Fuente: Agustín de La Hoz -Lanzarote
(…)Desde el poblado de Tinguatón a la hidalga Vegueta no hay gran tramo de camino, y llega uno convencido de encontrar una estampa del tiempo que se fue, a través de la cual se espera ver la infantil inocencia, o despotismo intransigente, que disfrutaron los señorones de antaño’.
Entrar en La Vegueta actual significa recordar cosas la mar de peregrinas y significa además topar con algún viejo que todavía nos llama «su mercé». La Vegueta se amodorra aún y continúa siendo un pueblo estático, inamovible, sordo e invariable. Parece que en La Vegueta continúa el mismo cielo, los mismos claroscuros, el mismo sol omnipotente, que servían de marco a la vida caciquil de sus hacendados. Sus casonas son las mismas, con sendos balcones repletos de buganvillas, donde se asomaban las doncellas de pro, y no pro, para sonreír a sus galanes de la Capital, apuestos y encopetados. En sus típicos lagares, de enormes prensas, se celebraban las pantagruélicas vendimias, que terminaban siempre con los enigmáticos discursos del cacique, éste cachazudo ante la cabizbaja exhalación de sus feudos…
Existe una plaza en La Vegueta que está aún por construir, pero que se recorta con las mismas sombras del caserío que se extendía hace dos siglos sobre el fértil suelo veguetero. Quiérase o no, en La Vegueta aletea todavía el pasado y, aunque los jóvenes no conjuguen en pretérito, son los ancianos y el ambiente quienes suspiran por otroras. Sí, la nostalgia flota y perdura en La Vegueta, aca¬so abrumada por las casonas vetustas, que pasman y sobrecogen debido a sus masas silenciosas, a sus enredaderas casi gigantescas. No se puede decir en La Vegueta que lo que pasó, pasó, ya que en este pueblo el tiempo existe y no resulta efímero:
«Casi un misterio,
casi un utópico refugio de piratas
con un nombre tan lírico y exacto».