Por Agustín Cabrera Perdomo
LA CALLE PORLIER II
Arranco esta nostálgica evocación calle arriba partiendo desde La Plazuela y recordando a los vecinos que habitaban la primera casa de la izquierda; don José Morín, su esposa doña Irene Díaz Bermúdez y su única y guapa hija Mary. Tenían un pequeño comercio de ultramarinos en su dicha vivienda, la que hacía el número uno de la calle que recordamos y justo enfrente; en una casa también de una planta, abría sus puertas la tienda de Los Pérez un comercio igualmente de ultramarinos que regentaba mi buen amigo don Juan Pérez Parrilla, aunque antes que él, recuerdo ver tras el mostrador a su tío don Rafael Parrilla y a don Nicolás Márquez.
A principios de los años sesenta recuerdo como dependientes a don Miguel Corujo y a una guapa jovencita: de nombre Milagros Villalba por la cual mi amigo Juan bebía los vientos y que después de un noviazgo con fundamento, -como los de antes- terminaron para regocijo de todos en la vicaría procreando una numerosa prole que son el orgullo y alegría de sus padres.
Juan Pérez era miembro de una tradicional y conocida familia de comerciantes que en aquellas fechas y haciendo una hipotética traslación a nuestros días, eran sus comercios los Hiperdinos de hoy.
La desigual competencia comercial con el matrimonio Morín Díaz, y por razones obvias; esta conocida y entrañable familia decidió cambiar de aires e irse a la Octava Isla que no fue precisamente La Graciosa sino la Republica de Venezuela en la época del resurgir de su economía gracias al petróleo y mucho antes que los bolivarianos campasen a sus anchas dejando los supermercados vacíos y con un señor Presidente que habla con los pajarillos del Cielo. Después de unos fructíferos y buenos años de residencia en la capital caraqueña, regresaron a la isla en la cual disfrutaron durante lustros de un apacible bienestar que habían logrado con su esfuerzo y trabajo en la llana Republica de Centroamérica. Desde hace hace años, Pepe e Irenita descansan en paz bajo las estrellas de nuestro cielo isleño.
Durante la estancia en Venezuela de esta familia, fue inquilino de la casa un buen amigo y compañero que fue durante años en AENA; el practicante don Luis Fernández, su esposa doña Eva Viñas Díaz y su larga familia. En sus visitas domiciliarias cabalgaba Luis una BSA que aparcaba frente a la puerta de su casa que daba a La Plazuela. Luis nos dejó para siempre hace ya unos buenos años pero su recuerdo seguirá perenne en la memoria de su familia y de los muchos que deambulábamos por aquellos contornos.
Siguiendo con este evocador recorrido por la también llamada Calle «del Correo», dejamos a izquierda y derecha la calle Otilia Díaz, de la cual hablaremos en alguna próxima ocasión.
Haciendo esquina con dicha calle, se erigían dos edificios más voluminosos que los mencionados anteriormente y que constituían las vivienda de don Rafael Medina Armas con su despacho y su consulta de odontología en la planta baja, con sus batientes puertas de la sala de espera que daba a la calle Porlier. Don Rafael dejó a la ciudad sin sus imprescindibles servicios para trasladarse a Santa Cruz de Tenerife donde desempeñó su especialidad hasta su sentida muerte.
En el edificio de enfrente, haciendo también esquina con Otilia Díaz, en una construcción más pretenciosa y moderna, estaban ubicadas las oficinas de Correos, administradas por un hijo de la isla que ocupaba con su familia la planta alta del edificio.
Era su nombre don Luis María López Socas, hombre de una gran cordialidad y exquisita educación, padre de un gran amigo de la infancia, Luis Domingo; a quien el primer día de clase en el Instituto al pasar lista el profesor: nos enteramos que su primer nombre era el de Constantino, apelativo del que no teníamos noticias sino por aquello del veni, vidi, vinci, y que desde ese momento fue para los amigos y conocidos como si lo hubiesen bautizado de nuevo. Así lo seguimos llamando hasta hoy día y aunque han pasado un montón de años que no lo veo, sigo recordándolo como lo que fue: un extraordinario amigo de la infancia. Era la de don Luis María una familia numerosa como casi todas las de antes, cinco mujeres a cual más guapa y dos varones, Constantino Luis Domingo y Jesús López Socas. La señora de la casa, doña Eloína Socas la recuerdo menuda y paciente, insistiendo -como hacía también mi madre con mi hermana mayor -para que los ejercicios y las escalas de piano sonaran durante las tediosas y obligadas horas de estudio…………