Memorias del viejo Arrecife -VI: la Calle José Betancort (I)

Por Agustín Cabrera Perdomo

La calle José Betancort, roturada en su día en honor del escritor, periodista y político natural de Teguise, Villa donde vio la luz en un venturoso día de San José del año 1874.
Escribía don José con el seudónimo de «Ángel Guerra» influenciado sin duda por su amigo y paisano don Benito Pérez Galdós, uno de los más importantes escritores de la literatura en castellano y que situó su obra a nivel nacional, cosa que no hizo nuestro paisano el cual la limitó al ámbito local y de ahí su poca transcendencia. En su obra literaria destaca el relato corto; La Lapa, desarrollado en la anteriormente señalada realidad canaria de principios del pasado siglo.


Pero hablemos de las gentes que vivieron sufrieron y soñaron en esta calle de variopinta actividad comercial.
Era esta vía urbana relativamente larga para lo pequeña que era la ciudad de Arrecife en los años cincuenta del pasado siglo. Iniciaba su rectilínea trayectoria de Norte a Sur hasta que un ligero quiebro a la altura de la calle Riego,-concretamente a la altura de la tienda del corpulento Juanito «El Majorero,» -conseguía ensancharse unos metros para ir a confluir con la calle de La Marina; casi frente por frente al pequeño y pretencioso muellito de La Pescadería. Esta luminosa parte de La Marina pasó luego a lucir el nombre de don Blas Cabrera Felipe, honor que concedió en su día esta ciudad a quien fuera ilustre y preeminente hijo de la isla: al prestigioso físico lanzaroteño que fuera amigo personal de don Albert Einstein y que;- según decían,- era en sus tiempos uno de los pocos en España que podía explicar la hoy vigente Teoría de La Relatividad.
Confluyen con ella las calles, Sol, Periodista Viera, Riego y Duende y solo La Porra, Canalejas y Luis Morote la atraviesan de Este a Oeste. Era estrecha asolada con un burdo pavimento de piedras semilabradas y que a día de hoy solo conserva media docena de sus antiguas edificaciones, todo casas terreras que contribuían a su luminosidad natural y que actualmente, sus voluminosas edificaciones la han dejado en esa agobiante penumbra urbana que encoge los espíritus de los amantes a sentir y vivir la inmensidad de los cielos arrecifeños.
Comienzo rebuscando en mi memoria, los recuerdos para este nuevo itinerario callejero, dejando a mis espaldas el novísimo edificio del Parador Nacional de Turismo que había sido inaugurado en los inicios del verano de 1950. Este hoy emblemático edificio arquitectónicamente catalogado de estilo Neocanario, fue obra del Tinerfeño don José Enrique Marrero Regalado autor también de Parque Municipal, Parque Viejo o de Ramirez Cerdá, con la colaboración del lanzaroteño don Gregorio Prats. Embocando la calle José Betancort por el Sur, encontramos a mano derecha la fachada lateral del edificio donde estaba el Pósito de Pescadores, antigua casona en la que residió más tarde la familia de don Pancho Spinola Ramírez. Esta solariega casona típica de la arquitectura urbana de Arrecife, tenía el acceso principal por la mencionada calle Blas Cabrera Felipe y a unos metros, después de doblar su única esquina y siguiendo acera arriba, en un pequeño localcito con una minúscula troja acortinada, vivía y atendía su pequeño negocio una señora llamada Mary y a quien recuerdo siempre muy peripuesta y ufana luciendo una abundante cabellera rubia como la de la pérfida Albión. Conocida por Mary «la rubia», despachaba copas a su variopinta clientela tras una pequeña barra de madera desde donde; como una reina accesible en este caso, entablaba gustosa y largas conversaciones con sus asiduos sobre las miserias humanas, los misterios de la vida y de la muerte y también de los banales chismorreos domésticos de la semana. Los recuerdos olfativos son muchas veces tan intensos como los visuales y en este caso concreto, recuerdo con cierta nitidez a ambos; el dorado de los cabellos de Mary y el olor a «zajumerio» que salía por la puerta de su negocio-vivienda con el que ella, sin duda; intentaba enmascarar otros aromas más humanos aunque no menos «aromáticos.»
Pasado el tiempo, como mucha otra gente del barrio, Mary se trasladó a residir a Titerroygatra donde creo que siguió con su negocio de escuchar con suma paciencia, comprensión y cariño a tantos corazones de hombres solitarios. No supe de ella jamás, ni nunca volví a ver con mis núbiles ojos, los reflejos dorados de su increíble y áurea cabellera. Con aquella inesperada ausencia de Mary de aquel primer tramo de la calle J. Betancort, perdió para muchos inconsolables, todo su alegre pero discreto regocijo nocturno.

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