Apuntes para la memoria

Por Mario Alberto Perdomo

Leyendas y misterios religiosos se dan la mano a través de uno de los elementos que mejor expresan la cohesión de la comunidad lanzaroteña y sintetiza buena parte de las señas de identidad colectiva: la Virgen de los Volcanes.

Agradecidos, los lanzaroteños mantienen vivo el recuerdo de aquellos acontecimientos y la gratitud ante el hecho de poder seguir residiendo, aunque dignamente, en un territorio inhóspito y desolado.

Una profunda identificación se ha dado siempre entre la comunidad lanzaroteña y la Virgen Dolorosa, que, hoy en día, va mucho más allá del significado religioso. El origen de la honda presencia de la Virgen de los Volcanes entre los conejeros se remonta a las erupciones volcánicas acaecidas en la Isla en el siglo XVIII, cuando entre 1730 y 1736 y de forma ininterrumpida, los conos de la comarca hoy conocida como las Montañas del Fuego vomitaron todo el contenido de sus entrañas incandescentes. Fue entonces cuando acaeció el más edificante milagro que se ha conocido en Lanzarote, origen de numerosas leyendas. Lo relata Agustín de la Hoz en su libro «Lanzarote».

Desde entonces, lejos de vivir bajo el influjo temeroso de los volcanes, los isleños sellaron con ellos un pacto de pacífica convivencia. Sobre el terreno volcánico pudo desarrollarse una incipiente aunque originalísima agricultura y, más tarde, en la actualidad, la escoria y el paisaje agrario resultante sustentan el gran atractivo turístico de la isla, dada su gran plasticidad y extraña belleza. Nos quitaron algo de lo que fuimos, pero nos dieron casi todo lo que hoy somos.

La memoria colectiva de los conejeros retiene, desde entonces, una enorme gratitud que, cada septiembre, se traduce en una multitudinaria manifestación religiosas y festiva en los alrededores del Santuario. Es un acto de afirmación de la identidad colectiva común de los canarios de Lanzarote que simboliza la infatigable lucha sostenida, a lo largo de los tiempos, contra un medio físico adverso y hostil. Es fácil imaginar las duras condiciones de vida de la población en el pasado, agravadas tras el estallido de los volcanes, sobre todo en el siglo XVIII, anegando fértiles vegas y devorando pueblos enteros. Sólo el ingenio y la indomable perseverancia del labrador pudo sobreponerse a la adversidad para arrancar frutos de la tierra calcinada. Así se edificó el paisaje agrario insular, una impresionante y anónima obra de ingeniería construida sobre las cenizas volcánicas, que reafirma la confianza que los isleños tienen en sí mismos para superar los obstáculos, por infranqueables que parezcan.

A la par que se ha ido transformando la sociedad lanzaroteña, paradójicamente son cada vez más multitudinarias y participativas las celebraciones que entroncan con las raíces que conforman y explican buena parte de las señas de identidad leyendas y misterios religiosos se dan la mano a través de uno de los elementos que mejor expresan la cohesión de la comunidad lanzaroteña y sintetiza buena parte de las señas de identidad colectiva: la Virgen de los Volcanes. Agradecidos, los lanzaroteños mantienen vivo el recuerdo de aquellos acontecimientos y la gratitud ante el hecho de poder seguir residiendo, aunque dignamente, en un territorio inhóspito y desolado.

Una profunda identificación se ha dado siempre entre la comunidad lanzaroteña y la Virgen Dolorosa, que, hoy en día, va mucho más allá del significado religioso. El origen de la honda presencia de la Virgen de los Volcanes entre los conejeros se remonta a las erupciones volcánicas acaecidas en la Isla en el siglo XVIII, cuando entre 1730 y 1736 y de forma ininterrumpida, los conos de la comarca hoy conocida como las Montañas del Fuego vomitaron todo el contenido de sus entrañas incandescentes. Fue entonces cuando acaeció el más edificante milagro que se ha conocido en Lanzarote, origen de numerosas leyendas. Lo relata Agustín de la Hoz en su libro «Lanzarote».

Desde entonces, lejos de vivir bajo el influjo temeroso de los volcanes, los isleños sellaron con ellos un pacto de pacífica convivencia. Sobre el terreno volcánico pudo desarrollarse una incipiente aunque originalísima agricultura y, más tarde, en la actualidad, la escoria y el paisaje agrario resultante sustentan el gran atractivo turístico de la isla, dada su gran plasticidad y extraña belleza. Nos quitaron algo de lo que fuimos, pero nos dieron casi todo lo que hoy somos.

La memoria colectiva de los conejeros retiene, desde entonces, una enorme gratitud que, cada septiembre, se traduce en una multitudinaria manifestación religiosas y festiva en los alrededores del Santuario. Es un acto de afirmación de la identidad colectiva común de los canarios de Lanzarote que simboliza la infatigable lucha sostenida, a lo largo de los tiempos, contra un medio físico adverso y hostil. Es fácil imaginar las duras condiciones de vida de la población en el pasado, agravadas tras el estallido de los volcanes, sobre todo en el siglo XVIII, anegando fértiles vegas y devorando pueblos enteros. Sólo el ingenio y la indomable perseverancia del labrador pudo sobreponerse a la adversidad para arrancar frutos de la tierra calcinada. Así se edificó el paisaje agrario insular, una impresionante y anónima obra de ingeniería construida sobre las cenizas volcánicas, que reafirma la confianza que los isleños tienen en sí mismos para superar los obstáculos, por infranqueables que parezcan.

A la par que se ha ido transformando

 

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