Fuente. Agustín de la Hoz- “Lanzarote”
Desde el milagroso acontecimiento de 1736 la devoción a la Virgen de los Dolores corrió por la isla como reguero de pólvora encendida. Todos aportaban limosnas para el culto y conservación de la ermita, bien en dinero, productos del país o cesión de terrenos.
Hasta tal punto llegó la devoción a la Virgen que en 1872, vemos cómo doña María Rosa Valenciano le compra un cuadro nuevo al célebre cura de Tinajo, don Benito Parrilla, a cambio del viejo que el P. Guardián había llevado en procesión poco menos de siglo y medio atrás. Tal reliquia permanecería fuera de su lugar hasta 1910, año en que se descubre, arrinconado y cubierto por una tela en el domicilio de don Esteban Velázquez y de manos de su esposa doña Juana Cabrera Feo. Preguntada ésta, que precisamente estaba enferma, manifestó lo antedicho respecto al trueque del viejo cuadro por otro nuevo. Como se le apremiara la entrega a la Iglesia de tan preciada joya, doña Juana, ni corta ni perezosa manifestó que no lo entregaría mientras durara su enfermedad, y que una vez sanada haría, además, una novena que tendría como imagen representativa a la del cuadro reclamado. Después de esto lo entregaría. Pero, doña Manuela —Cabrera cobró salud e hizo su novena, y sin embargo seguía aferrada al cuadro como náufrago a tabla de salvación. Fuere como fuere, esta señora comenzó a ver claro cuando, en propia casa y familia, cayó una avalancha de malandantes sucesos (que culmi¬naron con los pistoletazos de su marido) y que la decidió, al fin, a entregar el milagroso cuadro en 1910. ¡Treinta y ocho años duró el cautiverio de la estimada reliquia! Fue entonces cuando doña Rafaela Spínola, aficionada a los pinceles, recomienda dar por su revés al lienzo una mano de barniz encarnado, a fin de conservarlo mejor ya que por falta de otra persona más experta nada se pudo hacer para restaurar los bellísimos matices de su primitiva imagen,