Pregón de San Roque (Tinajo) 2018

POR ANGELINA (Lila) GONZÁLEZ QUINTERO

 

Ilustrísimas autoridades, vecinos y vecinas de Tinajo, señores, señoras, buenas noches.

Tengo el honor, de estar esta noche aquí, como invitada y pregonera de estas, las fiestas de San Roque.
Yo me pregunto: ¿Cómo una vieja como yo, con 98 años, con ciertas lagunas debido a mi edad y con problemas de audición, puede estar aquí?
Nuestro alcalde ha insistido tanto, que al final acabó por convencerme y he dicho sí.


Es un honor para mí hablarles de mi vida, como han transcurrido todos estos años; tengo la sensación de que he vivido mucho, he pasado momentos muy complicados y por supuesto también momentos felices, aunque creo que han sido más los malos que los buenos.

Quiero que este pregón sea un homenaje a todas las personas de este mi pueblo: “Tinajo”, que me han acompañado y al mismo tiempo han ido enriqueciendo y formando mi personalidad, algunas de las cuales ya no están entre nosotros.

Empezaré contando que mis padres eran personas humildes y trabajadoras, mi padre, Juan González Rodríguez, natural de San Bartolomé y mi madre, Angelina Quintero de León, natural de Mancha Blanca, se casaron por el año 1910, eran años de pobreza, escasez y poco trabajo. La agricultura era la principal riqueza de este pueblo. A mi padre le ofrecieron un trabajo en el pueblo de Haría, iba de mayordomo para la familia de Don Juan Mora, (familia adinerada de la época). Se instalaron en ese pueblo y allí vivieron hasta 1923, tuvieron 6 hijos. Los tres primeros fallecieron en la misma semana con edades comprendidas entre 2 y 5 años. Mi madre se vio con tres niños y en una semana, sin ninguno. Ella siempre decía que era lo más duro que le había sucedido. Y a partir de ahí, nacemos los tres restantes: en 1915 mi hermano Manuel, Juan Evaristo en 1918 y yo en 1920. No tengo ningún recuerdo de esta etapa, sólo lo que mi madre y mis padrinos me contaban, puesto que era demasiado pequeña.
Fue una etapa familiar buena, excepto por el fallecimiento de mis hermanos mayores.

En el trabajo de mi padre conocimos a una familia formada por Manuel Torres Bonilla y Julia Betancort Curbelo, de la cual nace una gran amistad, hasta tal punto, que son nuestros padrinos y para nosotros, nuestra segunda familia, personas muy buenas a las que les guardo gran cariño. Hoy en día, aún conservamos ese vínculo, a pesar de que algunos miembros ya no se encuentran entre nosotros, como mi querida Mari Julia, persona cariñosa y afable, siempre dispuesta a ponernos la mejor mesa. Desde aquí un afectuoso saludo para Chago, Azucena; Santi e Isabel.
Con respecto a mi madrina, les diré que enseñó a mi madre a coser, lo que más tarde y con los años se convertiría en nuestra manera de ganarnos la vida y en cierta forma marcó nuestro rumbo. Recuerdo de ella con nostalgia y gratitud que al poco tiempo de llegar a Tinajo, nos hizo una visita, me sentó sobre sus rodillas y me puso unos pendientes, acción que aún conservo en mi retina.
Regresamos a Tinajo en 1923 y al poco tiempo mi padre emigró a Argentina, concretamente a Mar de Plata, mi padre como tantas personas de esta isla, quería hacer fortuna porque en la isla no había trabajo. Nos quedamos los cuatro solos y sin dinero, sin padre y sin saber que iba a pasar con nosotros. Realmente con tres años no conocí a mi padre porque jamás volvió, solo escribió en una ocasión una carta diciéndole a mi madre que le mandara a los dos hijos varones, a lo que mi madre se negó, y nunca más contactó. Ahí perdimos su rastro.
A partir de entonces, vivíamos en una casa que tenía mi abuela, con dos habitaciones en las que convivíamos todos juntos, pasamos necesidades de cosas y no teníamos lo suficiente para subsistir. Mi madre con lo que había aprendido en Haría, montó un taller de costura de ropa de hombre, con eso podíamos tener algo de dinero, también mis tíos de San Bartolomé nos ayudaban, además mi madre tenía una amiga que se llamaba Frasquita Pérez, que era como una hermana, de la cual recibíamos mucho apoyo. Pancho Pérez y Adela Martín fueron cruciales en nuestras vidas, vivían cerca de casa, eran amigos de mi padre y cuando se fue, les encomendó que nos cuidaran. Para nosotros fueron nuestros segundos padres, siempre estaban pendientes de que no nos faltara de nada, no solo económicamente, sino también nos daban su cariño, esto era lo más importante. Así fuimos creciendo y a pesar de las carencias que habían, yo era una niña feliz, no conocía otra cosa y por lo tanto no extrañaba nada, bueno una cosa: ¡No tener a mi padre!

Íbamos al colegio de Doña Carmen. De Mancha Blanca íbamos Pepa, Cristina y yo, caminando, fuimos grandes amigas de pequeñas y de mayores seguimos conservando esa amistad, se podría decir que éramos como hermanas, no podían con nosotras.
Recuerdo que un día, una de las tantas travesuras que hicimos en la clase, fue coger una tijera y le cortamos el suéter a Juana Martín, del Cuchillo, pobre Juana, se fue a su casa con el suéter cortado; desde aquí le mando un saludo.
Otro día le robamos los huevos a la Señora Justa, que era la abuela de Pepa, bueno fue Pepa, nosotras le ayudamos, luego fuimos a la tienda de Rocío y los vendimos y con el dinero compramos pan.
En otro momento, un chico llamado Antonio Caraballo se metía mucho con nosotras y le cantábamos “Caraballo tenía un gallo y en la plaza lo enterró y salió el gallo diciendo Caraballo me mató”, salíamos corriendo, que nos poníamos en Mancha Blanca en pocos minutos. Eran travesuras sin mayor trascendencia. Al día siguiente estábamos de nuevo todos juntos.
Me gustaría hacer mención a mis compañeras de colegio Matilde Pérez, Clotilde, Leonor Cabrera, Cecilia Fernández, Candelaria Fernández, Consuelo, Enriqueta Pío, Teresa y Juana Figueroa, Ofelia, Juana Umpiérrez, María Morales y Carmen que tristemente han fallecido y un fuerte abrazo para Juana Martín y Balbina que aún hoy siguen entre nosotros. Fueron todas compañeras de juegos, de fiestas de San Roque y posteriormente con los años mantuvimos la amistad.
Había siempre una rivalidad entre barrios, pero la sangre no llegaba al río, era algo efímero, al rato no había pasado nada.

Cuando íbamos a los bailes de Toque de Guitarra y Timple, por las fiestas de San Roque, que se hacían donde es hoy la ferretería de Luís Perdomo, (gran persona); recuerdo que llevábamos dos pares de zapatos, unos viejos para ir por los caminos y otros nuevos que nos lo cambiábamos a la entrada del baile, guardando los anteriores debajo de las parras a buen recaudo. Los vestidos se reciclaban, era el mismo todos los años pero le cambiábamos alguna cosita para que no pareciera el mismo, el ingenio lo teníamos muy desarrollado.
Cierro los ojos y me viene a la mente como Tinajo, por las fiestas, olía a mantecados, mimos y bizcochos dulces, las panaderías de Rufina y Juliana Quintero eran auténticas reuniones donde hacíamos todos estos dulces.

A las fiestas de San Roque, algunas veces no podía ir porque mi madre cosía y yo le ayudaba, teníamos mucho trabajo porque la gente quería estrenar y nos pasábamos las noches cosiendo a la luz de las velas. Hacíamos chaquetas, pantalones, gorros, camisas y calzoncillos. Hilvanábamos la ropa con pita (hojas de la pitera, que primero se quemaba, luego se enterraba y después se estiraban, se podía reciclar y era bastante resistente).
Les cosíamos a muchas familias de Tinajo, de San Bartolomé y de La Vegueta.
Hacíamos también rosetas e incluso mis dos hermanos, las cuales llevábamos a Arrecife y se las vendíamos a Don Paco Cabrera y más tarde a Alcira Betancort de Haría.
En las navidades salíamos con Florián Bernal, Eloísa, Asunción y familia, cantando villancicos de casa en casa, era muy divertido.

En 1936 estalló la guerra, pasamos mucho miedo, no se hablaba nada porque podían venir a llevarnos. Recuerdo que íbamos a casa de Doña María Santo a escuchar la radio, iba Eloísa Morales, Juana Betancort, María Quintero, Satorno Toribio; Clotilde Quintero, Pablo Martín, Doña Lola y Don Víctor Díaz, Juan Benazco y Candelaria y allí nos poníamos a escuchar algo que ni siquiera entendíamos.

En 1940 me casé, con 19 años, en la Iglesia de San Roque, en el altar de Las Ánimas, de cuyo matrimonio nacieron mis cuatro hijos: Pepe, Mª Carmen, Gerardo y Begoña. Mi marido, Eduardo Aguiar, hombre de trabajo en el campo, con sus fincas, trabajábamos en las tierras lo que no está escrito, hacíamos de todo, la familia se reunía y nos ayudábamos unos a otros; tenía un gran vínculo con los hermanos de mi esposo, los quise porque siempre me demostraron mucho afecto y cariño: Isabel, Jesús, María, Juan y Pedro, también mis cuñadas Juana Bermúdez y Dámasa Duarte. Las reuniones en casa de mis suegros eran auténticas fiestas familiares. Quizás por eso me gusta ver a la familia unida. Hoy día me quedan mis sobrinos a los que adoro, y también a algunos de ellos tuve que criar y cuidar. Me viene a la mente por lo de criar, que cuando mis niños eran pequeños y se ponían malos, no paraban de llorar y los llevaba a casa de Señora Gregoria Machín, nuestra pediatra de la época, no sé qué, pero con unos masajitos en el vientre, los niños salían de allí, bien y contentos.
Recuerdo un día que yo iba a comprar a la tienda de Pablo Martín y traía un billete de 100 pesetas, me encontré por el camino a mi suegro Tomás Aguiar que me dijo: ¿dónde vas? .Y le contesté: Voy a comprar. Me preguntó: ¿Cómo llevas ese billete?, ¡no lo cambies!, yo llevo fruta pasada y el día de hoy, te lo pasas así, ya lo cambiarás otro día.

En 1955 nos fuimos al Islote, a una finca para trabajar el campo. Allí vivimos 6 años, lo que es hoy la bodega Bermejo, fue una etapa feliz en el sentido que estaba cerca de mis tíos y primos, pero trabajaba la tierra de igual manera. Mis amigas: Cristina, Pepa y Juana Umpiérrez con sus hijos nos visitaban al igual que mis sobrinos. En mi casa siempre había un plato de comida para alguien que llegara.
Volvimos a Tinajo y nuestras vidas transcurrían entre las fincas, cosiendo y algunas veces nos íbamos a la Malvas a pescar, pasábamos allí varios días y traíamos pescado seco para varios meses. En ese tiempo mi marido se embarcó a la costa-Cabo Blanco. Los barcos eran de Pedro Márquez, pasaba grandes temporadas fuera. Tomasa Fernández, Dámasa y yo íbamos a Arrecife con paquetes de comida para enviárselo. Íbamos en burros, salíamos de noche por el alto arriba, por el camino del Sobaco, no teníamos reloj, el tiempo era intuitivo.

En los años 60 mi hijo mayor Pepe se quiso ir al extranjero, a Holanda, en un barco mercante, pero nosotros no teníamos dinero, sólo fincas. Lo consulté con mi cuñada Jesús Aguiar y ella me ofreció el dinero para que mi hijo se fuera. Me prestó 20.000 pesetas de aquel entonces y con el primer sueldo que ganó, le devolvimos el dinero, siempre le estuve agradecida.
Al poco tiempo mi marido enfermó, por diferentes circunstancias, me vi sola, con mis hijos, trabajando en el campo, cosiendo y haciendo rosetas para poder vivir, Eloísa Morales me ayudaba muchísimo en las labores de la tierra.
En aquella época no había la seguridad social que tenemos hoy en día, era distinto, había que pagar muchos medicamentos e incluso muchos médicos. En esos momentos tenía que ponerle inyecciones a mi marido y Román el practicante me enseñó, algo que más tarde puse al servicio del pueblo, donde me necesitaban yo acudía.
Fueron años difíciles, de penurias y de pobreza pero siempre tenía la esperanza de que vinieran tiempos mejores, nunca perdí la fe; así transcurrieron varios años, me quedé viuda y al poco tiempo, mi hijo Gerardo fallece en un accidente de tráfico, fue un duro golpe, solo lo sabe la madre que ha pasado por esto, aunque fue horrible, siempre me quedé con la alegría de que mi hijo había sido feliz. Me ayudó a superar este trance, el hecho de cuidar a tres niños de maestras, que trabajaban en el colegio de Tinajo: Yaiza, Patricia y Daniel. Me siento orgullosa de haber intervenido en sus vidas, sé que hoy son buenas personas y eso es lo importante.

Transcurridos unos años dejé la costura porque ya no se cocía ropa de hombre, había entrado la era de los grandes comercios y el consumismo y me dediqué a las rosetas, que siempre habían sido mi gran pasión. Empecé a indagar, a confeccionar, a crear nuevos modelos y a transmitir la enseñanza de las mismas. Muchas personas del pueblo han aprendido, lo cual me alegra, les animo a que no las dejen para que no se pierda, es algo nuestro y como no, nuestra identidad como pueblo rosetero. Con respecto a esto, hoy día, sigo trabajando en ellas y a pesar de mi edad, sigo transmitiendo lo importante de esta tradición a tres personas: Goyi; Zaida y Luisa que vienen una tarde en semana a trabajarlas, son ya todas unas profesionales y dominan la actividad. Me gusta y me alegra que vengan porque entre otras cosas, ellas van a ser las que continúen con este legado y las clases son amenas porque hablamos de muchas cosas, nos entretenemos lo pasamos bien y tomamos café.

Destacar mi etapa en el centro de la tercera edad, donde hacíamos talleres: de pintura en tela, de ejercitar la memoria, juegos de cartas y nuestros viajes con Aquilino, nos enseñó diferentes partes de la Península donde nunca habíamos estado.
“Muchas gracias Aquilino” por darnos la oportunidad de conocer otros lugares y gentes y cómo no: por tu cariño.
Desde aquí también mi homenaje a tantas compañeras de la tercera edad que ya no están entre nosotros.

Ya mi vida entra en otra fase, estoy feliz con mis hijos, mis nietos y mis biznietos y ¿cómo no?, con toda mi gente de Tinajo, con sus cosas positivas y negativas, pero al final, ahí estamos como yo les digo: la familia siempre unida.

De salud voy bien, me cuida y controla mi Doctora Teresa Godoy y Pedro Fernández mi enfermero y tengo el apoyo diario de Mª Dolores y Margarita, que viene a verme muy a menudo.

Aunque esté feliz por todo lo que me rodea, tengo la sensación de que he vivido muchísimos años, con sus situaciones buenas y malas pero creo que mi cometido en esta vida está cumplido, estoy preparada para la etapa final, no le tengo miedo a la muerte, porque considero que la muerte es una etapa más de la vida; Dios que me lleve cuando lo considere.
He sido feliz y he intentado que las demás personas lo sean. Siempre he tenido una gran fe en la Virgen de los Dolores y en San Roque, que me acompañan siempre y me protegen cada día, creo que han sido mi muleta, punto de apoyo durante estos 98 años.

Queridos paisanos, esta ha sido mi historia, no solo mía, sino de tantísimas personas que han vivido en nuestro pueblo, desde aquí mi homenaje a todas ellas.
Que San Roque nos ayude y nos ilumine. Creo que el pueblo de Tinajo se ha merecido este Santo por ser un pueblo caritativo.

A los jóvenes que sean personas hospitalarias, sencillas, que no pierdan la fe, ni la esperanza y sobre todo que intenten ser buenas personas.

A los políticos que intenten trabajar para el pueblo, que comprendan las situaciones de sus vecinos y que intenten llevarse bien.

Intentemos ser como San Roque, personas humildes, serviciales y felices.

Solo me queda pedir perdón si en algún momento he podido ofender a alguien, si lo he hecho, no he sido consciente de ello.

Gracias Señor Alcalde y comisión de fiestas por haber confiado en mí para ser pregonera de nuestra fiesta de San Roque.

Gracias por darme la oportunidad de estar hoy aquí, narrando mi historia, gracias a todo el pueblo de Tinajo por todos los momentos que me han dado a lo largo de mis 98 años.

¡Qué San Roque nos bendiga a todos y nos cuide! Un abrazo a cada uno de ustedes.

¡Felices Fiestas de San Roque! Gracias de corazón.

¡Quedan inauguradas las Fiestas de San Roque!

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