Fuente: Agustín de La Hoz -Lanzarote
Sobre un extraño y espeluznante paisaje, entre verdes, ocres y negros, se nos mete por los ojos el caserío de Tinguatón, nada más ni nada menos que aprisionado por cinco cráteres, a saber: Tinache, Caldera Quemada, Uga, La Caldereta y Guiguan. La apariencia externa del pueblo no puede ser más humilde, aunque tras las paredes color de tierra haya quien discurra, con pasión y celo, delante de un montón de dinero.
La rica tierra enarenada, regada por el aliento de los volcanes, forma una frontera de verdor entre las inmensas escorias lávicas y las bajas tierras de La Vegueta feudal.
Tiene Tinguatón una particularidad muy señalada, cual es que siendo un pueblo relativamente joven tenga la presencia vieja, pero no tan vieja como para ennoblecerse, sino a modo de próxima vejez que es, sin duda, la más absurda y ridicula. Además tiene Tinguatón un exótico contraste, porque sobre las verdes huertas andan libres y dichosos los cuervos de finí¬sima negrura. En Tinguatón es fácil hacer hablar a un cuervo, que suele verse domesticado, y sin embargo la gente de Tinguatón siente un horror instintivo hacia esas aves de vuelo siniestro. Estos vecinos de por aquí consideran al cuervo como ente de mal agüero, aunque por ese temor ancestral ni los mata ni los molesta. En realidad, la gente de Tinguatón es más supersticiosa que los cuervos agoreros, porque aquélla se la suele ver contando casos alucinantes mientras que esas aves inteligentes y picaras apenas si se dedican a otra cosa que no sea su natural vivir. Bien es verdad que un cuervo no hará nunca por el paisaje lo que los pajaritos cantores, pero a falta de éstos jamás se encontrará un ave más decorativa para exornar las dantescas proximidades a Tinguatón. Acaso por ello Tinguatón tenga mucho de cenobio, con sus huertas recoletas y sus tierras enlutadas, como oasis místico en medio del infernal territorio de los volcanes.