Por Agustín Cabrera Perdomo
La tarde de aquel domingo se desangraba en rojos y amarillos oro viejo por aquellos negros «malpeises» del poniente isleño.
Aquella explosión de matices que se desvanecían lentamente, contribuían a que la aparente melancolía que aquejaba desde su llegada a Beltrancito, se manifestara en su semblante como la de un viajero recién llegado de ese enigmático país que aunque no sabemos su ubicación geográfica, si sabemos las razones del porqué lo llaman Babia. Sigue leyendo