Por Agustín Cabrera Perdomo
En aquella destemplada tarde de finales de octubre, los chamorros hicieron su repentina aparición volando inquietos a ras del suelo. Con la misma prontitud que aparecieron se marcharon sin saberse a donde ni el porqué de aquellas prisas voladoras. Decían los » pernósticos» del pueblo, que era ésta señal inequívoca de invierno de abundantes lluvias, de aguas de correr, de destrozos por barranqueras en arenados y gavias. También esa tarde; los cielos mostraban celajes que por su configuración predecían como mínimo un cambio de tiempo.