Por Agustín Cabrera Perdomo
– [ ] En ese punto crucial de las Cuatro Esquinas, la Calle Real se dividía en tres ramales, uno; la ya mencionada y angosta calle de Jacinto Borges que salía en dirección de Oeste a Este hasta desembocar en la también ya citada calle rotulada en honor del Ingeniero Paz Peraza. La Calle Real continuaba en línea recta hacia el norte, y desde un punto indefinido cambiaba de nombre, no oficialmente sino por voluntad popular. Por lo visto hasta Los Ranchos alguien midió en brazas la distancia desde ese punto no señalado por ningún rótulo y el resultado fue de cuarenta brazas. Era así conocido este cutre -hasta hace poco- jardín de Venus y también por Las Rapaduras, por una serie de mojones blancos que flanqueaban ambos bordes de la carretera.
Desde las otras dos esquinas que contribuían al nombre de aquel enclave con fama de pendenciero por los tremendos follones y trifulcas resueltos a buchazo limpio en calendas carnavaleras, iniciaba e inicia hoy su trayectoria hacia el Oeste la calle Cienfuegos, angosta vía por donde -según dicen-, en las mareas vivas entraba el agua hasta los llanos que están bajo el molino del Cabo Pedro, ya casi llegando al barrio de La Vega, que quizás fuese el más extenso en superficie de los barrios arrecifeños, pues englobaba las edificaciones que daban al Norte y al Sur de la calle Triana incluyendo él pretenciosos Estadio Olímpico o de fútbol que con diecisiete años promoviese y construyera un inquieto conejero llamado José Perdomo Spínola.
Continuando hacia el poniente se llegaba al barrio de La Destila al cual ponía fin la desarenada y ventosa playa del Reducto a la cual se iba especialmente el día de San Juan y que era como ir de excursión por lo lejos que decíamos que quedaba a los Golfines que vivíamos en el centro y no digamos a los que lo hacían desde El Lomo o desde la incipiente barriada de Titerroygatra. Era aquella pequeña ensenada en aquella época la madre del viento y sufría todavía las secuelas de haber cedido sus finas arenas para la construcción de los prismas, espaldones y obras en general de la carretera y nuevo muelle (Muelle Grande) que habían empezado a ejecutarse a principios del Siglo XX. En un pequeño promontorio rocoso que delimitaba la diminuta playa por el Oeste, después de la Guerra Civil se construyó un nido de ametralladoras en hormigón al igual que otros muchos con los que se pretendería frenar una hipotética invasión de los Aliados por toda la costa oriental de la isla. También recuerdo otro de esos inútiles baluartes en La Bufona y que afortunadamente sólo sirvieron para cobijo de algunos pobres indigentes y sin techo de la época, ósea que nunca apestaron a pólvora quemada ni se apostaron en ellos armas matagente. Como picaresca anécdota me contaron en su día que un espabilao personaje, cuando se iniciaba en la isla el boom turístico, amillaró y registró a su nombre dicho enclave militar y no me pregunten como lo hizo, pero por su cargo, se sabe que podía hacerlo y también que quién me lo contó – personaje también enredado en el frangollo inmobiliario- me aseguró que lo había visto con sus propios ojos. Como poco tardó en llegar al Puerto la moda de los ecologistas, los auténticos y los de salón, se logró años más tarde que aquel inútil y antiestético bastión se derribase y fuese colocada en su lugar la base del mástil donde ondea actualmente la bandera Azul que otorga la FEEA por la calidad ambiental de las aguas de esa parte de la bahía. Cerraban Arrecife por el Oeste los barrios de La Destila y el de La Pescadería, éste último no era un barrio propiamente dicho, pues más bien recibía su nombre por haber estado allí ubicada la vieja pescadería con su pequeño muelle y sus cachuchas fondeadas como viveros del pescado que allí se vendía.
También había zonas urbanas con una entidad menor cómo fueron La Florida, El Pilar del Agua, El Carmen y quizás olvide alguno más. Argana era entonces un diseminado paupérrimo que poco menos se hallaba en el fin del Mundo.
Creado el Batallón de Infantería nacieron al mismo tiempo que los acuartelamientos las casas construidas bajo el Mando Económico de Canarias por el General García Escámez, de quien dicen que quiso hacer de estas tierras isleñas una nación independiente bajo el reinado de don Juan de Borbón. El conjunto de viviendas de oficiales y suboficiales de dicho regimiento construidas a los márgenes de la carretera del centro, el pueblo bautizó con premura aquel complejo militar simplemente como Los Cuarteles. Inolvidable fue su famosa guagua, que aparcaba en La Plazuela para servicio de transporte a los residentes en Los Cuarteles. Creo que me olvido de Tahiche Chico que llegaban hasta Los Ranchos de Las Rapaduras, donde alternaban los hombres de toda condición y lugares con las señoras de vida alegre que fumaban y los trataban con naturalidad con un tuteo respetuoso. Tampoco quiero y puedo olvidarme de Puerto Naos que aunque no era un barrio en aquellos años, constituía un enclave de actividad pesquera y comercial, principal y primordial actividad económica de la isla. Su abrigado puerto servía de refugio a toda la importante flota pesquera que operaba en el banco Canario Sahariano. La importancia de esta actividad, justificaba la profusión de salinas al Este y al Oeste de la ciudad.