Memorias del viejo Arrecife -III (1)

Por Agustín Cabrera Perdomo
– [ ] La Calle Porlier, Antes Alférez Cabrera Tavío y antes Porlier. (I)

– [ ] Calle entrañable de mi infancia y juventud, pues allí estaba la casa de mi abuela Lola y del tío Pancho a la cual hacia múltiples visita para verla y sobre todo para beber el agua de aquella destiladera frondosa en culantrillo que estaba junto al comedor. De aquella casa, en una desventurosa tarde y por alguna razón que no recuerdo, salí corriendo hacia la calle en el preciso momento que pasaba un taxi que conducía don Luis Suárez González. El «viaje» que me di contra el guardabarros derecho del fotingo, me proyectó hacia delante un par de metros sobre la mal empedrada calle del Correo.

Al darme cuenta de la «escapada» me levanté como si un resorte me pusiese en pie de un salto y salí como un tiro por la calle Sol. Don Luis Suárez y su pasajero, salieron del coche y corrieron tras de mí, dándome alcance cuando ya casi estaba llegando a la calle Resguardo llevándome casi a rastras me condujeron al despacho del tío Pancho, el cual me auscultó, reconoció y al ver que nada estaba fuera de su sitio, me dejó salir de nuevo advirtiéndome de los peligros del tráfico rodado, el cual; en toda la isla en aquellos años no creo que llegara al medio centenar de vehículos. Fue tanto el aleccionamiento familiar sobre el asunto, que ese verano; en Tinajo, cuando oía un camión arenero, me encaramaba a la primera pared que estuviera a mi alcance.
– [ ] En una ocasión, oí decir de don Luis había dicho que él: «pa perros y soldaos», no gastaba pita, cosa que debió comentar, -si es que lo hizo- en alguna francachela bromista pues el disgusto por el casi atropello que me produjo, lo marcó para el resto de su vida como taxista. Don Luis Suárez, durante todos los años que estuvo con nosotros, cuando accidentalmente nos encontrábamos me recordaba el incidente, alegrándose siempre por el encuentro, seguramente por verme vivito y coleando. Tío Pancho, era don Pancho El Médico, así es como era conocido en toda la isla y a quien muchas veces acompañé con su Ford Cuatro, en sus visitas profesionales que giraban por todo Arrecife. Su pasión- además de su profesión y su familia era la cacería y en esta actividad cinegética también le acompañé aunque en una única ocasión, llevándole una escopeta que era más grande que yo. Esa tarde recorrimos parte del extenso territorio que era entonces la Maleza de don Abraham Arencibia. Fue esa la primera y única jornada en la cual, en un determinado momento; extasiado viendo como los perros perdigueros se quedaban como estatuas parando las perdices, me vi entre ellos y las escopetas de don Antonio Quintana y del propio don Pancho. No sabía dónde meterme y creo que opté por el cuerpo a tierra y por aquel consiguiente acojono: terminó mi carrera como aprendiz de cazador y de lo cual – después del susto, – no me ha quedado magua alguna.
Desde estos recuerdos escritos, también tengo una entrañable evocación, para la abuela Lola, por quien su hijo Pancho y todos sus hermanos, sentían verdadera adoración. Para él y su familia, mis primos del alma y especialmente para la tía Lola que todavía pasea su eterna juventud con esa jovialidad envidiable que la ha caracterizado toda su vida

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