Por Agustín Cabrera Perdomo
Aquella tarde revuelta y destemplada, el reloj de la cercana iglesia con su voz de campanario, daba la media. Don Jerónimo López, salió de su casa como de costumbre para dar su paseo vespertino. Al cruzar el umbral pensó hasta cuándo sus cansadas piernas le permitirían llegarse como todas las tardes hasta el café del viejo Anacleto Calso. Treinta años contemplaban su diario andar, sin prisas, observando sin que se notara que lo hacía cuanto ocurría y pasaba por su lado.