Fuente: Apuntes histórico-artísticos sobre el Santuario de Nuestra Sra. De los Dolores en Tinajo.
VI Jornadas de Estudios sobre Lanzarote y Fuerteventura
Por Ana Mª Quesada Acosta
El paso del tiempo fue arruinando lentamente el edificio y el obispo Buenaventura Codina, en una visita pastoral fechada el 14 de noviembre de 1849, preocupado por su defectuoso estado, ordena que se verifique una minuciosa inspección. El resultado no debió de ser nada tranquilizante, por cuanto que en febrero del siguiente año, dicho prelado, indudablemente haciéndose eco del contenido de algún informe elaborado por entendidos, dictamina el cierre del inmueble, decisión que justifica calificando su aspecto de ruinoso (1).
Enseguida se configura una comisión para canalizar medios económicos con los que financiar su reedificación, recurriéndose a la suscripción pública. No obstante, pese a las buenas intenciones de este colectivo, integrado mayoritariamente por vecinos (2), debemos adelantar que la restauración completa no acontecería hasta 1861, es decir, once años después de que el citado obispo dictaminase su clausura y ordenara el traslado de la imagen de Nuestra Señora de los Dolores y todos los objetos de valor a la iglesia parroquial de Tinajo.
En ese largo período de tiempo se pusieron en marcha acciones esporádicas, si bien la falta de fondos constituyó el motivo principal de la demora. Sabemos que, a propuesta del Ayuntamiento de Tinaja, don Agustín González Feo, comandante del Batallón Ligero Provincial de Lanzarote, tenía a su cargo en 1856 la responsabilidad de activar los trabajos de reparación y la administración de los recursos, ocupándose, en consecuencia, de recaudar todo dinero que por limosnas u otros conceptos existieran en poder de cualquier persona. Avalado por estas atribuciones, no duda en elevar instancia a los munícipes, solicitándoles que mediara ante José Manuel Cabrera, a la sazón párroco de Tinajo, para que entregase las cantidades que obraban en su poder, procedentes de los donativos de la feligresía. Del escrito se desprende que el sacerdote mantenía una postura obstruccionista, dada su negativa a mostrarle las cuentas del «producto de los bienes pertenecientes a aquel santuario, así como de los tributos que se le pagan» (3).
Dicha solicitud, firmada el 17 de enero, debió de ser atendida por el Consistorio y quizá sea debido a su gestión el hecho de que el propio obispo entregase dos meses después al citado González Feo la cantidad de 5.809 reales por el concepto de aportaciones de los fieles para la reedificación, además de 929 reales y 6 maravedíes, producto de las rentas de las tierras de la Virgen. En el recibo expedido por el mayordomo consta, asimismo, haber recibido una totuma de plata y dos papeletas de la contribución de las expresadas tierras, correspondientes a los años 1854 y 1855, las cuales importaron la cifra de 120 reales y 28 maravedíes (4).
Contando con la seguridad que daban esos fondos, se procede a contratar al maestro de obras Francisco Frías, quien, en septiembre del mismo año, expone la naturaleza de los trabajos y las condiciones que regirán su ejecución. Básicamente, las obras comprendían estos enunciados: 1.º Alargar la nave 6 varas, configurando su bóveda de madera y cañizo. 2.º Construir una cúpula de media naranja, empleando idénticos materiales. 3.º Realizar un coro. 4.º Colocar un estribo de contención del arco. 5.º Embaldosar el recinto y albearlo, tanto el interior como el exterior (5).
Las que podríamos denominar condiciones facultativas estipulaban, en primer lugar, que el agua, la cal, las maderas, los clavos y demás materiales, precisos para iniciar las obras, debían estar al pie de las mismas desde el día en que se aprobara la contrata, admitiendo, también, que en el supuesto de que las labores de reparación se paralizaran por la falta de algún material, el mayordomo debía satisfacer los jornales de sus oficiales, como si hubieran trabajado; en segundo lugar, señalaba que los útiles necesarios con que elaborar el andamiaje, tales como sogas y palos, debían proporcionársele en el mismo momento de la iniciación de aquéllas (6).
En cuanto a la parte económica, señalar que Frías se comprometió a llevar a cabo la reparación de la iglesia por la cantidad de 1.200 pesos corrientes, los cuales debían ser abonados en tres plazos, importando cada uno de ellos la tercera parte del global , es decir, 400 pesos. La primera entrega se efectuaría al comienzo de las obras, la segunda, cuando éstas se hallasen en su mitad, y la última, el día en que se diera por concluidas (7) , procedimiento comúnmente conocido como de «tercias».
De todo este proyecto, en principio sólo se llevaría a cabo la apertura de los cimientos, abandonándose de inmediato los trabajos, pese a que ya se había adquirido madera de tea procedente de un monte localizado en la jurisdicción de Adeje (Tenerife), propiedad de Antonio Ponte. En febrero de 1855, el mayordomo de la fábrica libró por ella la cantidad de 541 pesos, en favor de don Esteban Ponte, hermano del anteriormente citado (8). De dicha isla se importaron también las losas para el piso y el cañizo para el cielo raso (9). La paralización de las obras obligó al alquiler de distintos almacenes para depositar los materiales y eludir cualquier posibilidad de robo. Esta circunstancia generó gastos imprevistos, pues mensualmente hubo de abonarse 4 pesos a sus propietarios (10).
Dos años después, todavía se apreciaban en el lugar tan sólo las paredes, a manera de vestigios de la ermita. Tal coyuntura es aprovechada por otro maestro, de nombre José María Tejera, para remitir en abril de 1858 una instancia al vicario particular del obispado, haciéndole saber que estaba dispuesto a reedificarla bajo ciertas condiciones. Justifica su propuesta aduciendo al abandono en que estaba sumida y la disposición de los vecinos a contribuir con nuevas aportaciones, siempre y cuando que los fondos del santuario resultasen insuficientes. Se define, asimismo, devoto de Nuestra Señora de los Dolores, argumento que le sirve para explicar su oferta, tratando de que no fuese interpretada como producto de intenciones especulativas (11).
Con este ánimo o sin él, lo cierto es que, desde el punto de vista económico, su proposición superaba a la presentada por Francisco Frías, pues valoró su intervención en 300 pesos más, ascendiendo, por tanto, la misma a 1.500 pesos. Bien es verdad que este aumento lo excusa, como veremos, mediante el compromiso de ejecutar otras operaciones no incluidas en la contrata de Frías (12). Según nuestro criterio, la diferencia pudo motivarse, aunque sólo fuese en un porcentaje menor, por la subida de los precios de los materiales en el par de años transcurridos desde la contrata elaborada por el primer maestro a la que ahora presentaba José María Tejera, aunque ello no figura expuesto por éste.
Si cotejamos esta segunda proposición con la primera, observamos que las condiciones facultativas son idénticas. Por su parte, las económicas también se reproducen iguales, introduciendo, obviamente, las variantes intrínsecas al nuevo presupuesto, de manera que en cada uno de los tres plazos se debían satisfacer 500 pesos, coincidiendo el vencimiento de los mismos con los tres momentos claves del proyecto: comienzo de la reforma, intermedio y su culminación (13).
Las diferencias, que no llegan a ser notables, se localizaron en el apartado referente a la índole de los trabajos. Tejera se plantea ampliar las dimensiones de la ermita, aumentando su capacidad «atendiendo al concurso qe progresivamente se advierte cada año, porque no siendo así resultaría de ello la confusión y desorden qe. naturalmente debe suceder cuando la gente es mucha , y el local sumamente reducido, pues apenas se compone la ermita de 26 varas de largo poco más o menos y 7,5 de ancho». Idéntica intención había expresado Frías, pero mientras éste sólo pensó alargarla 6 varas, aquél plantea hacerlo en 9 y ensancharla en 3. El resto de las novedades radicó en colocar «trabes» a la bóveda y en aplicarle pintura a ésta, a las maderas del coro, a la puerta y al púlpito, además de especificar que ejecutaría el arco con la solidez debida, bajo la condición de que se le proporcionara las piezas de cantería que hiciesen falta (14). Nada menciona respecto al estribo propuesto por su competidor, por lo que suponemos que no lo consideró estrictamente necesario.
El 28 de abril, tras examinar detenidamente el escrito, Buenaventura Codina decide solicitar el parecer del arcipreste de Lanzarote, quien, cinco días después, remite una misiva en la que asegura que la reedificación se había emprendido una semana antes, siguiendo lo estipulado en la contrata firmada por el mayordomo y Frías (15). Con esta noticia, el asunto quedó zanjado, eludiéndose nuevas gestiones. Cabe señalar que existe la posibilidad de que la intención de Tejera impulsara las obras, pues nos resulta demasiado casual que se iniciaran cuando éste se ofreció a hacerse cargo de su reparación.
El 18 de noviembre de 1858 la imagen de la Virgen es conducida en procesión hasta el santuario reedificado. Ante numerosa concurrencia, el arcipreste de Lanzarote, Juan Nepomuceno Montesdeoca, procedió a su bendición (16). Esa fecha, pues, es válida para datar la conclusión de las obras, al menos las más importantes, dado que aún restaban por hacer otros trabajos de índole más superficial, como pintar las puertas y colocar el púlpito, por citar dos ejemplos.
El maestro Frías llevó a cabo la construcción según lo concertado, aunque también es verdad que él mismo, contando con la anuencia del mayordomo, decide darle más prestancia. La intención la consigue al levantar un campanario y colocar la cúpula con un lucernario; asimismo, alargó las paredes una vara más de lo previsto y colocó una baranda de tea en el coro. El presupuesto aumentó en 208 pesos por la realización de estas novedades (17).
La reedificación se fue complicando, siendo los gastos más numerosos cada vez. Para poder cubrirlos no quedó otro remedio que vender terrenos de la Virgen, acción que se llevó a cabo en 1861, siendo adquiridos en 7.105 reales por Rita Bethencourt y Pedro Acosta, residentes en La Vegueta (18).
Con este dinero fueron saldándose paulatinamente las deudas, entre las que mencionamos, a título de ejemplo, la contraída por Pedro Duarte, valorada en 35,50 reales de vellón, por el transporte de los albañiles y herramientas desde Arrecife al templo, además de la sostenida con los vecinos Pablo Fernández y Marcial Rosa, cifrada en 112,50 reales de vellón, por tasar los trabajos que Frías verificó fuera de los estipulados (19).
Al respecto de este último débito, se hace obligado puntualizar su origen. Cuando el artífice de la reconstrucción pasa a cobrar sus estipendios, el entonces párroco de Tinajo, Manuel Sierra, se niega a abonarlos sin antes solicitar la autorización del obispo. Precisamente, el motivo radicó en el hecho de que fueran aprobados previamente nada más que por Agustín González, el cual en esos momentos ya no tenía a su cargo la mayordomía de la fábrica (20).
Para resolver su problema, Francisco Frías no duda en escribir al prelado, encareciéndole su mediación (21). El obispado opta por requerir por una parte las cuentas de la fábrica y, por otra, el parecer del sacerdote implicado (22). El informe redactado por éste el 1 de julio de 1861 apoyaba la petición del maestro, considerando además, por lo que a su financiación se refiere, que las obras objeto de polémica beneficiaban considerablemente a la ermita; sin embargo, estima elevado su coste y, en consecuencia, sugiere que dos peritos, uno elegido por él y otro por el artífice, procedieran a tasarlas, añadiendo que sus honorarios quedarían satisfechos con dinero de la fábrica (24).
La autoridad eclesiástica aceptó de buen grado el criterio expuesto; prueba de ello es la orden remitida a mediados del mes siguiente, en favor de su concreción (25). Es así como Pablo Fernández y Marcial Rosa, ambos residentes en Arrecife y maestros de carpintería y mampostería, respectivamente, se ven obligados a periciar la labor de Frías, aunque ignoramos a cuál de las dos partes enfrentadas representaba cada uno de ellos. A continuación transcribimos el resultado de su actividad:
«Certificamos haber pasado a reconocer dichos trabajos a la mensionada Hermita y terminados detenidamente los hemos justipreciados en la cantidad de ciento cincuenta y seis pesos en la forma siguiente:
Por carpintería en el simbolio incluso cristales 98
Por una madre de tea para el coro 8
Por mampostería en el simbolio, campanario y acresentamiento de pared 50
Suma total . . . . .. . . . . . .. . . . .. . . . . . . . . .. . . . .. . . . .. . .. . . . .. .. . . . . . . . . 156» (26)
El obispo acepta la pericia, decretando, por tanto, que se le abone el importe al interesado (27). A tenor de dicha resolución, la reacción de éste es un dato que desconocemos, pero suponemos que no debió de agradarle rebaja tan considerable, de nada menos que 52 pesos, lo que suponía aproximadamente una cuarta parte de lo que pretendía. De cualquier modo, no recurrió en ningún momento la sentencia y el 30 de enero de 1862 cobraba las últimas cantidades que se le adeudaban (28).
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Ibídem.
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Ibídem. El dictamen emitido por Buenaventura Codina, tras su visita, figura en A.P.T., exp. «Índice del Archivo de Tinajo, según lo ordena el Muy Iltre. Sr. Secretario de visita (1-9-1841)», documento suelto.
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HOZ, AGUSTÍN DE LA. Op. cit., pág. 166. Entre las donaciones del colectivo vecinal habría que destacar, por ser la más elevada, la efectuada por doña María Arbelo, quien, en tres ocasiones, entregó 7 onzas de oro. Ver A.P.T. , archivador «Documentos antiguos», manuscrito sin fecha ni firma, en el que se narra la donación a la Virgen de los Dolores y las vicisitudes de esta reforma. También en el A.P.T., archivador «Cuentas antiguas», exp. «Cuentas de la fábrica de la Ermita de Nuestra Señora de los Dolores» (1854-1860), figuran algunas de las cantidades recaudadas por donativos y otros conceptos: 58 pesos y 7 reales plata y 10 céntimos, entregadas por Juan Cabrera Parrilla y José Luis Bethencourt Mújica; 8 pesos corrientes, limosna de Fabián Rocha; 26 pesos corrientes y 2 reales de plata, aportación de Miguel de León, por tributos de los terrenos de la virgen; 16 pesos, por idéntico motivo, abonados por Luis Martín, etc.
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Archivo Diocesano de Las Palmas. Legajo 7, parroquial de Tinajo, exp. sobre reparación de la ermita de Nuestra Señora de Los Dolores, año 1856, s.f., instancia firmada por Agustín González Feo (17-1-1856).
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Ibídem, recibo rubricado por Agustín González Feo (4-3-1856).
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Ibídem, bases de la contrata por Francisco Frías (10-9-1856).
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Ibídem.
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Ibídem.
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Vide nota 21, A.P.T. «Cuentas de fábrica …», recibo de 20 de febrero de 1855.
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HOZ, AGUSTÍN DE LA. Op. cit ., pág.
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Vide nota 21, A.P.T. «Cuentas de fábrica …», recibo de 20 de junio de 1856.
(12) Vide nota 22, instancia enviada por el maestro José María Tejera al Gobernador Vicario Capitular del Obispado (23-4-1858). Su apellido es relativamente corriente en la isla, destacamos que Dª María Cabrera Carreño, hermana de D. José, quien fue párroco en San Roque, en sus mandas testamentales redactadas en 1858, cita a un José María Tejera como su yerno. Vide A.P.T. Archivador de Testamentos sin clasificar. No podemos ofrecer la referencia correspondiente al Archivo Histórico de Las Palmas por no disponer aún de escribanías posteriores a 1850.
(13) Ibídem.
(14) Ibídem.
(15) Ibídem.
(16) Ibídem, carta dirigida al Vicario Capitular por el arcipreste de Lanzarote, Juan Nepo muceno Montesdeoca (3-5-1858).
(17) MONTESDEOCA, JUAN NEPOMUCENO, art. cit. ÁLVAREZ RIXO, JOSÉ AGUSTÍN. Op. cit., pág. 234. En las cuentas de fábrica que abarcan desde el l de marzo de 1858 a 1859, pertenecientes a la iglesia de San Roque, consta haberse librado 60 reales para la cera utilizada en la función verificada con motivo del traslado de la efigie a su ermita «el diez y nueve de noviembre de mil ochocientos cincuenta y ocho». Esta fecha, por tanto, no coincide con la aportada por el arcipreste de Lanzarote, quien data dicho acto un día antes. Ver en A.P.T. archivador «Cuentas antiguas».
(18) HOZ, AGUSTÍN DE LA. Op. cit., pág. 167.
(19) Ibídem.
(20) A.P.T. «Cuentas que Manuel Sierra, cura de Tinajo, y mayordomo de la ermita de Nuestra Señora de los Dolores» (1-1-1860 a 1-5-1862).
(21) Ibídem, carta de Francisco Frías al obispo (14-6-1861).
(22) Ibídem.
(23) Ibídem, comunicado dirigido por el canónigo José Sagalés a Manuel Sierra, desde el Palacio Episcopal (18-6-1861).
(24) Ibídem, informe evaluado por el párroco (1-2-1861).
(25) Ibídem, decreto firmado por el gobernador eclesiástico José Sagalés (27-8-1861 ).
(26) Ibídem, informe rubricado por los peritos Pablo Fernández y Marcial Rosa (28-9-1861 ).
(27) Ibídem, decreto emitido por el obispo y transcrito por José Sagalés (16-11-1861).
(28) Ibídem, recibo firmado por Frías (30-1-1862).