Fuente: Apuntes histórico-artísticos sobre el Santuario de Nuestra Sra. De los Dolores en Tinajo.
VI Jornadas de Estudios sobre Lanzarote y Fuerteventura
Por Ana Mª Quesada Acosta
Se trata de una imagen de candelero, cuyo tamaño se aproxima al natural. La Madre de Cristo es representada con siete espadas, iconografía que surge ya desde el siglo XIV, pero que en España alcanza gran difusión durante el Barroco, desplazando a la que mostraba a la Virgen con un solo puñal. En opinión del profesor González de Zárate, estas representaciones pueden responder a un texto de San Lucas, que recoge las palabras que Simeón dice a María: «…y una espada atravesaría tu alma, para que sean descubiertos los pensamientos de muchos corazones» (1).
Para descifrar el significado de la iconografía que nos ocupa podemos recurrir a un grabado atribuido al pintor miniaturista Hans Bol, quien trabajó esencialmente en Amberes durante la segunda mitad de la decimoquinta centuria (2). Cada uno de los siete puñales con los que figura la Virgen apuntan hacia igual número de escenas de su vida, marcadas por el sufrimiento: la Circuncisión, la Huida a Egipto, Jesús ante los doctores de la Iglesia, la Caída de Jesús, Jesús con la cruz a cuestas, la Crucifixión, el Descendimiento y el Santo Entierro.
De un inventario de la parroquia, que data de fines del Setecientos, se desprende la existencia de un nicho construido para albergar la imagen de la titular, lo que ha hecho suponer que ésta pudo haber sido encargada por esas mismas fechas (3), si bien testimonios orales apuntan la posibilidad de que la efigie a la que alude tales documentos, no sea la que actualmente apreciamos, la cual, al parecer, procede de un convento (4). De lo que no cabe duda es que ésta debió de adquirirse antes de 1824, pues se cuenta que ese año, al producirse una nueva erupción volcánica, es llevada en procesión ante la misma, reclamándole un nuevo milagro (5).
Se viene señalando Sevilla como lugar de su procedencia y diversas personas la han catalogado como una obra de excelente calidad. Entre ellas, destaquemos al obispo Serra Sucarats, quien comentó durante la vista pastoral que efectuó a Lanzarote en 1925: «Es además una maravilla del arte y casi seguro que la mejor imagen de Los Dolores que recibe culto en Canarias”(6) .
Carecemos de datos que corroboren el primer aspecto, el cual bien pudiera ser cierto si tenemos en cuenta que en Canarias no resulta nada frecuente la representación de Nuestra Señora de los Dolores con los siete puñales; en este sentido, sólo nos vienen a la memoria la que se venera en la ermita de Nuestra Señora de Candelaria en Tara (Telde), y el lienzo que encontramos en el segundo cuerpo del retablo mayor de la parroquia de Yaiza (Lanzarote).
Sin embargo, el rostro de la imagen que analizamos parece más próximo al quehacer escultórico canario, pero no, precisamente, al de los maestros de primera fila que por entonces trabajaban. Con esta observación deseamos matizar el segundo criterio arriba expuesto. Pensamos que la efigie pudo obedecer a la gubia de algún artista contemporáneo a Luján Pérez, al que, por cierto, trató de emular con escasa suerte la manera de plasmar la aflicción de María, concentrando la expresión de tal sentimiento al fruncir el entrecejo de manera bastante forzada y, en consecuencia, poco natural. La nómina de escultores isleños que trabajaron por esos años no es abundante y quizás estudiando detenidamente la obra de cada uno de ellos se pueda detectar Ja impronta de algún autor, aunque nosotros, tras haberlo intentado, no nos atrevamos a sentar el precedente de una atribución (7).
La corona imperial que cubre su cabeza no data de la misma época, pues fue comprada en 1962 al orfebre residente en Santiago de Compostela, Ramón González Taboada, por el valor de 14.000 pesetas (8). Con su adquisición, los fieles vieron cumplida una vieja aspiración, cuyo origen se remonta a febrero de 1946, fecha en la que algunos de ellos expresaron su intención de aportar donativos con tal propósito. Entonces se estimó que las dádivas podrían ascender a 2.800 pesetas y se establecieron contactos con la platería madrileña García. Obviamente, no prosperaron, pese a que ésta le ofrecía un presupuesto entre las 2.500 y 3.000 pesetas, ajustándose, por tanto a la cifra obtenida (9).
Ya hemos dicho que esta imagen se veneraba en un nicho que hoy se supone oculto tras el retablo que actualmente vemos ocupando gran parte del testero de la capilla mayor (10). Esta arquitectura lignaria debió de haberse realizado entre 1813 y 1832, pues en un descargo de fábrica se precisa la entrega de 3.439 reales de vellón por la «hechura del retablo y composición del nicho», precio que no incluyó el dorado (11) , operación que se intentó realizar en 1833, adquiriéndose en Cádiz 80 libras de oro; al no encontrarse dorador, la tentativa no cristalizó (12) , y, es más, habrían de pasar bastantes años para que el propósito se cumplimentara. En las cuentas de fábrica que abarcan los años de 1846 a 1850, presentadas por don Bartolomé Betencourt, figura que se libraron al pintor Giuseppe Galbriatti la cantidad de 1.655 reales por efectuar dicho trabajo y, asimismo, dorar el trono de la Virgen (13).
En 1957 se intentó sustituir dicho retablo, según nos infiere la correspondencia cruzada entre don Tomás Rodríguez Espínola y don Sebastián Jiménez Sánchez. El primero de los citados encomienda al segundo la responsabilidad de encontrar un artífice que diseñara las trazas de una nueva arquitectura lignaria. Cumpliendo con su cometido, Jiménez Sánchez contacta con el delineante Victorio Rodríguez Cabrera, vecino de Las Palmas de Gran Canaria, el cual realizó dos croquis, y uno de ellos recibió el beneplácito del obispo, siempre que demos por cierto el contenido de la carta que Jiménez Sánchez remitió el 9 de octubre de aquel año a la parroquia, en la que, además, comunicaba haber entregado al tracista, por su trabajo, las 1.500 pesetas que desde Tinajo le habían girado (14). Pese a estos trámites, finalmente se opta por restaurar el ya existente (15) .