jarianos para los Dolores o ya están pasando los gracioseros que siempre son los primeros o vienen los de la vuelta de abajo o pasan los de la vuelta de arriba, pero nunca se oía, ya están pasando los romeros para la Romería de los Dolores, pues ni siquiera aparece el nombre de la Virgen. Claro está que los nombres y las formas han cambiado mucho, seguramente la palabra romería fue importada de la vecina Sevilla.
También han desaparecido o se tienen olvidadas las formas y costumbres de la feria, ya que es muy distinta la feria de ayer a la de hoy. Antiguamente no era un montaje como se hace hoy, que se fabrican medias ciudades de casetas, almacenes y grandes naves para almacenar víveres, donde se venden y se compran toda clase de artículos, donde se puede conseguir hasta una máquina excavadora. La feria se compraba en los puestos que existían en una fiesta, como en un ventorrillo, un puesto de baratijas de chucherías, un puesto de dulces, de confiterías caseras, había varios y muy buenos, donde vendían unos con formas de muñecas y rosquetes hechos con bastante almíbar, muy dulces, y otras tantas cosas apetecibles para llevar o comprar la feria, ya que de eso se trataba, comprar un conjunto de golosinas y obsequiar a algunos de la familiares y amigos que no pudieron ir a la Fiesta de Dolores.
Aquellas formas de muñequitas, que tanto se vendían en los puestos de confiterías, llevaban de adornos unos papelitos de colores atravesados como hoy llevan las mises la bandas, A los papelitos le ponían los nombres más conocidos, en aquellos tiempos, de mujer, como María, que era el más que se vendía. Los rosquetes también estaban adornados con papelitos de colores, pero sin nombres.
Una vez más dejamos claro que la feria donde se compraban cosas no existía, la feria era lo que se compraba.
AUTOS SACRAMENTALES.
En 1988 se presentaron por primera vez los autos sacramentales dedicados a La Virgen de los Dolores por sus grandes y sonados milagros, cuando para los volcanes en el lugar de Mancha Blanca la Chiquita, por los ruegos y plegarias que le sirvieron los hombres y mujeres de Tinajo.
Como todos ustedes saben, le prometieron una ermita a cambio del milagro de parar los volcanes. La Virgen lo cumplió, pero los hombres se olvidaron, por lo que ella se valió de la pastorcita de Guigua, Juana Rafaela, para recordarles a los hombres de Tinajo que cumplieran su promesa.
Juana Rafaela está censada en el libro de bautismo en la Villa de Teguise en el año 1767 y la aparición de la Virgen tuvo lugar en 1774, cuando Juana Rafaela contaba 7 años de edad. Era hija legítima de Juan Antonio Acosta y de Rita Umpiérrez, ambos naturales de Tinajo.
Con la puesta en escena de los autos sacramentales en esta plaza de Los Dolores se trajeron al presente muchos recuerdos, voces y costumbres ya olvidadas y casi borradas por el paso de los años.
Los autos sacramentales marcaron un referente en la Isla de Lanzarote, especialmente en Tinajo, pues como si se tratara de una semilla que permaneciera años atrapada en un secano, con la llegada de la lluvia brotó de la tierra, creció y dio grandes cosechas. Como todos saben, ya no se venera a la Virgen en esta plaza, recordando sus actos milagrosos antes y después de los volcanes, pero nos cabe la esperanza de volver a ver a la Virgen llamando a Juana Rafaela para dejar la huella de su mano en la espalda de la pastorcilla de Guigua.
LAS PRIMERAS CARROZAS
Si refrescamos nuestra memoria y caminamos hacia atrás o retrocedemos en el tiempo o, mejor será, que nuestra mente sea lo que deshaga el camino de los 22 años que nos separan de aquellos primeras carroza que hacíamos, en Mancha Blanca primero y en Tinajo después, en los solares de Don Luis Perdomo, que siempre estuvo dispuesto a colaborar como ciudadano y como alcalde del Ayuntamiento de Tinajo.
Los peregrinos para poder levantar y animar la fiesta de Los Dolores fueron bastante difíciles de conseguir, puesto que contaba con pocos visitantes. Pero ya en el segundo año de la presencia de carrozas y la participación de todos los ayuntamientos, se empezaron a llenar los caminos y veredas de gente de todos los pueblos que volvían a visitar a la Patrona de la Isla.
Las carrozas de los respectivos ayuntamientos las hicimos en Tinajo y cada una representaba algún monumento significativo de sus respectivos pueblos, como por ejemplo, el primer año representando a Tinajo, la panadería de Fidel; a Tías, un almacén de empaquetado de tomates; a Yaiza, las salinas de Janubio con sus molinos; a San Bartolomé, la Casa del Mayor Guerra; a Haría, la Fuente del Chafariz y el bosque de palmeras; a Teguise, la Princesa lco en la prueba del humo y a Arrecife, el Puente de las Bolas y sus barquillos.
No es necesario decir que las personas que habitan cada una de la carrozas van haciendo el trabajo que a cada uno le corresponde, como por ejemplo, el panadero amasando el pan.
Cada uno se asignaba un ayuntamiento para repartir las cosechas de la tierra, sus granos y sus frutos, que se iban repartiendo a los visitantes durante el recorrido y siempre se guardaban unas buenas y frescas frutas para obsequiar a la Virgen.
También, en el conjunto de carrozas que pertenecían a los autos sacramentales, se van realizando faenas típicas, representando un pasado bastante lejano.
Y como anécdota, que siempre hay alguna bastante buena, escojo una: casi todas las carrozas van provistas de motores para iluminarlas, entre otras estaba la que representaba el Volcán de Timanfaya, y la persona encargada y enviada por el ayuntamiento de Tinajo era un estudiante o aprendiz de electricista, hombre joven y activo. Él era el encargado de hacer los cuadros de mando en cada carroza. Recuerdo que fabricaba unos trozos de chapa en forma de escudo y en él entrelazaba cables de varios colores, colocándolos en cada carroza respectivamente. Algunos de aquellos artilugios funcionaron sin problemas, pero otros, cuando le aplicaban corriente se formaba un chisporroteo en cuadros y cables, y como si fuera un barco, no quedaba un marinero abordo, porque todos se lanzaban por la borda.
Pero en la carroza que representaba al Volcán de Timanfaya los ocupantes no tuvieron que abandonar sus puestos de trabajo por su propia voluntad, ya que se encargó aquella media luna llena de clavijas y botones brillantes, que pegó una explosión y el pirotécnico y el ayudante salieron disparados a la sanja de parras de una vecina de Mancha Blanca.
Pero nada parecido con la explosión que causó Mari Sánchez en esta santa plaza cuando le cantó a la Virgen, a su Virgen, como ella decía, vestida de campesina conejera aquella bonita canción «Vámonos de Romería caminando o en carreta, lleguemos a Mancha Blanca que la Virgen nos espera» con letra del gran poeta agaetense Chalo Sosa Álamo.
Esto ha sido una pequeña parte de las cosas que nos han pasado durante estos 20 y tantos años, con tantos amigos que tengo en el ayuntamiento y que me han atendido exquisitamente. A todos sus alcaldes y concejales y a todas las personas que han trabajado conmigo codo a codo desinteresadamente, gracias de una manera especial.