Por Agustín Cabrera Perdomo
Aquellos tremendos años de penurias; se arrastraron durante un lustro por la reseca geografía isleña. Algunos miembros de familias que no pudieron emigrar, subsistían a base de míseros salarios que los varones optaban en peonadas y quincenas de trabajo que administraban los Ayuntamientos en en el trazado de nuevos caminos agrícolas y carreteras. Las mismas estrecheces y carencias de las familias también repercutían en los animales destinados a las labores del campo. A los camellos, a pesar de esa indiferencia con la que parecen vivir, al escasear el palote de millo, la paja de cebada y otras legumbres se les veía gustosos comiendo pencas de tuneras, a las cuales, -si había otra tarea que necesitase más premura- ni los picos se les quitaban.
Al ingerir planta tan carnosa los animales no necesitaban beber agua, lo cual significaba un ahorro del preciado líquido aunque a su vez el haber podado las pencas nuevas de los nopales -por consiguiente- menguaba la recolección de higos picones que eran entonces un aporte básico de vitamina c y minerales varios para las ya precarias dietas de las familias de la isla. Los tunos se cogian por la mañana temprano o al atardecer, nunca a medio día, aunque algunos mandaban al jornalero o peón de la casa a recogerlos a esas horas -cuando el Sol cascaba que daba gloria- pues decían de ellos las malas lengua que así óno se comerían ninguno, pues comerlos calientes era peligroso para la salud. Parte de la cosecha y recolección de tunos, cuando estos empezaban a blanquear de maduros, se recogían y extendían al sol para que a finales del verano quedaran transformados en los exquisitos higos porretos o purretos, como se les llaman por aquí. No era fácil lograr unos purretos de calidad; la elaboración llevaba una dedicación especial, no era tenderlos al sol y a viaje, había primero que pelarlos procurando que la monda fuese lo suficiente cuidadosa para solo quitar la raíz de las finas e invisibles púas, labor onerosa esta pues los peladores terminaban con las manos llenas de picos, ese fino pico del que hablo y que para verlo había que mirarlo con buena vista al trasluz, agarrarlo y tirar de él cuidadosamente con unas pinzas. Siempre quedaban algunos dentro y era una molestia, un pequeño suplicio que intentaban suavizar estregándose la zona con sebo de cabra, aun así les duraba la pejiguera durante varios días. Una vez pelados se tendían sobre unas esteras hechas con hojas de palma y al soco del viento y del sereno en las azoteas al abrigo del sobrado. Si el secadero se hacía en el malpéi se extendían al igual que la fruta de Higuera sobre una cama de ripios de basalto requemado. Después de una semana de sol, el higo se soplaba y uno a uno había que pincharlos para sacarles el aire, darles de vez en cuando la vuelta, pues era eso primordial para que el secado fuese lento y uniforme. Durante las noches de cielo raso había que taparlos para que la tarosada no los humedeciera, no se pudrieran para poder a mediados del mes de septiembre proceder a la recogida y prensados uno a uno y guardados en unas cajillas de madera que ponían en lugar fresco, seco y a salvo de roedores de cuatro y de dos patas. Era regla interesada y que había que cumplir para evitar trastornos intestinales se recomendaba no consumirlos antes que cayeran las primeras lluvias del otoño . Cuando a su tiempo abrían las esperadas cajillas, se descubría una dorada maravilla cubierta con una pátina de azúcar glas que nos hacía la boca agua, aunque decíasenos que excederse en el consumo obstruía el túnel del viento y dañaba los divertículos del colon, en fin que tupían o constipaban de mala manera. Después de este apartado para dejar constancia de las enseñanzas impartidas sobre este asunto de don Esteban Betancort, más conocido por Juan , un corpulento y guanchesco vecino en El Morro morador de la casa que antiguamente habitara una de las cuatro Annas Visiosas de la historia tinajera, damas de pasados tiempos, mujeres influyentes todas ellas que formaron parte de una u otra manera en la historia doméstica de aquel Tinajo previo a la fiebre de los enarenados y plantaciones de tabaco. Continuando con la alimentación de los animales domésticos de trabajo, también recuerdo como se les picaba con una afilada azuela, ramas tiernas de higuera, bobos y además de todo lo comestible que se pudiese conseguir por aquellos resecos campos.
La necesidad del agua como en todo el mundo era primordial y su escasez obligaba a los que por alguna razón se habían quedado en la isla a realizar largos viajes hasta los exiguos nacientes del macizo de Famara, de donde manaba potable pero cargada de minerales que habían sido disueltos en ella tras su descenso milenario por los cantiles y barrancos del macizo. Cuando se canalizó el agua desde Famara a Arrecife estuvo de moda una canción de la cantante Lanzaroteña Luisa Linares que cantaba acompañada por su marido y componente de trío Los Galindos. Aunque me digan que rizo el rizo, esta musical alusión a la nunca bien reconocida cantante popular isleña y que fue parte de los recuerdos de una época entrañable para los «jóvenes con experiencia» como el que suscribe. Parte de la letra de aquella ramplona canción venía a decir en una de sus estrofas y aludiendo a las propiedades curativas del agua calentita algo así como :….. y si la niña se pone malita, dale dale dale, agua calentita y el ingenio conejero de la época le añadió lo de » y si la niña se pone más mala dale dale dale agua de Famara». Posiblemente los años posteriores, hasta que el Condecister empezó a traer agua de la Gran Canaria para el consumo domiciliario, los cólicos nefríticos por cálculos o piedras en el riñón debieron aumentar considerablemente entre la población conejera, dato este que no tengo debidamente contrastado.
Me he vuelto a ir por peteneras dejando a un lado las vicisitudes de los personajes de este deslavazado relato y no me gustaría que se me perdiera alguno de los personajes pues ya me ha pasado con algunos protagonistas de otros relatos como don Fructuoso Perdomo, que lo dejé perdido en las selvas del Orinoco, cuando batea en ristre se fue en busca del Dorado, dejando a su prima Begoña guardándole ausencia entre los ceibales de las riberas del Río Paraná.
Continuará…
Febrero de 2017.