Por Agustín Cabrera Perdomo
Tendría entonces Arrecife unos quince mil habitantes y su reducido núcleo urbano estaba limitado por sus pequeños y pintorescos barrios a los cuales y brevemente intentaré describir con esta deslavazada crónica. Arrecife para que los más jóvenes se hagan una composición de lugar- era un pueblo chato y polvoriento, de calles mal empedradas y siempre medio desiertas, donde los carros tirados por burros y mulos eran los vehículos más comunes en el tránsito rodado de aquellos tiempos.
Durante el verano, los remolinos formados en las tierras bermejas de las llanuras del extrarradio, hacían que tuviésemos que andar por la calle con los ojos hechos unas rendijas, para intentar proteger así nuestras pupilas del polvo del ambiente, ya que el viento lo arrastraba con cierta violencia sobre todo en las calles y callejones abiertos al NE. Sin embargo, a pesar de estas incomodidades y pequeñas carencias-como era la falta de agua corriente, de la electricidad que se cortaba después de las doce de la noche y del gas butano que ni siquiera nos imaginábamos, ya que eran entonces los «infiernillos» y luego las cocinas de mecha, los reyes-reinas de las cocinas y modernos predecesores de las a mencionadas gas butano, que llegarían algo más tarde, -el puerto de Arrecife poseía y posee aún la marina más hermosa, luminosa y espectacular de toda Canarias y ello, a pesar de la falta de imaginación- que describiera Viera y Clavijo en su Historia de Canarias al referirse al Puerto de Arrecife. -que habían manifestado los que fueran regidores municipales entonces y de los que lo son ahora, que si los dejamos solos acaban con ella en un par de legislaturas. Gracias que llevamos veinte o treinta años intentando aprobar un Plan General de Ordenación para Arrecife que si no, ya nos hubiesen rellenado para construir algún que otro hito, la baja de Juan Rejón o la del Camello. Existió uno de estos intempestivos genios del urbanismo de andar por casa, quien propuso rellenar la zona occidental de parte del Charco de San Ginés para construir aparcamientos y a otro, la ocurrencia disparatada de una autovía que bordearía todo el litoral de Arrecife desde la playa de El Reducto hasta Puerto Naos. Menos mal que en ambos casos se impuso la cordura y el sentido común.
Pero volviendo al objeto de este relato, donde habíamos tomado como el corazón o núcleo de la vieja e incipiente urbe, la hoy llamada Plaza de La Constitución y a la que en esa época llamábamos simplemente La Plazuela obviando el alopecico nombre del protomartir del régimen anterior.