San Roque, Tinajo en fiestas II

Por Agustín Cabrera Perdomo

De nuevo; abusando de la benevolencia de todos ustedes, retomo el hilo de este deslavazado relato escrito a base de recuerdos y experiencias de mí ya lejana infancia y juventud. Muchos de los que quedamos, recordamos aún el haberla vivido intensamente, disfrutando de aquellas pequeñas cosas que hacíamos y que estaban a nuestro alcance, aunque casi todas estaban terminantemente prohibidas como era el andar por las azoteas a las que subíamos mediante accesos secretos y peligrosos. De ellas; saltábamos a los pajeros desde donde nos «ehrriscabamos» cabeza abajo arrancando de paso manojos de paja de trigo o cebada como método para frenar el toletazo con la llegada al suelo y el consiguiente cabreo de señor Pedro Calderón.


Días antes de las vísperas de la fiesta, un tropel de bullicioso «familiaje menuo», recorríamos los contornos buscando aquello que pudiera quemarse y que entonces no era muy abundante que digamos: algunos fardos llenos con palos de tabaco, ramas de bobos y aulagas secas que en incontables y agotadores viajes subíamos hasta un pináculo de la Montaña de Tinajo situado sobre las cuevas que miran hacia La Plaza y donde se aposentaban las familias que estaban de luto y no podían acudir a la fiesta, por respeto a sus finados y también por el «qué dirán» de la gente. Con el arduo aporte de aquel leñoso combustible, llegábamos a formar una aparente pira hasta la llegada del atardecer del quince de Agosto, la víspera del Santo Patrón. Cuando el Sol traspuesto ya y la obscuridad haciéndose dueña del lugar, encendíamos la hoguera y tirábamos media docena de petardos y voladores que nos habían dejado «prestados» los de la Comisión de Fiestas. Una vez extinto el fuego, con unas bengalas y mechones bajábamos por aquellas empinadas veredas dando gritos, casi adivinando el camino y por supuesto ganándonos algún que otro talegazo.
De los participantes en aquellas pirománticas diversiones, algunos de aquellos entrañables amigos, nos han dejado, se han quedado en el camino, lo hicieron dejándonos en la perplejidad que siempre produce la muerte. Unos lo hicieron bajo el cielo tinajero y otros lejos de la tierra que les vio nacer.
Escribo sus nombres como recuerdo y humilde homenaje a una amistad sincera que por los avatares del destino que nos separó durante años; siempre perduró y perdura en todos, el buen recuerdo de una sincera amistad. Ellos fueron Mariano Duartes Toribio de La Cañada, Marcial Cabrera Tejera de La Laguneta, Jesús Cabrera Tejera, Marcial Morales y Félix Marcial Umpiérrez Rodríguez de El Calvario, Francisco Javier Cabrera Bello y Juan José Cabrera Pío de La Plaza.
Vaya para ellos este humilde recuerdo.

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