La burra blanca

Por Agustín Cabrera Perdomo
Fuente: Lancelot Nº 1119- 31-12-2004

Allá por los años cincuenta del pasado siglo fue La Burra Blanca el único y el más original fantasma de estos olvidados lugares por donde allá cuando, ejerciera su matriarcado inapelable doña Ana Viciosa y demás personajes de su tiempo y que aún hoy, perduran en la memoria de las gentes de por aquí.
Día y noche se hablaba de aquel misterioso jumento, de sus esporádicas apariciones que consistían en terroríficas y polvorientas carreras que ejercitaba con vaporoso trote atravesando cual relámpago en la noche, los pelados caminos del pueblo.

Aquel extraño y albino solípedo fue durante algún tiempo, el tema de conversación de los hombres en las cantinas y de las mujeres en las casas. No había nadie que no afirmase haber oído alguna vez su blando trote y aún eran más, los que presumían y afirmaban haberla tenido muy a la vista, clarita y nítida, aunque eso sí: siempre de lejos, siempre a prudencial distancia y, añado yo, que algo confusamente, entre espesas neblinas y resabios de turbia aguapata. Esta circunstancia aleatoria propia del aguapié, como decían los más finos, ponía en entredicho la veracidad de aquellas pavorosas apariciones.
La notoriedad del cuadrúpedo fantasma de Tinajo, trascendió y corrió como la pólvora por toda la isla y por ello, en cualquier lugar eran frecuentes los interrogatorios irónicos surgidos sobre todo de la socarronería de los golfines del Puerto. Cuando algún encachorrado tinajero se aventuraba por los mentideros y cabildos de la capital, inevitablemente surgía el chascarrillo, la guasa mil veces repetida sobre la dichosa Burra Blanca y la madre que la parió. Aquel retintín en el tono de las preguntas, fue muchas veces motivo de tremendas calenturas y algún que otro desafío al zoco de alguna pared de piedra. Pero la sangre nunca llegó al barranco y los tinajeros aprendieron a vivir con su entrañable Burra Blanca, como los majoreros lo habían hecho antes con su luz de Mafasca.
El paso irrefrenable del tiempo hizo su trabajo y aquel misterio de la Burra Blanca, no pudo ser ocultado por más tiempo y el hechizo se desvaneció como se deshacen a media mañana las brumas del otoño. La Burra Blanca pasó a ser una quimera sin secretos que se durmió en el tiempo y en la memoria de las gentes.
Las leyendas de fantasmas, tienen que basarse en algo etéreo, en algo intangible, pues no es lo mismo elaborar y mantener una fábula a partir de una luz parpadeante, persecutoria y peregrina a la cual se le puede camuflar y hacer desaparecer con cierta facilidad e ingenio, pero; hacer lo propio con el volumen corpóreo de una burra alimentada a base de fresco palote de millo y encima ensabanada con albos harapos, es harto más complicado. A esta empresa de nuestro fantasma local creo que le faltó entonces, sin duda, un asesor de esos que pululan hoy por Cabildos y Ayuntamientos y posiblemen¬te hoy aún continuaríamos con el misterio, en fin; que hubiésemos tenido Burra Blanca para rato.
Por este y otros motivos no expuestos, la magia se fue una mañana de brisa parda hace de esto muchos años, y sé que aún el recuerdo de aquellos alegres trotes sigue cabalgando con nostalgia en la memoria de nuestra gente, pues todavía por Tinajo; se asusta a los niños malos con .él: ¡Duérmete jodío chico que viene la Burra Blanca!

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