Tinajo–

Fuente: Agustín de La Hoz –Lanzarote

(…) Según se aleja uno de la Cueva de Ana Viciosa, bordeando la cornisa de Las Ánimas, hacia montaña Teneza, en derechura a Tinajo, vese entre las retorcidas escorias lávicas a multitud de «islotes» fértiles.

Son estas «islas» pedazos de buena tierra, milagrosamente insepultos por el mar petrificado, que a partir de aquí invade las tres cuartas partes de Lanzarote. Los Islotes del Cortijo forman un verde archipiélago menor si se comparan con las grandes «islas» que van a dar a la Playa de la Madera, Volcán Nuevo y Caleta del Mariscadero.

Las «islas», trágicamente enclavadas en la dantesca zona de los volcanes, son feraces y dan los frutos más sabrosos que otras tierras en libertad. El cultivo del tabaco, en las «islas», obtiene plantas de mejor calidad, aunque la tierra viva aprisionada por rocas jeroglíficas.
Llegar a Tinajo es como verse de sopetón trasladado a la primitiva Bizancio porque el pueblo que uno tiene delante es, sin duda, el que más chimeneas orientales muestra. Es rara la casa que no esté rematada por una chimenea a modo de bulbo de cebolla, con pretensión de alminar, como si de auténtico estilo bizantino se tratara. En seguida, por asociación, se piensa en las mezquitas de Constantinopla o en el paisaje urbano de Fez.
Las casas de Tinajo son chatas, cuadradas y minúsculas, con pocos huecos al exterior e, invariablemente, precedidas por barbacanas de adobe y piedra, vestidas de blanquísima cal. En esos muros rectangulares crecen, sin más cuidado, geranios y adelfas, catos y clavellinas; pero es la endilgada palmera, como único árbol, la que disputa soberbia a las empinadas chimeneas de Tinajo. Las casas de Tinajo tienen, además, chozas de pared de piedra tosca y techo de «torta»(1), a dos aguas, como se dice, y que antojan ser barracas enanas y anacrónicas en un país donde reina el padre Sol. Estas «barracas» poseen el gran tesoro de sus vigas, que son de rica tea, y que en la actualidad se cotizan mejor que cualquier quintalillo de buen tabaco. ¡Por eso se explica tanta «barraca» destechada! ¡Tanta tala en el paisaje, como acaece en toda la isla con los molinos de viento! Sin embargo, Tinajo, conserva y mima la preciosa existencia de dos «molinas de gofio», de aspas y envergadura majestuosas, que exornan al pueblo y embellecen el panorama al cervantino modo.
Tinajo visto desde lejos, o mejor desde arriba, por los Morros de San Roque, con sus diversos y estallantes colores, entre los que predominan el blancor del caserío y el purísimo negro de los enarenados, con sus alegorías de falsos arabescos, su atávico urbanismo diseminado, antoja de verdad un poblado del próximo Oriente.
En 1650 Tinajo no era otra cosa que un pueblo miserable, y sus habitantes eran casi su totalidad controlados y administrados por la legendaria doña Ana Viciosa. Los vecinos con que contaba el pueblo no pasaban del centenar y los más se dedicaban al pastoreo. (…)

NOTA
1.- «Torta», mezcla de lodo y paja.

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