Por Agustín Cabrera Perdomo
Nos imaginamos -porque de momento no podemos hacer otra cosa- las correrías y aventuras de nuestro futuro pastor de almas en sus primeros años que sin duda transcurrieron por aquellas ventosas y blanquecinas llanuras y la cercana presencia en el horizonte de los solitarios islotes del archipiélago menor a la sombra mañanera del imponente risco de Famara. La eterna brisa y la erosión de milenios, suavizó laderas y cimas de los cráteres que en su día originaron su afloramiento.
Los años de su infancia no fueron diferentes a los que pudimos vivir los hoy setentones, aunque siempre se recuerdan felices, pues el paso de los años nos hace olvidar las carencias que padecimos y solo estos buenos recuerdos afloran a nuestra memoria. Por ello; creo que el caso de nuestro protagonista, no fue distinto del de tantos niños que sobrevivieron en aquella Lanzarote de antaño, isla prácticamente aislada del mundo, donde los días parecían eternos quizás; por la falta de prisas y de necesidades superfluas de las que hoy estamos sobrados.
Las Calderetas de Yacen, es una zona de la jurisdicción de Tinajo, donde se inicia parte del desierto de jable que se inicia en la playa de Famara y donde aparentemente termina su lento avance que se enmarca desde la margen derecha del Barranco de La Rosa hasta las estribaciones occidentales del Volcán de Timbayba, ese enigmático cráter donde en su cima existe y se puede observar desde lejos, una bomba basáltica que su milenaria erupción dejo en su borde meridional y que según se cuenta; era entretenido y ciclópeo juego de los majos de la comarca que consistía en lanzársela desde esa cima hasta las laderas del vecino volcán de Tamia y viceversa. Allí; en la suave ondulación de su cresta, descansa aquella esférica y enorme piedra, quizás esperando el reinicio de aquel juego entre los titanes más afamados del vernáculo deporte de la Lucha Canaria.
Tampoco su juventud me ha sido posible conocer a través de escritos pero esta ya es más fácil de imaginar casi sin temor a equivocarme, aunque eso sí; en términos muy generales y es por ello por lo que voy a pasar también por esa etapa de su vida solamente manifestando lo obvio que pudo ser el transcurso de sus hechos hasta la consecución de su ordenamiento sacerdotal. No dudo que su opción por la carrera religiosa fuera totalmente vocacional, y que escuchara la llamada de Dios mediante una revelación onírica o una llamada espiritual, pues don Francisco provenía de una familia que dominaba prácticamente toda la actividad socioeconómica de la época y la Iglesia era pilar fundamental en la estructura de aquella sociedad. Aunque nos embarga la duda el creer que don Francisco fue inducido a seguir la carrera eclesiástica por indicación de la jerarquía familiar y que por lo tanto, la consecución de la opción sacerdotal fue una premisa -digamos o imaginemos interesada- que le llevó a pasar gran parte de su juventud entre los muros del Seminario Conciliar. Lo Mejor que pudo ocurrirle a nuestro hombre fue la de saber llevar en perfecta armonía su alta cualificación para los negocios que hizo gala y sus también manifiestas facultades para con los intereses de su santo ministerio en el desempeño de su misión espiritual. Fue en las relaciones sociales con sus fieles y conciudadanos, el campo en el que también se movía don Francisco a considerable altura.
Cuando fallece don Francisco Jerónimo de Cabrera: su sobrino don Bartolomé a la sazón Comisario del Santo Oficio de la Inquisición en la Isla de Lanzarote, solicita de la autoridad competente que se inicien las diligencias de comprobación del testamento de su venerable tío. Esta petición se hace el diecisiete de Julio de mil ochocientos veinticuatro, siete meses después del fallecimiento de su tío el testador. Don José Domingo Cabrera Carreño, cura párroco de San Roque en Tinajo, desde mil ochocientos siete hasta mil ochocientos cuarenta y cinco, es el depositario del volumen testamentario, cerrado, rubricado, sellado y signado y que don Francisco Jerónimo de Cabrera y Bethencourt le había entregado cuando se redactó el documento y le suplicaba que al tiempo de su fallecimiento lo presentase a la dicha competente autoridad para que se procediese a practicar las diligencias de estilo que conllevaba su apertura y comprobación. Se inician estas diligencias con la convocatoria de los testigos instrumentales que fueron los que estuvieron presentes cuando se redactó el testamento y que a su vez en el día de su fallecimiento, estuvieron en la casa mortuoria bien en señal de deferencia hacia la familia o simplemente porque sabían de sus obligaciones. Preside estas comparecencias el Alcalde Segundo Constitucional don José Figueroa Quadros, (1773-1849) pues por impedimento legal que media con don José María Bethencourt, alcalde dicen; en primera elección, aunque consultadas las actas municipales de aquellos años, ese nombramiento de don José María no figura en ellas. Comparece como Escribano Público de S. M. y Teniente de la Guerra, don Carlos Mateo Monfort, quien fuera también actuante en la redacción del testamento, con las sabias indicaciones del presbítero que le interrumpía con frecuencia para incluir nuevas cláusulas que atasen más y mejor sus últimas voluntades. La toma de declaraciones de los testigos instrumentales se inicia con la comparecencia del vecino don Juan Fernández, de cuarenta y siete años de edad que después del juramentarlo, manifiesta en su inteligencia que el volumen presentado ante él por el párroco don José Cabrera Carreño es sin duda el otorgado por el supradicho don Francisco de Cabrera y Bethencourt en donde constan las últimas voluntades y disposiciones del venerable presbítero así como; el señalamiento de su entierro, de albaceas y herederos y que reconoce que la firma que figura abajo es la de su puño y pulso, cosa de la que da fe el mencionado escribano de S. M.