Silverio Aguilar y el gaucho de los islotes

Por Agustín Cabrera Perdomo

Con trabajitos y penas, Silverio Aguilar había levantado aquella choza con cantos rodados, no rodados del todo porque si no, hubiesen sido callaos y los callaos son difíciles de entongar y menos para levantar las paredes de una cabaña que había de servirle de refugio y vivienda para el resto de sus días. El autor de aquel troglodita refugio era un sombrío y solitario personaje que curtido por soles y salitre,

sorteaba los roquedales y las bajas de Peña Gaviotas como si de un Pato Moro se tratara con objeto de intentar lograr y disfrutar de la soledad que pretendía vivir como última meta de su vida. Durante el repunte y subida de la marea de aquel aplacerado amanecer, Silverio Aguilar había puesto a tiro de fija y de lapero una sarta de pulpos y un cestón de lapas y burgaos y antes que el Sol empezara a cascar en serio, ya estaba nuestro hombre de regreso con el pulpaje todavía retorciéndose en la fija y los burgaos intentando escaparse del cestón de pírgano.
Llegado a la choza y ante la foto de un San Pancracio impresa en un viejo almanaque sin las hojas de los meses, Silverio Aguilar calculó mentalmente y sin miedo a equivocarse, que en el mes del año que corría, finalizaba aquel preciso día su primera quincena y era esa fecha; una de las acordadas para acercarse hasta los Morros del Volcán con los frutos de su andar cotidiano arremangándose los calzones y doblando el quejo por las orillas de la marea. Tocaba ese día realizar el trueque que cada quince días hacia con Narciso Olivetti, quien ya de vuelta para Los Islotes, esperaba en los dichos Morros la llegada puntual de Silverio Aguilar. Aquellos dos personajes, que las circunstancias y la necesidad los habían convertido en amigos incondicionales, en aquella ocasión se divisaron casi al unísono. Se inició el reencuentro con un efusivo saludo por parte de Narciso, Silverio; esbozando una media sonrisa le correspondió con un escueto «como le va». Concluido el trato, ambos se sentaron bajo lo que quedaba de una higuera y departieron sobre los últimos acontecimientos ocurridos en el pueblo, bueno: quien departía y los contaba era Narciso pues Silverio lo único que podía contar eran gaviotas y pardelas, por cierto que siguiendo la costumbre de sus ancestros pensó en ese momento prepararlas aquella noche revolviendo su grasa con el gofio que también había encargado a don Narciso. Este espigado y enjuto individuo de nacionalidad Argentina, era un porteño desengañado, melancólico y nostálgico como un tango de Aníbal Troilo. Era natural de Buenos Aires pues había nacido en un bulín de distrito de Pompeya y que con su peculiar y lunfardo acento porteño, entretenía a Silverio con cuentos y aventuras vividas por él -según decía-en las inmensas llanuras de su Pampa del alma y donde antes que él, corriera las suyas el gaucho Martín Fierro.
Silverio pensaba para sus interiores adentro que el señor Olivetti solo había visto La Pampa en postales y no podía remediar sentir el traqueteo de una máquina de escribir mientras le oía hablar al soco de aquella moribunda Higuera volcánica*. Coincidencias de la vida, ambos dos habían leído de jóvenes la obra de José Hernández y siempre se despedía el uno del otro entre vapores de vino perrero, recitando al unísono -para asombro del argentino- algunos versos de su obra. Ese día toco el que sigue:
Bien lo pasa hasta entre Pampas,
el que respeta a la gente,
el hombre ha de ser prudente,
para librarse de enojos
cauteloso entre los flojos
moderado entre valientes»
Terminado el recitado y sin más, haciendo un ademán de despedida; Silverio Aguilar metió en el morral la cuarta de aceite, las dos botellas de vino, una de petróleo, el medio de azúcar, los cigarros, los fósforos y un paquete de gofio que paradójicamente había sido importado desde la Ciudad del Plata, emprendiendo así su regreso hasta Peña Gaviotas atravesando aquel volcán piquiento por el único acceso que tenía: la vereda que él mismo había creado de tanto pateársela. Don Narciso, con su viejo pollino y su perro Pampito pusieron rumbo hacia el poniente esperando llegar a Los Islotes, con tiempo suficiente para poder dormir la siesta.
*Si existe la Malvasía Volcánica, pues también habrán higueras con el mismo calificativo.

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