Mi primo Ambrosio, el carburo, su cantina y el original salto de Manolo Rosales.

Por Agustín Cabrera Perdomo.
Manolo Rosales, con su andar diestro y con la cabeza “gacha”, llegó frente a la cantina de Ambrosio Quadros quien hacía solo unos minuto; había prendido la lamparilla de carburo ante la inminente llegada de la noche y acuciado con la temosa demanda verbal de dos envinagrado clientes que echándose un “Malayrey” alegaron que el oscuro no les dejaba “calar” las señas del contrario.

-¡Menuda “jartura “ la de estos dos chalecos!- comentó “pa si mismo” Ambrosio, que con buena tiempla; les volvió a llenar los vasos de culo pesado y que por el uso cotidiano ya habían perdido su cristalina transparencia y también -porque no decirlo- debido a los someros pero enérgicos enjuagues a que eran sometidos en un agua enturbiada por el uso y la escasez en un lebrillito con incrustaciones de pequeñas orejas de mar y que estaba situado en los bajos de la tambaleante barra de madera y encimera de cartón piedra, ya que las Fórmicas y similares estaban aún por arribar a la isla.
Seño Ambrosio arrimó una silla al centro del cuarto y enganchó en la armella del techo, la solicitada y luminosa lámpara de carburo con su peculiar olor y el suave susurro de la salida del gas.
¡Ansina si! —dijeron aquellos dos linces del envite cuando la brillante llama del carburo volvió a mostrar sus cuerpos macilentos que aparentaban a esa hora estar ya en piedras de a ocho.
—Con dos o tres paisanos como estos dos capirros, la media docena de garrafones de “aguapata” que llené este año; se los van a soplar estos vinagres sin yo poder ni siquiera catarlo.
Regentaba aquel pequeño negocio como cantinero, el mentado Ambrosio Quadros, un fornido y experimentado personaje de oficios varios y a cual más duro y que había ejercido con honrada y sufrida profesionalidad durante gran parte de su vida, unas veces como peón desrripiando pedregales y “ malpéises ” en donde llaman Las Peladas, en las Vegas “de alante Tilama” o donde quiera que se terciara el trabajo de fabricar nuevas tierras que enarenar y dedicar postreramente al cultivo del tabaco para exportarlo y fumarlo o el millo para tostarlo, molerlo y llevarlo a una de las dos molinas existentes y transformarlo en rico gofio moreno y saludable. Pero su oficio más duro fue el de extraer y labrar cantos para la construcción, cantos mil veces milenario del amazacotado lapili de las canteras de Tenesar, Timbayba o Emina y especialmente oneroso cuando se trabajaba en pleno verano en la cantera situada al Este del volcán de Timbayba.
Esta ímproba labor de saca y labrado de cantería, se ejecutaba a base de fuerza, maña y el hábil manejo del pesado rejón de acero, cuando estas canteras eran las bloqueras de entonces y donde los moldes de los mismos era la capacidad del cantero labrador en darle las dimensiones casi a ojo de buen cubero. Lo cierto, lo verdadero y definitivo fue que una sudorosa y agotadora tarde; después de malherir durante ocho horas la sufrida montaña, cansado y ya de regreso al pueblo por el camino de Cantarlla, decidió que ya eran tiempos y horas de pensar en la búsqueda de algo más solaz y soportable. Antesy de llegar a la altura del cortijo de don Chano, entre unas pocas y opcionales ideas con posibilidades, decidió optar por abrir en un pequeño cuartucho que tenía a orillas del camino que sube hasta Tajaste, una cantina acorde con las necesidades del pueblo y a la cual adosaría en su día una venta de las llamadas de aceite y vinagre para aprovechar las dotes comerciales de su mujer, Andrea Verde Ramírez: la cual se lo venía pidiendo desde el ya lejano día en que don Tomás los juntara para siempre en santo matrimonio.
Sopesó a su favor y en demasía que aquel nuevo oficio de cantinero, sería mucho más llevadero y beneficioso para su salud y pecunio, pero fue en muchas ocasiones durante el tiempo que lo ejerció, las que le hicieron dudar de esta circunstancial posibilidad. En más de una ocasión tuvo la oportunidad de comprobar que aquello podía llegar a ser tan duro o más si cabe, que sacar y labrar los ya mencionados cantos de la ladera Este de Timbayba durante una tórrida mañana con un “leste” aparente y una seca de cuidado; ya que las futuras posibles trifulcas y pleitos típicos de las cantinas en una población pacífica pero algo quisquillosa y que para evitar males mayores cuando una noche de jolgorio desatado, le llenaron la cachimba. De sopetón y dándole una galleta a mano abierta al incitador de la follisca, Ambrosio prohibió la entrada a los que llevaran manoplas, navajas o cualquier tipo arma blanca por muy pequeña que fuera.
Con su bien ganada fama de hombre noble de autoritario pero bonachón carácter, logró en poco tiempo y a base de perseverancia, que se guardaran las formas entre los clientes y el respeto debido entre personas civilizadas, requiriendo lo mismo para si y para el buen nombre y funcionamiento de su pequeño negocio.
Mientras tanto, en el terregoso camino y en su particular lucha contra las tentadoras emanaciones de aquel espirituoso y popular residuo del mosto, el inclito Manuel Rosales; intentaba salvar de un salto, el ancho de la puerta de la cantina, pues era aquel el último obstáculo a salvar para así poder llegar a su casa sin volver a tener que pecar contra Dios, rebajarse al nivel de las bestias y hacer desgraciados a su mujer y a sus hijos, —según decía el catecismo de entonces — y cuando algún buen cristiano superaba con creces la tasa de alcohólemia establecida.
Serio asunto este en el que logró salvar el supradicho los dichos escollos de su ya segunda semana de abstinencia alcohólica.
El penetrante y azufrado tufo del añorado “aguapata”, había estado a punto de hacerle volver la cabeza antes de dar el salto frente a la puerta del tugurio de donde surgían aquellos —para él — recios aromas que venía olfateando como un perdiguero desde La Plaza de San Roque y que al ir acercándose al lugar, le resonaba en sus oídos quasí como música y cantos de ebrias sirenas aquel bronco vocerío y aviesas miradas de los que desde la cantina y aledaños, esperaban con sumo interés la trayectoria y el salto de longitud de Rosales. Era tanta la espectación, que incluso se cruzaron algunas apuestas a viva voz sobre el rumbo que tomaría el tal Rosales, y que fuese cual fuese el desenlace de la prueba la mayoría pensaba que Manolo “cambearia” el rumbo para volver al beberaje y antes que llegase a la altura de la lonja de Juanita Salcedo.
Pero fueron vanas las esperanzas de aquellos que añoraban la compañía ya que Manuel ni se dignó echar una última mirada a los encachorrados que esperaban su regreso a la ya redicha cantina de seño Ambrosio Quadros. Nuestro héroe; con la prueba superada se confundió entre las sombras de la noche trasponiendo por los oscuros caminos que le llevarían al lugar donde residía y que llamaban y llaman El Rincón.
Fue Ambrosio el de Agapito para mi grata sorpresa, descubrirlo por azar como un pariente lejano en el tiempo y que por mor de mi tardía aficion a la genealogía e interés por indagar la posible “angustia loci ” sufrida en Tinajo y su jurisdicción, comprobé la coincidencia de ascendientes comunes y la cantidad de dispensas que descubría a medida que consultaba los libros de las actas de bautismos y matrimonios de la Parroquia.
Mi recién localizado pariente Ambrosio Quadros, padecía de una locuacidad incontrolada y enfermiza, una incontinencia verbal casi mórbida, digna de cualquier charlatán de feria o como la de algún personajillo político actualmente dedicado a la conjugación de verbos en frases que no dicen nada pero que durante esta democracia han aprendido a expresarse, en Arameo, Griego o Esperanto, aunque en este último: intuyo que lo practicaba mi Primo Ambrosio en la intimidad como en un futuro no muy lejano lo haría un Presidente del Gobierno Hispano, colaborador que sería de sangrientos enredos bélicos y procaz mentiroso por excelencia para poder salir en un par de fotos junto a los verdaderos y barbaros genocidas del SIGLO XX.
Agustín Cabrera Perdomo.
Mayo de 2018.
Nota aclarante: Las andanzas previas a la desintoxicación de Manuel Rosales ha sido la razón para intercalarlas en los avatares macaronesicos de mi Primo Ambrosio, pero esas andanzas serán narradas en la continuación de este humilde relato donde cualquier parecido de los personajes con la realidad sería pura coincidencia.

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