Por Agustín Cabrera Perdomo
Situada en la calle de la recova, abría sus puertas a eso de las siete de la tarde. Estaba regentada por una señorita no tan joven que por gracia tenía el nombre de Aureíta, Medina de apellido, hermana de don Miguel el sastre que era vecino nuestro en la calle Riego y de doña Mercedes, apreciada y prestigiosa maestra de escuela de Arrecife. Pero volvamos a la Biblioteca Pública Municipal, en la cual tan buenos ratos pasé de lectura y solaz regocijo.
Cuando iba solo pedía algún libro propio de la edad, recuerdo haber leído allí, Robinsón Crusoe y estar tan abstraído en la lectura del mismo, que me sacó del ensimismamiento la dicha doña Aureíta con un destemplado sermón para echarme a la calle alegando que yo estaba leyendo en voz alta. No hubo apelación posible; a la calle y a esperar unos cuantos días hasta que ella se olvidara del incidente. También recuerdo que cuando íbamos varios, yo pedía el libro de mi padrino y tío político José Nuño, que había escrito por aquellos años una autobiografía que tituló El hijo del Emigrante y del cual yo presumía diciendo que lo había escrito mi padrino. Con sus gruesas lentes vigilaba al personal desde una aislada mesa que tenía al otro lado de una barandilla de madera que separaba a ella y los libros de la zona de lectura. Junto a la mesa había una papelera y dentro de ella ponía los zapatos que se quitaba seguramente para descansar los pies que debía tener grandes como barquetas y que para disimular su longitud se ponía un par de números menos. Un alegato que le escuché en una ocasión en que echó a la calle a uno que estaba alborotando, fue que lo trincó arrancando las hojas de una revista de cine, el Siete Fechas creo recordar, y lo hizo acompañándose con la siguiente perorata: – Niño, no solo vienes aquí haciendo escándalo sino que encima le arrancas las hojas a las revistas; no sé si llamar a un guardia para que te ponga una multa o ponértela yo misma,¡márchate niño ruin!. Y como esta anécdota tenía varias muy graciosas y que mi amigo Fernando las repetía cuando recordábamos al paso de los años las visitas a la Biblioteca Municipal. Ahora recuerdo con cariño y nostalgia a Aureíta, pues fue bastante paciente y atenta conmigo en otras muchas ocasiones. Aureíta murió hace ya bastantes años en su casa de la calle Aquilino Fernández, cerca de la biblioteca y del primer ambulatorio de la Seguridad Social, donde pasó la mayor parte de su juventud y madurez. Fue bastante trágica su muerte y su desaparición me hizo revivir los gratos recuerdos de la infancia abstraído en la lectura y bajo su atenta y severa mirada. Mi pequeño homenaje con estas líneas para la paciente Aureíta, que bajo algún lugar de las estrellas seguirá catalogando volúmenes y dispensando penicilinas para estar al día en su futura y feliz reencarnación.