Memorias del viejo Arrecife -La calle José Betancort (III)

Por  Agustín Cabrera Perdomo

Aquel callejón sin salida conocido también como El Portón, a donde daban las traseras de las viviendas de don Vicente Plata, don Carlos Alonso Lamberti y doña Fermina García. Entre esta última y la de don Ginés Fuentes se ubicaba un amplio almacén de dos plantas que fuera propiedad de doña Eugenia Paz. En este local, sin demasiadas condiciones de habitabilidad, -me atrevería a decir que ninguna,- servía de alojamiento a las mujeres que trabajaban en la factoría de salazones y conservas conocida como LA ROCAR, situada en el islote del Francés donde el que fuera alcalde de Arrecife e inolvidable amigo, don Cándido Reguera Díaz, dejó a los arrecifeños y visitantes el recuerdo de las cochambrosas y antiestéticas ruinas de una de las naves de aquella en su día floreciente industria de la pesca y sus derivados.

Algunos de sus excelentísimos predecesores y sucesores en la tenencia democrática del bastón de primer edil, sin duda pasarán a la historia de este sufrido pueblo como expertos «urbanitas» protectores a ultranza y por razones conocidas por todos, de las ruinas de inmuebles que al final se han convertido en un peligro latente para los viandantes que pasean por sus cercanías. Que afán e interés los obliga a semejante celo por conservar lo ya insalvable y que sin embargo, han descuidado obras que costaron millones de euros como las del Islote de La Fermina, el Pabellón Polideportivo de Argana y un largo etcétera. Y todo esto, sin que nadie que yo sepa, haya asumido responsabilidades políticas por semejantes desmanes y derroches. Las jurídicas aun creen que van e irán para largo. Me salgo del guión de este relato nostálgico porque al recordar estos hoy polémicos lugares, me lo ponen como a Fernando VII y no puedo dejar pasar la ocasión de al menos refrescar la memoria a los conciudadanos que le sobren unos minutos para leer estas notas con mis ocurrencias.
Volviendo a rebuscar en mi memoria y tomando de nuevo el hilo del relato, nos vamos de nuevo a El Portón, donde recordaba a todas aquellas jóvenes mujeres del interior de la isla, que malvivían en aquel almacén que les servía de cobijo en un casi inhumano hacinamiento. Estas abnegadas mujeres que pasaban la jornada secando al Sol miles de corvinas o enlatando millones de sardinas hasta que concluida la dura jornada del día; recorrían andando en bulliciosos grupos la distancia que mediaba entre el dicho Islote del Francés y el mencionado almacén-residencia ubicado en El Portón. Un poco más tarde con el Sol ya puesto, bandadas de miles de gaviotas volaban con su pausado aleteo en dirección a las entonces desiertas playas de la costa oriental de la isla. Allí pasaban la noche aproadas al viento de la brisa, esperando el amanecer del nuevo día para retornar a las riberas y espigones del puerto a revolotear graznando voraces y pendencieras. Hoy día, al faltarles la carroña y subproductos de las conserveras que paradójicamente entonces vertían en la bahía de Naos, poco a poco han ido cambiado sus hábitos para adaptarse -como anillo al dedo- a las miserias humanas y donde o desde los pedregales y jables inmediatos al vertedero de Zonzamas pasan las noches -también frente al frío viento de la noche-esperando la claridad del día para -como sus congéneres de antaño- seguir su incansable búsqueda de inmundicias entre los desperdicios y desechos orgánicos para poder así sobrevivir.
En algún rincón de nuestro cerebro los recuerdos de olores y aromas inhalados tiempo ha, nos parecen todavía imperecederos, podemos V.G. recordar fácilmente el fuerte olor a madera enchumbada en zotal del gallinero del Cine Díaz Pérez, los cálidos efluvios del patio de La Democracia en los domingos de Riñas de Gallos o el aroma a tabaco del Estanco Suárez y el de los exhalados por los fumadores del Bar La Marina junto al batir de las fichas de dominó sobre el mármol de sus mesas.
Tantos evocadores aromas de antaño están como atrapados en la memoria de cada uno de nosotros y que a pesar del tiempo transcurrido, recordamos sin esfuerzo aquella ráfaga de olor a humanidad, a compañerismo a pescado salado que dejaba a su paso el desfile de aquellas esforzadas mujeres y hombres de los pueblos del interior, las cuales; en precarias condiciones de vida, con el agua escasa o justa y con carencias sanitarias de todo tipo, esperaban ansiosas la llegada del final de semana para reencontrarse con sus familiares, amigos o novios residentes en los pueblos del interior de la isla. Buena me parece esta ocasión para recordarlas a todas en estas fechas en que se ha celebrado el día de la Mujer Trabajadora, dedicando un sentido recuerdo para todas ellas, muchas de las cuales rondarán hoy por los ochenta o noventa abriles. Si la lectura de estos párrafos ha servido para despertar en la memoria de mis coetáneos y dando a conocer a los más jóvenes este hecho de la pequeña historia de Arrecife; me sentiré feliz por haberlo escrito como humilde homenaje para todas ellas.

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