Por Agustín Cabrera Perdomo
De alguna manera tienen que justificar algunos poltroneros y vividores que pululan por las instituciones locales, estatales e incluso globales sus sustanciosas ganancias a costa de los de siempre. (Siempre hay honrosas excepciones) Por lo visto hasta ahora, la manera más cómoda y llamativa que han encontrado estos genios para hacer creer a la gente que hacen algo positivo y beneficioso para la sociedad a la que en teoría sirven es la de conjugar y practicar con enfermiza pasión el verbo PROHIBIR.
A «sigún»y como se despierten y «alivanten» por la mañana prohíben fumar en la playa, en vez de poner ceniceros adecuados para que los arrinconados y perseguidos fumadores, puedan tener la satisfacción de echarse un «cigarrito» después de un baño en la Playa del «Reduto». La prohibición de circular por la Avenida de la Marina arrecifeña, pasará a la historia como la cacicada más notable e impopular del Arrecife democrático y prohibicionista donde entre otra cantidad de normas incongruentes, está en vigor una estúpida «ley» de protección de ruinas urbanas que está llenando la Ciudad de vallas amarillas para proteger al ciudadano de la estulticia de sus dirigentes y poder así seguir con la nefasta política de embellecimiento de la Ciudad. Hace unos días hicieron el amago de prohibir el fondeo de embarcaciones en el Charco de San Ginés y no sé en qué habrá parado esta medida tan popular y beneficiosa para la población marinera de Arrecife. Siempre ha sido la autoridad insular, proclive a las prohibiciones, siendo niño crucé nadando La Banda; llegué exhausto a la Playa del Carbón y con un calambre que me impedía nadar con seguridad de poder volver a las escalinatas del Muelle Chico decidí regresar andando, pero; al llegar a la boca del Muelle, allí estaba el representante de La Autoridad la cual me obligó a tirarme por las rapaduras del puente a pesar de mis once años e infantiles alegaciones sobre imposibilidad que tenía para nadar. Llegué a las escalinatas asiéndome a las ranuras de la muralla. En 1956 ya estaba prohibido que los niños circularán por La Marina en bañador.
Este incompleto alegato viene a cuento al ver el cartel que exhibe el Excmo. Ayuntamiento de la Villa de Teguise en la masificadísima y magníficamente tormentosa playa de Famara.