La infructuosa aventura de Don Fructuoso Perdomo. (III)

Por Agustín Cabrera Perdomo

En la pensión de don Isaías, Fructuoso coincidió con un paisano que como él; había tenido -más que la idea- la urgente necesidad de intentar alcanzar horizontes más halagüeños y darle a su vida la oportunidad de salir de la miseria en la que había estado sometido hasta el presente, sembrando de cebada las gavias y y los eriales costeros de los amos, desde Tenesar hasta el Picacho y esto ocurría en los años en que llovía con fundamento.

Conocido por Anselmo, rondaba los treinta años y que, como polizón; en un barco de cabotaje y con lo puesto había recalado por Las Palmas no sin antes pagar el flete con su trabajo a bordo durante un mes pues había sido descubierto en la bodega escondido entre unas pacas de tabaco. Pero el hombre no estaba para trabajar gratis para nadie y al día siguiente, cuando el barco zarpaba del muelle para una nueva singladura, -como un experto saltador olímpico-, Anselmo salvó los dos metros largos que le separaban del muelle cuando ya el barco dando atrás iniciaba su nuevo periplo. A la carrera se perdió de vista por entre la mercancía confundiéndose en aquel tráfago que reinaba en el puerto. Mientras oía los gritos del patrón que veía con rabia como se le escapaba la ganga de contar con un marinero gratis durante un mes, aunque, sabía que se la jugaba. Llevaba cuatro meses y doce días deambulando por los muelles, trabajando en lo que le salía y que casi nunca le alcanzaba para pagar su alojamiento y comida en la fonda de don Isaías. Durante aquellos meses Anselmo había conocido a la tropa más variopinta del entorno porteño, y por supuesto estaba al día en quienes componían las pequeñas mafias de traficantes de personas, que aprovechándose de sus precarias economías, amañaban al personal prometiéndoles una vida digna con un trabajo bien remunerado en Montevideo u otras ciudades de Argentina o de Brasil.
Fructuoso tenía previsto embarcar en el trasatlántico Nord América de la Compañía Navigazione Generali Italiana que zarparía rumbo a Buenos Aires el jueves de la próxima semana. Anselmo después de su encuentro con Fructuoso, quiso precipitar la partida y al no tener recursos para el pasaje y después de varios días preguntando aquí y allá, le dijeron que se diese un salto por San Cristóbal, que allí encontraría satisfacción a sus demandas, que se dejara caer por el bar La Salema y que no hacía falta preguntar por nadie, que allí le reconocerían a él si buscaba lo que creían que buscaba. Llegaron a San Cristóbal Anselmo acompañado por Fructuoso y un tal José Quintero, conejero también pero de la Vuelta Abajo y con el que había coincidido en el bar Avión de la calle Ripoche donde fructuoso desayunaba a diario con un café negro y un Keke. Ya se conocían los tres por haber coincidido en alguna que otra parranda o en algún baile de candil por los pueblos de La Isla. Nunca hablaron del asunto del viaje a Las América, aquel encuentro había sido totalmente fortuito. El martes a primera hora salieron rumbo a San Cristóbal y poco tardaron en dar con el dicho Bar La Salema, que venía a ser un desvencijado cuartucho a medio camino entre las riberas del mar y el polvoriento camino que llevaba al Sur de la isla. En un rincón junto a un ventanal con vista al naciente se sentaron a una mesa; en el horizonte se apreciaba claramente la silueta de las montañas del Sur de Fuerteventura, señal inequívoca en Gran Canaria, que pronto harían su aparición las esperadas – también en Lanzarote – lluvias otoñales. Cuando casi había transcurrido una hora y temiéndose que aquel viaje a San Cristóbal había sido en balde, cuando ya pensaban volverse a Las Palmas; vieron recortarse en el umbral de la puerta a un endilgado personaje que vestía traje de blanco lino y sombrero panameño. De entrada pareció interesarse por ellos, sin embargo se dirigió al mostrador pidió al cantinero un trago que se echó al coleto de golpe. El cantinero levanto las cejas y ladeando la cabeza en dirección al rincón donde se encontraban, se acercó a ellos y sin preámbulos les preguntó si era a él a quien buscaban. -Depende caballero- dijo Tavío poniéndose de pié al tiempo que también lo hacía Pepe Quintero. Los miró a los ojos y no hizo falta nada más, don Ramoncín- que así se llamaba aquel sujeto, hizo una leve inclinación de cabeza y procedieron a presentarse mutuamente. Al poco tiempo ya estaban enterados en qué consistía el trato y después de aclarar los puntos del contrato que a los futuros mareantes les parecieron más que leoninos y confusos, decidieron pensárselo antes de firmar ni comprometerse con nada. Este don Ramoncín era uno de los muchos representantes de los terratenientes establecidos en Argentina, Uruguay Venezuela o Cuba, y en la contrata de trabajo que les presentó a los futuros viajeros se especificaba el precio del pasaje que incluía la manutención a bordo durante la travesía, pero ni una palabra de las condiciones en que iban a trabajar, como verdaderos esclavos. Fructuoso tenía sus ahorros y seguía con la idea de viajar legalmente, comprando su pasaje con los ahorros de media vida, pero Anselmo y Quintero estaban tiesos de dinero y se inclinaban por la alternativa de entrar por el embudo de don Ramoncín o meterse de polizònes en el barco en que viajaría Fructuoso el próximo jueves. – Mira, tú te embarcas y Pepe y yo nos las arreglamos para colarnos a bordo, tu solo tendrás que llevarnos de vez en cuando algo de comida. Aquello a Fructuoso le pareció un tanto arriesgado, pero fue tanta la insistencia de Anselmo que por puro compañerismo aunque a regañadientes decidió aceptar la idea. Anselmo y Pepe, quedaron estudiando el plan, iban a ser un par de semanas escondidos sabe Dios donde, sin conocer el barco y contando con las viandas que adquirirían en Las Palmas y los higos porretos que llevaba Fructuoso., lo más probable fuera que los descubrieran y los pusieran a pelar papas en la cocina, hasta la llegada a puerto, donde el capitán los entregaría a las autoridades portuarias.
Navieras Inglesas como Elder Dempster Line, Union Castle Line, British and African Steam Navigation Company, Royal Mail Steam Packet Company, Yeoward Brothers: alemanas como la Hamburg Südamerikanische Linie, Norddeutscher Lloyd ; italianas como la Navigazione Generale Italiana; francesas como la Compagnie Générale Transatlantique y Messageries Maritimes; y las españolas Compañía Trasatlántica Española y Compañía Trasmediterránea; estarán presentes con frecuencia en los puertos canarios desde los últimos años del siglo XIX y durante la mitad del siglo XX.
El transporte de los emigrantes canarios constituyó en más de una ocasión una forma de esclavitud y siempre, un prospero negocio. El precio elevado del pasaje, daba lugar a que muchos se viesen obligados a firmar la «contrata de trabajo», aceptar las condiciones de tipos como don Ramoncín. En ella iba incluido el transporte y demás gastos del viaje. Por esta contrata leonina, los isleños quedaban durante años bajo las órdenes de capataces al servicio de desaprensivos terratenientes, hasta que devolvían hasta el último céntimo. En fin, una mano de obra que sustituyó en parte a los esclavos en las labores del tabaco y de la caña de azúcar.

Continuará…..

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