Por Agustín Cabrera Perdomo
En el antiguo Cementerio Parroquial de Tinajo, junto a la tapia opuesta a la que emplaza la puerta de entrada; existe una tumba anónima que el Presbítero don Francisco Jerónimo de Cabrera y Bethencourt, se hizo construir previendo su inminente tránsito a mejor vida y con la humana exigencia de que sus restos descansaran a la sombra de los gruesos y firmes muros de la Iglesia Parroquial de San Roque, de la cual fue artífice de parte o de toda la nave que hoy llamamos de La Candelaria.
Es la única tumba del abandonado recinto, que cuenta con un humilde y tosco panteón que sobresale de la superficie del terreno y que está coronada por una pequeña cubierta a dos aguas, sin lapida ni epitafio que identifique los restos de quien allí descansa. Sabemos de ello por la nota que dejó en su acta de defunción el entonces Párroco de Tinajo, donde lo señala como el único panteón construido a su costa.
No existen actualmente demasiados vestigios de que aquel suelo sagrado que pisamos ahora, fuese en su día un camposanto, pues no queda en pié ni una sola cruz en toda su extensión que declare que en aquel subsuelo sagrado, descansan los restos de muchos de nuestros antepasados, de aquellos que con su trabajo y amor por su pueblo fueron los artífices de la realidad que es hoy nuestro pueblo y que yacen en el más absoluto de los abandonos
Don Francisco Geronimo de Cabrera y Bethencourt-Ayala, quizás conociendo la acusada facilidad hacia la indiferencia ancestral, crónica y total desmemoria que adolecerían sus paisanos de los años venideros; se hizo construir aquel humilde y rustico pabellón que recuerda a una tahona en miniatura. Reitero que en sus ya centenarias y humildes paredes enlucidas con cal y arena y recubiertas de moho, no existe leyenda ni epitafio alguno y no se si en algún momento llegó a identificarse la mencionada tumba; con el nombre y la dignidad de quien allí reposa en sus huesos o quien sabe si en su cuerpo incorrupto para mayor gloria de Dios y de la Iglesia, de la cual fue fiel servidor.
La tumba debió ser construida a finales de 1822 o principios de 1823, intuyo; que como hombre previsor que debió ser don Francisco, aseguró su última morada presintiendo que su presencia y dominio en aquellos jables de Las Calderetas de Yacen estaba tocando a su fin, y en aquel infeliz día de su óbito, y que; aunque no se rasgó el velo del templo ni hubieron malos presagios los días previos a su muerte, el hecho acaeció como ocurrían antes las cosas sin prisas y en una fecha sin ningún significado cabalístico o especial; fue un frío y desapacible veintisiete de Enero del año de mil ochocientos veintitrés.
Fue don Francisco Jerónimo, hijo legitimo del matrimonio entre el Regidor de la isla, don Bartolomé de Cabrera y Bethencourt y de doña Margarita Texera y Bethencourt, los cuales se habían casado en Teguise el tres de Enero de 1730. Don Francisco había nacido en mil setecientos cuarenta y dos años, en Las Calderetas de Yacen de donde dice en su testamento que es natural y que pertenece ese lugar de enigmático topónimo a la jurisdicción de Tinajo. Sabemos que se produce su venida al mundo en ese año porque redactó su últimas voluntades el primero de junio de mil ochocientos diecisiete ante nueve testigos y la presencia del Escribano Público don Carlos Mateo Monfort y que dice en uno de sus primeros párrafos: …estando como estoy por la misericordia de Dios en pié y en mi entero juicio y con la carga de mis setenta y cinco años y algunos meses…. Contando esos años de vida hacia atrás llegamos a ese año del Señor de mil setecientos cuarenta y dos, fecha de su nacimiento para regocijo de sus progenitores que se alegraban de su venida al mundo después de casi seis años de soportar las penurias y desventuras derivadas de las devastadoras erupciones de Timanfaya.