Anselmo Romero fue siempre patrimonio de todos los que tuvimos la suerte de conocerlo y contar con su desinteresada amistad. Sonreía con los ojos y la boca y al unísono en sus labios bailaba el sempiterno cigarrillo virginio que mantenía en seguro equilibrio sin llegar a quemarse. Han pasado algunos un montón de años desde que nos dejó. El recuerdo de verlo pasear por los caminos del pueblo, sus paradas en seco para hablar con alguien, para pedir fuego o simplemente para saludar con aquella desinteresada efusividad con que lo hacía, me hacen refluir sentimientos también casi olvidados.
Recuerdo sus visitas al Morro donde nos perseguía por la era, poniéndose a nuestra altura como niños que éramos entonces. Memoria prodigiosa la de Anselmo, que mantuvo en su torturada cabeza a toda la población de Tinajo e infinidad de antepasados.
Con este recordatorio hacia el que fue amigo de todos, a un alma limpia de malicia, a un «arcangélico» personaje y que posiblemente ya se halle en el olvido de muchos conciudadanos, es mi deseo, que esta humilde semblanza al amigo Anselmo, querer mantener por unos instantes en las mentes de quienes le conocieron, la viva llama de su entrañable recuerdo y la de muchos otros que también dejaron huella en las memorias de los que se han ido y de la de los que nos iremos yendo; nostálgicos recordadores de imposibles.
Agustín Cabrera Perdomo.